Este mes el concurso del TINTERO DE ORO esta dedicado a la ciencia ficcion, y a los androides en un homenaje a uno de sus autores miticos Philip K. Dick.
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Hola. Soy
Fina, de nombre y de piel. El resto de mis amigos , a los veinte ya empiezan a
arrugarse. Los de treinta ya tienen la misma apariencia que sus padres. Parecen
una familia de todo hermanos. Eso ya está empezando a provocarme problemas, de
bullying y eso. Es una de las cosas que no cuadran.
Ayer hubo un
evento Miyake; la primera fase. Nunca en la historia conocida había pasado . Dentro
de un rato llegara la oleada fuerte. Ya no funcionan ni los wisephones ni los
ordenadores. Casi no me acuerdo cómo se escribía a mano. Abajo esta toda la
familia, abuelos y tios, como en Navidad, aunque en este caso no es una celebración,
pero nos hemos reunido igual; no se sabe bien por qué. ES un evento excepcional,
mejor estar juntos. Van a morir todos los androides y máquinas no inteligentes.
Las listas ya murieron ayer. Según dicen será como un P.E.M. supersuper.
Nuestro androide
se llama Adriano. Se tiene que llamar parecido a papá, que se llama Adrián. Mi
madre se llama Neva y los androides se construyen a imagen y semejanza ―molecular― de la cabeza o el cabezo de familia. Adriano nos
cuida, aunque su función primigenia fue reproductiva. Adriano es un androide
raro; es muy tocón. Cuando me explica algo me coge del brazo si es algo importante,
o me toca el hombro si no. Y muchas veces lo pillo mirándome. Dice que es una protección
preventiva.
Los
androides valen un pastizal. Los compran las familias que quieren procrear. Los
hombres hace veinte años que son estériles; el 99%. El 1% está recluido para
investigar una cura. Adriano me explicó un día que era por llevar tanto tiempo
los wisephones en el bolsillo; por la radiación , tan cerca de los genitales, y eso. Pero luego se lo
pregunté a papá y me dijo que no, que se lo había inventado, y que deberíamos llevarlo
a revisar; que los androides no deberían inventar.
Esto lo
escribo para meterlo en una capsula temporal. Para que alguien lo encuentre y
compare con lo que explicaron desde el ministerio de post-verdad. Jaja. El “post”
lo añado yo. No existe esa palabra; la he buscado y no existe, aunque una vez
consulté a Adriano, y me preguntó enfadado que de dónde había sacado esa
palabra, pero no me explicó nada. Los androides no deberían enfadarse.
Para tener
un hijo ―o sea, yo― ,se compra un androide, se carga con el semen del padre, el
androide lo procesa y la noche de la fecundación, es el androide el que copula
con la hembra. Una sola vez; no hay fallo posible. Los espermatozoides
naturales tienen pico aviar, cuernos bovinos y cola de cerdo ―de lo que se come,
se cría ―, y claro, con esa cola de sacacorchos
no se pueden impulsar. No sé si en el futuro hay ironía, pero si no la hay,
vaya mier…
El efecto secundario de este tipo de fecundación
es el envejecimiento prematuro; lo que le pasa a mis amigos. Esto me lo explicó
una vez Adriano, pero no sale en internet ni en los libros. Cuando le pregunté
que porque a mí no me pasaba, y no salía en internet, dijo que preguntara a
papá. Y papá, como siempre, dijo que había que llevar a Adriano a algún sitio
para que lo revisaran, que no funcionaba bien.
―Niña, baja ya, solo faltan
diez minutos.
Voy a bajar.
¡Cómo se me ha pasado el tiempo! Todos están sentados a la mesa. Los androides también.
Adriano y tres más, cada uno al lado de su respectiva familia. Los androides
comen, procesan la comida y la convierten en biomasa. No se pueden desconectar,
por eso van a morir en unos minutos. Las luces están encendidas , pero también unas
velas, para cuando llegue el evento. Todos los electrodomésticos están desconectados,
pero dicen que se derretirán igual. Papá ha conectado una televisión analógica que
tenía guardada de recuerdo. Empezamos a comer cuando en las noticias dicen que
faltan ocho minutos. Me siento al lado de papá. A su otro lado está mamá, y a
la izquierda de ella, Adriano, que no para de mirarme; su protección preventiva
que por desgracia no se alargará mucho. Es él quien necesita protección ahora,
y no podemos dársela.
Dos
minutos antes de lo previsto, un ruido creciente se aproxima, cada vez más
agudo. Cuando llega, se convierte en un chirriar semejante al de las uñas
arañando la pizarra, los dientes se resecan, los pelos se erizan. Mi melena
sube y se enreda con la lámpara, las bombillas explotan, la tele también. Cada electrodoméstico
hace su correspondiente chispazo, proporcional a su tamaño. Esta tensión se
mantiene durante diez segundos. Los tres androides foráneos caen sobre sus
platos. Papa también. Me apresuro a socorrerlo, pero no reacciona. Adriano
sigue sentado. Todos flipan menos Adriano y mamá. Adriano se levanta:
―Veréis…
Tengo que explicar algo…
Me doy
cuenta de que ahora todo cuadra. Salto por encima de la mesa para abrazarlo con
todas mis fuerzas:
―¡Papá!
Mi papá es
del 1%.