Esta semana nos convoca Mag en nustra entrañable cita de lo jueves, desde su blog LA TRASTIENDA DEL PECADO. Y nos invita a relatar algo relacionado con un olvido lo mas clamoroso posible. Esta vez me he inclinado por un relato romantico. Aviso de que los no romanticos, puede ser que no lo entiendan.
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A Darío le gustaba ir al lavabo del piso de arriba. Le gustaba
la tranquilidad. Allí no había servicio mixto, pero daba igual porque en el
piso de arriba no trabajaba nadie. En la planta baja donde estaban las oficinas
la cosa era diferente.
Darío bajaba por la escalera después de ingresar un
importante depósito en la “Banca de loza Roca”. Le extrañó cruzarse en mitad
del segundo tramo con Amelia, su amor secreto:
―¿Adónde vas? ―le preguntó despreocupadamente, así como
aquel que no está enamorado.
―Al lavabo de arriba. En el de abajo está Tina, que lleva
media hora llorando y no quiere salir.
―Ah ―comentó Darío, y siguió su descenso hasta que al
llegar al descansillo, una duda le asalto: «Me cago en to. ¿He tirado de la
cadena?». El frenazo fue como cuando caes desde un quinto piso y frenas contra
el suelo. Las ondas de choque originadas por aquella detención petrificante
sorprendieron a Amelia:
―¿Qué pasa?
―Nada… O sea, sí. ―El magín le trabajaba como el día del
examen de selectividad. Por fin articuló―: No hay agua. En el lavabo, quiero
decir. No hay agua. Mejor que esperes abajo.
―¡Anda ya! Como que no hay agua si me acabo de lavar las
manos abajo. ―Y siguió su camino ascendente.
―¡Y tampoco hay luz! En todo el piso de arriba no hay luz.
La han dado de baja. No subas, no te vayas a tropezar con algo y te hagas daño.
―¡Anda ya! ―Y continuó sin hacerle caso.
Darío se lanzó escaleras abajo, saltando los peldaños de
tres en tres, se apresuró al cuarto de contadores y cortó primero el agua y después
la luz del primer piso. Luego se asomó al hueco de la escalera, se puso la mano
en la oreja ampliando su pabellón auditivo, y esperó unos segundos, pero no oyó
nada. Tras un par de minutos más de impertérrito silencio, se dirigió a su
puesto en la oficina.
―No hay agua ―exclamó Tina saliendo del lavabo de planta
baja.
―No. Es vedad ―la apoyó Darío―. Habrá que llamar a un
fontanero.
En ese momento Amelia reapareció en la oficina:
―No hay agua. ―Y volvió a sentarse en su sitio, al lado de Darío.
―Sí, eso mismo decía Tina ahora mismo ―observó el chico,
evitando por todos los medios decir aquello de “ya te lo había dicho”.
―Y han dado de baja la luz del piso de arriba. ―Aquí no recibió
apoyo alguno. Darío metió la cabeza y toda su atención en el monitor del
ordenador.
―¿Cómo van a dar de baja la luz de piso de arriba? ―exclamó
alguien.
―Pues no hay luz ¿verdad, tú? ―inquirió golpeando el muslo
de Darío. Y luego bajó la voz de forma que solo él la oyera―: Y podías haber
tirado de la cadena…
―Pero si no había agua ―le susurró al oído.
―Es verdad no hay agua ―aclaró alguien que había entrado al
lavabo para comprobarlo―. Voy a llamar a un fontanero.
―Pero el tanque estaba lleno ―susurró esta vez ella al oído
de él. Darío dejo caer su cara sobre el teclado―. Pero no te preocupes. Tu
secreto está a salvo conmigo. Y mejor no subas ahora, al menos hasta que
alguien vuelva a tirar de la cadena. ―El chico volvió a levantar la cabeza y la
miró sorprendido, mientras ella se acomodaba en su asiento y volvía a fijar la mirada
en su monitor―: Al menos el asiento estaba aún calentito.
Entonces fue cuando Darío se dio cuenta de que su amor era
correspondido.