Esta semana nos convoca Mónica, desde su blog NEOGEMINIS, para contar algo improbable o imposible. Esto es mas bien lo segundo. Creí que tenia una etiqueta con "Cosas pendientes de suceder", pero no la veo, así que empezaré con esta. Como el texto tiene una destinataria y ya lo escribí la semana pasada, lo he acoplado al reto de Monica, pero está pasado de longitud. Pido disculpas.
Podéis leer el resto de aportaciones AQUI
―Pero ¿la Eva no ha venido?
―Pues al final no, dice que…
―Pero habíamos quedado que sí que venía; además te dije que si no venía ella, no venía yo…
―Ya. Pero al final dice que…
―Ni final ni principios. Anda, llámala y pásamela, porfa…
―¿Ahora?
―Claro que ahora. La verbena es ahora. ¿Para qué tienes el móvil? ¿Para mandar mañana un telegrama? Una urgencia es una urgencia.
―Vale. Tú mismo. Verás el chorreo que te va a caer; eso si contesta, que no creo. Toma…
―¿Has marcado?
―Siiiii…
―Hola Ana. Soy el Gabi, el amigo de la Lola. Me dijo Marta que habíais quedado… Bueno, que ya estamos en la pizzeria y…
―…
―Ah, ¿no? Y ¿Quién eres?
―…
―¿Su hijo? Bueno, da igual. Dile que se ponga porfa
―…
―¿No puede? ¿Cómo que no puede? ¿Le han cortado las manos? Si le han cortado las manos, ponle el manos libres. Dile que es cuestión de vida o muerte ―pausa― Menos mal que era su hijo, sino, vaya voz de leona…. Ah, hola Ana. Soy el Gabi, el amigo de Marta. Que habíamos quedado con ella en que vendrías a la pizzeria para…
―…
―¿Perrrrrdona? ¿Que tú le dijiste que no vendrías? ―Miré a la Marta con la mirada de quien ha sido vilmente engañado, mientras ella, encima, se reía. Hice una pausa mientras pensaba algo―. Bueno pues entonces, el problema es más gordo de lo que pensaba, porque ahora la única manera de que no dejes como mentirosa a una amiga de toda la vida, es que te presentes aquí. De lo contrario, tu amiga será una mentirosa, y además única y exclusivamente por tu culpa. No puedes hacerle eso… ¿Cuánto tardas?
―…
―¿No? Y ¿no te sientes culpable?
―…
―¿No? Ya veo… Pues ahora tendré que enfadarme con Marta por mentirme. ¿Tampoco eso te hace eso sentirte culpable?
―…
―Bueno…Ya veo que eres como esos animales de la selva que no se apiadan de los cervatillos justo antes de darles caza. Está bien ―dije poniendo la voz más digna de que fui capaz― Al menos podrías contestarme a una duda que tengo, que quería preguntarte en persona, porque es un poco delicado, pero como no vas a estar…
―…
―Bien… Allá va… Es un poco delicado el tema, eh? Ya te aviso… Las chicas así como tú, depieloscuraperobastante, cuando les azotan las nalgas, ¿se les ponen rojas o predomina el tono oscuro de la piel, y no se nota nada? Es que lo necesito para un relato, y estas cosas en google están censuradas.
―ERES IMBECIL ―Esto lo escucharon todos aunque no estaba puesto el altavoz. Luego colgó.
―Joder, no se puede preguntar nada…
Discutí al menos cuatro segundos con Marta. Luego nos pusimos a devorar las pizzas y engullir las birras. Cinco minutos después se escuchó un murmullo. A unos metros se veía aproximarse a Eva rodeada por una multitud, algunos de cuyos componentes la insultaban, otros la admiraban, otros la piropeaban… Se aproximaba lenta pero rotundamente, ataviada con la vestimenta necesaria para aclarar lo que le había preguntado por teléfono, a saber, unas sandalias de tigresa con tacones de aguja de diez centímetros. Cada vez que los clavaba en la acera, todo su tejido conjuntivo rebotaba al unísono.
Alguien intentó cortarle el paso. Era un veinteañero chulito. Le clavó su mirada disociativa y el chico quedó en pie, como alelado. La referida mirada disociaba el cuerpo del alma, enviando a África a esta última mientras el cuerpo permanecía consciente pero sin conciencia. Podían pasar varias horas hasta que el alma volvía a encontrar al cuerpo. Otra señora intentó detener aquella indecencia, y sufrió la misma suerte. La siguiente que se interpuso en su camino fue Marta, básicamente porque me escondí detrás de ella. En esta ocasión la apartó de un suave zarpazo. Entonces se plantó ante mí. Era mucho más alta que yo, y con los tacones, y mis problemas de cervicales, me resultaba muy difícil ni tan siquiera intentar mirar hacia arriba.
Eso es lo último que recuerdo, pero ahora, de algún modo, tengo la seguridad, de que sí que se les ponen rojas. Por eso he podido escribir esto.