Esta semana nos convoca DOROTEA en su blog LAZOS Y RAICES, y nos demanda que
LE EXPLIQUEMOS "LO INEXPLICABLE". Pudiera parecer que esta complicado el asunto,
pero vereis cómo los participantes lo consiguen con pasmosa facilidad. No teneis mas que echar un vistazo AQUI
―¡Se ha movido!
―¡Una polla “se ha movido”! Lo has movido tú.
―Sí. Yo. ¿Y cómo lo he atraído hacia mí?
―¡Callaros, coño! Vais a espantar a los espíritus.
―Pero ¿qué espíritus? Si no hemos convocado a nadie.
―Jo, tío. Tú sigue durmiendo. ¿Cómo que no hemos convocado a nadie?
―Que yo no lo he movido, te digo. Se ha movido solo.
―¿A quién hemos convocado?
―¡A Bruce Lee, joder!
En ese mismísimo instante, la cama del mueble nido, con tres de mis amigos que estaban sentados sobre ella, se hundió. El artista marcial lanzó una de sus poderosas patadas, y con, o sin, la ayuda de la gravedad, partió la cama por la mitad.
―¡¡Aagghh! ―gritamos todos de acuerdo, por primera vez, desde hacía mucho tiempo.
Los que ocupábamos una silla, saltamos de ella, disparados hacia la puerta. Los de la cama, lo hicieron una fracción de segundo después. El más canijo llegó el primero; los demás nos agolpamos detrás de él, de modo que le impedíamos abrir la puerta. El famoso maestro marcial, sin duda molesto por tan poco seria convocatoria espiritual, comenzó a repartir hostias. Yo no lo vi, pero me cayeron unas cuantas. Alguien ―todavía hoy, no sé sabe quién― apoyó su mano en el interruptor de la luz, intentando escalar por encima de los demás. La oscuridad se hizo.
―¡¡Aagghh!! ―otra vez de acuerdo, por segunda vez en poco tiempo.
El sorprendente, y nunca bien ponderado, poder de la adrenalina se manifestó en el cuerpo del canijo, que consiguió abrir la puerta, echándonos a todos hacia atrás ―incluido Bruce Lee―. Echamos a correr por el primer tramo del pasillo, hacía la calle.
―¡¡Manolitoooo!! ―La desaprovechada voz de soprano de la madre de mi amigo, resonó por todo el edificio.
―¡Corred, que viene! ―Todos obedecimos, sin saber a ciencia cierta a quien se refería mi amigo.
Un proyectil en forma de zueco se clavó en la puerta hueca que había en la esquina del pasillo, que daba paso al segundo tramo. El nombre de mi amigo volvió a resonar, justo cuando el canijo, que había sacado cierta ventaja, abrió la puerta, salió, y se lanzó escaleras abajo. Todos le seguimos. Una vez alcanzamos el exterior, apretamos a correr calle arriba ―no sé sabe porque en esa dirección― todos juntos ―tampoco se sabe el porqué―.
―¿Viene? ―preguntó el canijo, aprovechándose de que iba el primero. Nadie contestó, necesitados como estábamos del oxígeno para las piernas. Finalmente, yo, que me había quedado el último, respondí por si acaso, sin mirar para atrás:
―¡¡Sí!!
Trescientos metros más arriba, nuestros pulmones ya lo habían dado todo. Nos giramos y Bruce Lee ya no venía. No sabemos si volvió al más allá, o cayó presa de la madre de Manolito. Nunca preguntamos.
Lo inexplicable de esta historia, es cómo mis amigos y yo, nos pusimos tantas veces de acuerdo.