miércoles, 26 de abril de 2023

EL RÉGIMEN DE EVA

 Este jueves nos convoca TRACY y nos invita a reflexionar sobre qúe podría haber ido mal en la noche de bodas de Eva, la del Génesis. Aqui queda patente, que sin desobedecer, la cosa podía habr ido peor.

Podésis ver el resto de Génesis apócrifos AQUI 


 

          Me ha dicho Adán que hoy es un día especial; que me prepare, aunque no me ha concretado exactamente en qué consistía la especialidad; solo ha dicho que se iba a buscar unas algas milagrosas.

          Al rato mientras estaba holgazaneando al pie de un árbol se ha presentado una serpiente. Se ha puesto así un poco derecha y me ha señalado una fruta del árbol donde yo estaba: “El fruto de ese árbol…” y eso es todo lo que ha podido decir antes de que le atizara con una rama. Mientras me la estaba comiendo ―he visto que otros animales lo hacen― he pensado que es la primera serpiente que veo hablar; quizás era la especialidad a la que se refería Adán. Nunca hemos comido serpiente y me ha parecido un poco sanguinolenta, así que la he pinchado de un palo y la he llevado al fuego perpetuo, y después de pasarla un ratito por las llamas, la verdad es que esta mucho más apetitosa; un poco insípida, como el pollo, pero bueno. Lo que sí me ha decepcionado es que tiene muy poca chicha.

          Luego he ido a hacer la digestión al árbol. Entonces he pensado en lo que estaba diciendo la serpiente. Lo de las frutas. Seguro que me las indicaba como un buen alimento para que no me la comiera a ella. Lástima no haber esperado a ver qué quería decirme, pero es que llevaba dos días sin comer. Adán con los preparativos del “día especial” no salía a cazar. En fin que me cogido un par de frutas de estas, y así a palo seco, están un poco crudas, así que las he pinchado con el palo seco y las he llevado al fuego perpetuo, igual que la serpiente, y buenooo, ¿Dónde va a parar? Mucho mejor así. Esto del fuego perpetuo es un gran invento.

          Después de comerme un par, me he quedado con hambre pero he preferido esperar a Adán para explicarle todo. Pero Adán se ha presentado con su palito inclinado hacia arriba en vez de hacia abajo, como acostumbra; y con una aspecto amenazador; parecía que iba a explotar y mancharlo todo. Morado, pero morado que parecía hipóxico. Le he preguntado si se encontraba bien y ha dicho que mejor que nunca; que había tomado vialga, el alga que había ido a buscar por la mañana. Antes de que pudiera explicarle lo de la serpiente y la fruta, se me ha puesto encima ha empezado a moverse, hasta que en un momento dado se ha parado de sopetón, se ha incorporado un poco y se ha llevado las dos manos al corazón; luego se ha caído a un lado. Ya me parecía a mí que eso no podía estar bien; ya te digo, hipóxico hipóxico estaba el palito; menos mal que yo no tengo de eso.

          Adán, para mañana iba a estar echado a perder. Así que como me había quedado con hambre, he cogido un sílex, y le he sacado una costilla. Me la he comido entera por no hacerle un feo, pero la verdad es que estaba sanguinolenta y grasosa que te cagas. He visto que unos insectos verdes, alargados, con las patas dobladas hacia delante, que se ponen derechos y que parecen una mantis religiosa,  hacen esto de comerse al macho, o sea que si la naturaleza nos lo enseña, la naturaleza es sabia. Total que me lo he llevado arrastrándo, al fuego perpetuo. Que me ha costado, ¿eh? Que el cabrón pesa como un muerto… Pero cuando he llegado, el fuego perpetuo se había acabado. Seguro que he hecho algo mal. Ya me dirá alguien algo, aunque,

Como no sea otra serpiente,

Por aquí no hay mucha gente.

jueves, 13 de abril de 2023

SIR MARCCELOT PERDIÓ SU CABALLO

 Este mes, el concurso del TINTERO DE ORO nos reta a escribir un cuento de Hadas o medieval con moraleja. No debe ser un cuento para niños. La moraleja y una breve explicacion sobre de donde surgió este texto , en principio un poco raro, estan al final.

 

Podeis encontrar el resto de concursantes AQUI

 


          Sir Marccelot era el más valiente caballero de la Corte pero tenía un temor oculto que nunca confesó a nadie. Era un miedo infundado, pero es sabido que los temores irracionales son los más insuperables.

          El referido temor era perder las botas, cuando se encontraba en la Corte, y su equivalente en el campo de batalla, quedarse sin caballo.

          A Sir Marccelot le duraban poco los escuderos, así que era habitual que tras una batalla volviera a la Corte solo. En esta ocasión regresaba del norte y hacía un tiempo espantoso. Una mezcla de frio y humedad calahuesos con niebla impenetrable. Los caminos estaban embarrados pero, Sir Marccelot no había perdido las botas. Ni el caballo, todavía.

          Llegó a una posada. No había prácticamente nadie. Dejó el caballo fuera sin preocuparse demasiado. Se notaba que pertenecía un caballero por lo que nadie se atrevería a tocarlo. Dentro había dos clientes y el posadero. Pidió de comer, comió y pagó. Al salir el caballo no estaba. Sir Marccelot enfurecido sacó la espada, pero no había nadie. Pensó que el posadero podía estar compinchado con alguien, pero cuando vio su cara al ponerle la espada en el cuello, descartó dicha posibilidad.

          Así pues, echó a andar. Dos millas después el frio era insoportable, la niebla más impenetrable y encima se puso a llover. Apenas veía por donde iba, así que cuando se acercaba a una sombra, alzaba la espada para evitar chocar. Llegó a una oscuridad que crecía a medida que se acercaba, por lo que dedujo que era una casa o una cueva… Finalmente la espada topó con algo. Una montaña. Tras un rato rodeándola en busca de refugio, encontró una cueva y entró. Escuchaba rumor de gente, pero no veía nada, porque la más absoluta oscuridad inundaba todo. Volvió a adelantar la espada, arrastrándola por el suelo a derecha e izquierda para evitar chocar, y sobre todo para no caer por algún precipicio.

          Entonces chocó con algo metálico. Intentó sobrepasarlo pero no pudo. A medida que se adentraba en la cueva hacía menos frio, así que decidió franquear aquella barrera como fuera. Intentaba pasar sobre ella, cuando alguien lo detuvo y le pidió dos monedas. Sir Marccelot se sobresaltó sobremanera, porque no había percibido ninguna presencia. Blandió su espada en alto aunque seguía completamente ciego. Pensó que el otro debía estar igual, y que, por tanto, no percibió que se encontraba ante un Caballero de la Corte.

          Entonces pensó si no sería ese el pago del barquero. Aquella oscuridad podía ser la puerta de la muerte, y un frio helador le atravesó. Eran demasiadas coincidencias, las que se aliaban para tener al Caballero más valiente de la Corte, en aquel estado de indefensión. Así pues, haciendo una vez más alarde de su valor, preguntó si hablaba con Caronte. La respuesta fue una carcajada que acabó con un rotundo NO.

          Esto alivio a Sir Marccelot, que pagó las monedas de buen grado. La barrera metálica desapareció, y continuó arrastrando la espada a su frente, hasta que detectó un precipicio, de pendiente uniforme y tenue. Continuó, iniciando el descenso. La bajada era escalonada. Notaba que había más gente bajando a su lado y mucha más a su frente. Cuando terminó la pendiente y el camino se allanó, volvió a echar la punta de la espada a tierra, y esta comenzó a deslizarse por unos surcos en el suelo, guiando el avance de Sir Marccelot. Se acercaba a un tumulto. Cuando llegó a su altura, se detuvo ya que estaban parados, como esperando algo.

          Progresivamente, un estruendo comenzó a inundar la cueva. El ruido fue cambiando a una especie de siseo que provocaba el monstruo que invadía la cueva, a medida que se detenía. Aquel siseo le produjo un “deja vu”. Echó la mano al frente y pudo tocar al monstruo. Por su tamaño y la fuerza que desarrollaba en su desplazamiento, debía ser un dragón, pensó. No. Era frio y de piel lisa. Entonces pudo concretar el recuerdo del siseo. Era un basilisco. Una vez se enfrentó a uno, pero no era tan enorme como este.

          Había aprendido que el basilisco es invencible en ataque frontal, pero que desde un flanco, que era la posición en que se encontraba, podía causársele graves daños; así que blandió la espada y mandobló al frente. Apenas notó oposición al rajar la carne del monstruo. Al abrir aquella puerta en el costado del basilisco, notó que salía de él un calor impropio de aquella frialdad de piel. Se sintió empujado al interior de aquel bicho inmundo por la multitud de gente que avanzaba tras él. El calorcito era agradable, pero no olía a intestinos putrefactos, sino a sudor.

          El monstruo, lejos de caer muerto, volvió a avanzar, sin duda espoleado por la enorme herida abierta, pensó Sir Marccelot; pero cuando volvió tocar el costado del monstruo, esta vez desde dentro, comprobó que la herida se había cerrado.

          Tras un rato intentando conservar el equilibrio dentro del monstruo, con la ayuda de su espada, el basilisco se detuvo. Primero pensó que tras el encabritamiento inicial, la gran pérdida de sangre provocada por la herida antes de cicatrizar, había consumido por completo sus energías. Pero cambio de idea cuando escuchó aquello de “Próxima estación, Rocafort. Correspondencia con casa de Marc”


        MORALEJA: Enfrenta tus miedos, por las buenas o por las malas.

 


 Este relato surgió de la admiración  por cómo se manejan los ciegos solos en el metro, tras un recorrido en este medio de transporte con mi amigo Marc

 

 

martes, 4 de abril de 2023

EL MOMENTO

 Este jueves nos convoca M. José desde su blog LUGAR DE ENCUENTROS. El tema es la GRATITUD. Yo mas bien me he centrado en la imagen que nos aporta, que bien vista es lo mismo que la gratitud, aunque podría ser más cosas.

Podéis encontrar el resto de aportes AQUI


 

          Fuera hace frio. En cambio aquí, en este momento, que no espero que dure mucho… El aire poco a poco contaminará el agua con su gelidez. Mi propio cuerpo la contamina. El té mantiene mi calor interior, pero el té ahora está lejos; y queda poco. Aun así, lo peor es que si abro los ojos, o si muevo el brazo, o si pasa cualquier otra cosa, un mosquito o una bomba nuclear, se acabará el momento. Ya sé que no está permitido que dure, pero...

          Se me está resbalando el vaso, pero es sin querer, no pienso moverme. Finalmente ha abandonado mi mano. Espero su explosión contra el suelo. Espero pero no llega. Es sorprendentemente largo el tiempo que tarda en recorrer los sesenta centímetros que lo separan del pavimento. Espero. Finalmente llega pero no explota. Oigo como se descompone en pequeños trocitos que se van separando a medida que su corporeidad va llegando al suelo. Parece que cada uno de esos trocitos se vea capaz de atravesarlo, pero ninguno lo consigue. Solo los hielos se salvan, pero tampoco lo consiguen; solo rebotan. Sigo esperando; no pienso moverme, ni el brazo ni los ojos, el momento aun dura. Alguien reniega lejos, fuera de la bañera, pero yo no me muevo. Espero; no me atrevo a decir que disfruto, porque podría ocurrir que el momento se acabara. Alguien pone otro vaso de whisky en mi mano. ¡Vaya por Dios! Me he descubierto; no era té. El vaso está frio. El momento se acaba; ya han pasado muchas cosas dentro de él; está a punto de convertirse en un rato, y esta paz no puede durar tanto. Aun así, tenemos que dar gracias, ahora, por estos momentos. Gracias porque son gratis, y ahora porque, al menos para mí, nunca segundos whiskies fueron buenos



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