Esto es una combinacion del reto de David Rubio en su Blog EL TINTERO DE ORO, y el reto de CAMPIRELA para el jueves pasado. Lamentablemente por tarde y por largo no lo he podido enviar a los jueveros. El primero era un cuento de Navidad de 900 palabras y el segundo un texto sobre la esclavitud

5 enero. 8:00:
―Despierta,
Walty, Vamooos cariño, que tenemos faena.
«”Walty,
Walty”… Que yo no me llamo Walty», pensó Walty.
24 diciembre. 4:00:
―Walty,
despierta puto vago. Llevas ya más de tres horas durmiendo. ¿Cuántos te faltan?
―voceó “el gordo Nick” derrochando todo el cariño que era capaz de ofrecer a
alguien cercano; un hijo, por ejemplo. Antes era Nicky, pero cuando el
apelativo se unió al nombre, el diminutivo final en “y” resultaba ridículo.
―Unos
125000.
―¿125000?
¿Y te pones a dormir?
―¿Qué
quieres? Hay seiscientas impresoras estropeadas ―replicó Walty
―Ponte a
currar puto vago. Solo quedan veinte horas. Ya dormirás luego, todo el año si
quieres ―El gordo Nick abrió la puerta pero antes de salir se dio la vuelta y
preguntó―: Por cierto, ¿qué has pedido a Papa Noel?
―Papa Noel
no existe.
―Jo, jo,
jo ―se rió ridículamente antes de salir.
Era
mentira. Más bien lo odiaba, pero aun así le pidió algo. Como Papa Noel se
daría cuenta de estos sentimientos, Walty le mandó una carta anónima. Pedía que
cierta persona se convirtiera en un muñeco colgante de árbol de Navidad, en
forma de gordo barbón vestido de rojo. Tambien pedía que le liberaran de aquel
puesto, y que le ofrecieran trabajo en otra empresa de mensajería.
Como Papa
Noel subcontrataba los encargos mágicos y peticiones sobrenaturales, no prestó
demasiada atención a la carta de Walty. La empresa que se encargaba de estos
menesteres era NATYSA.
Hace tiempo:
Walty no
siempre fue un esclavo al mando de 125000 desaprovechadas impresoras 3D, que
solo funcionaban quince días al año ―también se subcontrataban para el Black
Friday―. Antes de ostentar tan insigne cargo, era un muñeco de chocolate negro del 99%,
de ese que solo los pedantes dicen que está bueno. Una vez un niño compró uno
igual, se comió su cabeza, y luego la escupió. “Puaj” ―dijo literalmente―. La
noticia corrió por redes sociales y ya nadie compró a Walty. Hasta que un día
llegó Nicky ―entonces no estaba tan gordo―, y lo compró, pero no se lo comió.
Encargó a Naty ―dueña, gerente, directora general, encargada y única empleada
de NATYSA― que “animara” e hiciera crecer hasta el tamaño de un niño de quince
años―más pequeño no le servía para trabajar― a Walty. Y así fue como el chico consiguió
un padre, un jefe y una mierda de trabajo.
Hace más tiempo aún:
Gaspy y
Merche tenían ―y aún tienen― una empresa de mensajería seminstantanea. Este
tipo de mensajería se caracteriza por no ser tan instantánea como el whatsapp,
pero ser capaz de enviar mensajes materiales. Opera mediante tecnología aún
pendiente de inventar. Su característica diferencial es la velocidad. Mediante
el uso de 125000 dromedrones es capaz de repartir millones de paquetes durante
una única noche. Hay que programar los destinos y tal, pero eso es trabajo informático.
Solo se les puede enviar un mensaje al año, y ellos lo contestan el 5 de enero.
25 de diciembre y siguientes:
Era el día
de las devoluciones, pero eran las doce del mediodía y no había llegado ninguna.
Más curioso aún era que todavía no le habían traído el almuerzo. Y lo raro,
raro, raro era que el gordo Nick aún no había entrado, ni en forma de padre ni
en forma de jefe, para echarle la bronca por algo. Notó que en el árbol de Navidad
había colgando un muñeco de Papa Noel, que el día anterior no estaba. Salió de
su sala de fabricación-reclusión y no vio a ninguno de los repartidores. Ni
siquiera el encargado Rudy andaba por allí. Abrió la puerta de la calle sin
dificultad y, por primera vez después de muchos años, pisó la calle. No le
causó la alegría que cabría esperar. A la izquierda había una cola de gente en
silencio, con paquetes para devolver, pero como no había nadie que los
atendiera, Walty pensó que no iba a hacer el trabajo de los demás, y empezó a
caminar sin prisa; no había nadie para perseguirle. Pensó en el muñeco de
Navidad.
Consiguió
trabajo en la segunda empresa de mensajería más importante del mundo. Naty había
cumplido sus deseos. Varios días más pensó en el muñeco. En esta empresa le
trataban muy bien, le daban alojamiento en la misma casa de los dueños, y le
trataban como a un hijo. Merche y Gaspy no tenían descendencia, y rondaban la
edad en que ya no podrían tenerla. Lo único que le impedía ser feliz era el
pensamiento recurrente del muñeco de Navidad. Finalmente cambió su carta a los
Reyes Magos, por otra en que pedía que el gordo Nick volviera a la vida y
recuperase su tamaño; incluso se permitió añadir, que con un poquito menos de
peso, para que pudiera volver a llamarse Nicky.
5 enero 8:01:
―Vale, ya
voy. ―Se desperezó con parsimonia―. Pero con una condición: no me llaméis más “Walty”.
Llamadme “Balty”. Al fin y al cabo no me llamo Walter. Me llamo Baltasar. Uno
se llama como uno quiere llamarse, ¿no?
―¡A la orden!
―contestó Merche sonriente sentada a su lado en el borde de la cama. Hizo una
pausa sin dejar de mirarle―. He visto tu carta a los Reyes Magos ―siguió orgullosa
sin perder la sonrisa.
Balty bajó
la cabeza avergonzado. Al ver que ella no se enfadaba, también sonrió
sutilmente. Luego pensó: «Vaya empresarios. No me extraña que vayan segundos».