Esta semana nos convoca Mag para ensimismarnos en ensoñaciones despiertos.
Ha
hecho una preciosa introduccion del tema, es su blog
LATRASTIENDADELPECADO pero un poco larga y no he llegado a la parte
donde pone limite de palabras😜
Podeis leer otras aportaciones mas cortas AQUI
Estaba yo teletrabajando para la multinacional que me paga, cuando sonó el
timbre. Me quite las dos mantas, bajo las que nos obligaba a trabajar la ola de
frio que ya duraba dos años, y salí a abrir la puerta. Era el de Amazon, dentro
de un traje de nieve.
―¿Es usted el Sr. Newman? ―preguntó sin atreverse a sacar las manos de los
bolsillos. Yo asentí y él le dio una patada a la caja que había en el suelo
haciéndola entrar en mi apartamento―. Adiós.
Venia de mi multinacional. “Calefactor de altas prestaciones” ponía en la
etiqueta. Abrí la caja. Era una chica vestida, o eso representaba. Japonesa y
pequeñita. Aunque, así plegada, resultaba difícil calcular su altura, no debía pasar de 1,50. Los
ojos eran de japonesa de “manga”, no de japonesa real. La toqué, y la textura
tenía una humanidad sobrada de colágeno,
increíble. Ojeé las instrucciones. “Conectividad: Habla”. “¿Cómo que habla? Es
un calefactor, ¿no?”, pensé. Desplegué el poster. Ahí estaba sin ropa y se
parecía más a una chica que a cualquier otra cosa, pero no tenía tetas, ni
siquiera minitetas, pero en compensación, lucía dos manos en cada brazo, y dos
pies en cada pierna, cuya funcionalidad era un misterio. Desplegué a la… al
calefactor, y ,efectivamente, venía con esa dotación. Seguí leyendo: “Puesta en
marcha: Plug and Play. Siéntese en su puesto de trabajo y accione el
interruptor.” Arrastré la caja hasta el ordenador, me senté frente a él y pulse
un botón que tenía en la nuca. Se puso en marcha como un resorte, y dio un
vistazo a mí y al apartamento, como procesando la información. Luego, con su
plan trazado, se quitó la ropa, me apartó del ordenador y me quitó las botas,
los tres pares de calcetines y los guantes. Luego se sentó sobre mí. Tetas no
tenia, pero el resto de atributos femeninos estaban en perfecto orden. Envolvió
mis manos entre sus manos dobles, e igualmente hizo con mis pies. Apretó su
espalda contra mi pecho y encajó su coronilla bajo mi barbilla. Emanaba un
agradable calor toda ella; o sea, él; o sea, el calefactor.
Su mano inferior derecha funcionaba como ratón, conectada no sé cómo a mi
ordenador. Cuando no escribía a dos manos, y solo usaba el ratón, acostumbraba
a apoyar mi mano izquierda sobre el
interior de mi muslo, pero como ella estaba sentada encima, me vi obligado a
apoyarla sobre el de ella. Su pelo olía como humano, de lavado el día anterior.
Me separé del calefactor para contemplar la nuca que su pelo corto dejaba al
descubierto. Cuando ya traspasé la línea en la que ya no eres dueño de tus
actos, me abalancé a morder la nuca del calefactor, pero el botón de encendido
me cortó el rollo. No obstante, el artilugio ya había detectado la revolución
dentro de mis pantalones. Supongo que estaba entrenado para ello.
―Está usted muy tenso, Sr. Newman. ―Ya estamos, la primera palabra que
suelta, una crítica. Yo estaba extremadamente avergonzado, pero no sabía cómo
disculparme, ni si debía hacerlo, al fin y al cabo era un objeto, ¿no? Entonces
ella apoyó su mano sobre mi entrepierna―. No se puede rendir adecuadamente con
esta tensión acumulada ―sentenció. Luego se arrodilló, me desabrochó el
pantalón y me liberó de mi tensión―. Mucho mejor así, ¿verdad? ―preguntó
retóricamente. Yo no me atreví a llevarle la contraria. Sabía hacer más cosas
que hablar y calentar.
Seguí, seguimos teletrabajando
cuando pasado un ratito, le susurré al oído: “Tengo frio en los hombros”.
Inmediatamente, afloraron de su pecho dos largas y planas tetas que se
desplegaron por detrás de ambos y cubrieron mi espalda. Calentar calentaban,
pero eran un evidente error de diseño, como la ubicación del interruptor.
Cualquier inminente intentó de revolución dentro de pantalones, quedó abortada
en aquel momento.
La alteración del día, hizo que no me pudiera concentrar en el trabajo, y
el rendimiento, a pesar de los alicientes, fue mínimo.
―Mañana… ―empecé a balbucear cuando ella, ―Caly, la había bautizado, aunque
aún no me había atrevido a decírselo―, me interrumpió.
―Mañana, yo me levantaré un rato antes, y te llevaré el desayuno a la cama.
Si durante la noche no te has liberado de todas tus tensiones, lo arreglaremos,
y luego nos pondremos a trabajar duro.
Pues ya estaban contestadas todas mis preguntas. A las nueve de la noche, antes
de cenar pensé en llamar a mi novia:
―Cari… ―Se escuchaba un ajetreo tremendo para la hora que era.
―Ahora no puedo, luego te llamo ―consiguió articular entre lo que parecían
jadeos…
―¿A ti también te han enviado un calefactor? ―Pero Cari ya había colgado.
Caly preguntó:
―¿Era tu novia? ―No sé si el verbo en pasado era por orgullo propio, o `por
alabar a las prestaciones de su compañero, el calefactor de mi novia.
―Eso creo. Por lo menos lo era ―balbuceé fijando la mirada embobada en la
pared.
―No te preocupes, no la necesitas.
Mientras Caly preparaba la cena, inspeccioné la caja donde había venido.
“Made in China”. Deben haber inundado el país de calefactores optimizadores de
rendimiento. Ya sé porque China apoyó a Puttin cuando decidió cortarnos el suministro
de energía. Frio en vez de pandemia y negocio seguro.
Me quité las dos mantas, bajo las que nos obligaba a trabajar la ola de
frio que ya duraba dos años, y salí a abrir la puerta. Era el de “la Sirena”.
Había dejado la bolsa de congelados en la puerta y no se había esperado ni a
que le firmara.