Este jueves nos convoca Mónica en su blog NEOGEMINIS con una propuesta que ha titulado "Vuelo simbolico". Se trata en dejar fluir a partir de una ilustracio, entre varias a elegir. Yo he escogido esta:
El título no va a ser muy original, porque el tema de todas las fotos es bastante común.
Podeis encontrar el resto de aportaciones AQUI.
Aquella mañana le despertó el dolor. La noche anterior, cuando se durmió, tenía las mismas manos blancas, pequeñas y delicadas que había tenido siempre. No hacían juego con el resto de su cuerpo, que si no musculado, sí era al menos fibroso.
Rita lo conoció en el gimnasio, y enseguida intimaron. Sus “repasos visuales” por la sala de pesas eran conocidos por todos. Sin embargo, no miraba glúteos, ni pectorales ni deltoides. Ni siquiera cuádriceps y bíceps. Miraba las manos.
Ánder no frecuentaba la sala de pesas. Se desconoce porque llamó la atención de Rita. Era una anomalía en sus parejas, incluso las ocasionales.
Rita era consciente de que aquello suyo era prácticamente un fetiche. La esencia de la masculinidad era para ella las manos. Había leído en internet de la obsesión de algunas mujeres por las manos. Fibrosas y venosas eran las que más éxito tenían. Sin embargo para ella todo eso palidecía ante el tamaño. Unas manos grandes, que cogieran del brazo sus cincuenta kilos y los manejara como un trapo, que la sujetaran por la parte alta de sus muslos sin que la dejaran ni soñar con escaparse, que la rodearan del cuello y la aplastaran contra la pared… Esas manos encarnaban una masculinidad superior. Pero su gran ilusión era…
El día que Ánder le organizó su cumpleaños, lo pidió al soplar las velas: «Un hombre capaz de cogerla por su estrecha cintura y llevarla con una sola mano, como si fuera un fardo, un objeto, en definitiva, una posesión».
Tres meses después Ánder y Rita dejaron la relación. El ángel de los deseos de Rita, con las restricciones de personal, se tenía que ocupar de un cincuenta por ciento más del personal que tenía asignado por contrato, y no se enteró de esta circunstancia. Cuando le llegó el deseo pensó: «¿Ahora me voy a poner a buscarle un tío nuevo, además tan difícil de encontrar, con esas manazas? Pues le arreglo el que ya tiene, y ya está». Tres horas después de despertarse, el palmo de Ánder medía ya cuarenta centímetros.