Este texto es mi participacion en el reto de GINEBRA BLONDEpara la convocatoria del mes de septiembre. Se trata de hacer un relato basado en una de las fotos de las que presenta en su blog. Yo no leí bien y crei que era basado en dos fotos. Despues de leer los textos, la adivinanza consiste en averiguar en qué dos fotos me he basado. Todas las fotos y todos los relatos estan en el blog de
Riiing…
―Hello?
―Hola Redy, soy yo.
―Ah, hola Blonde. ¿Qué haces?
―Pues paseando por un polígono abandonado. Buscando cosas. ¿Y tú?
―Esperando a mi cita.
―¿Con un tío? ¿Quieeén? ―preguntó Blonde en tono suplicante ávido de confidencias.
―¿Un tío? Jaja ¿Qué es eso? ¿Aún existen? Que va. Con mis relojes. El próximo cambio los dos. O sea que tengo dos horas libres por delante. ¿Quieres quedar? O vente pa casa. Estoy agobiada. Más, quiero decir…
―Pero aun haces eso de los relojes. No jodas.
―Claroo. Si no desparezco.
―No jodas, Redy ―arrastró las palabras Blonde, decepcionada―. ¿Cómo coño vas a desaparecer? No jodas… ¿Qué te dice la psiquiatra de eso?
―Nada.
―No jodas. ¿No te dice nada? ¿Cómo no te va a decir nada? ¿Te deja que te estés todo el día dando vueltas a los putos relojes? Vaya puta mierda de psiquiatra tienes…
―Es que no lo sabe.
―¿Qué no lo sabe? ¿No se lo has dicho aun? No jodas, Redy. ¿Pa qué coño vas al psiquiatra, si no le cuentas que te pasas todo el puto día dando vueltas a dos putos relojes de arena, porque si a uno se le acaba, despareces? Es como: “cada día me intento suicidar saltando por la ventana de un bajos y nunca lo consigo. ¡Qué frustración!, ¿no?”. Pero ¿cómo no le cuentas eso? Todo lo demás que te pasa es una mierda comparado con eso.
―Jooo, Blonde. No puedo ―suplicó Redy, esperando un poco de comprensión. Luego se justificó, creyendo haber encontrado un argumento definitivo―: Se lo prometí a la china, antes de que despareciera.
―Pero qué china, ni que… Joder, Redy. Voy para allá. ―Luego hizo una pausa como recordando algo―. Escucha, voy a tardar un poco, que voy a buscar una cosa que he visto a la entrada del polígono. Igual te va bien.
Blonde desanduvo el camino hasta llegar a las ruinas de una fábrica cuyas puertas y muros habían cedido a la presión de su contenido. Al caer habían dejado desparramados ante la fachada, una inmensa cantidad de engranajes y ruedas dentadas, integrantes de lo que fue un transatlántico a cuerda. Entre ellos también encontró varios relojes para medir la presión de vapor, otros para medir la temperatura, otros la velocidad, y los que a ella le interesaban, que eran lo que servían para medir la presión del tiempo. Cogió el que mejor aspecto tenía, le dio cuerda y se lo acercó al oído para comprobar que funcionaba. Luego se encaminó a casa de Redy.
―Te traigo un regalo.
―A ver, a ver… ¿Qué es? ―preguntó ilusionada. Blonde se lo sacó de detrás de la espalda, donde lo ocultaba y se lo entregó de sopetón―. ¿Un reloj? ―preguntó decepcionada―. Vaya, pensé que era otra cosa. Los relojes no me gustan. No te dejan vivir. Siempre con prisas, el estrés…
―Ya, pero son necesarios.
―Yo no tengo.
―¿No tienes reloj? ―Echó un vistazo al loft en que vivía Redy y vio marcas circulares en la pintura de varias paredes, indicadoras de relojes que habían sido desmontados. En los tres muebles que tenía tampoco había ninguno―. Pero ¿cómo es que no tienes relojes? ¿Se lo has dicho a la psiquiatra?
―No.
―No jodas, Redy. ¿Para qué vas a la psiquiatra, si no le cuentas nada?
―Voy forzada. ¿Qué te crees, que me gusta ir a explicar mis mierdas a una desconocida? Solo te las explico a ti, y si me vienes jodiendo, ni a ti te las voy a explicar. Además nunca me ha preguntado nada de relojes. Y si has venido para agobiarme más, ya te puedes ir a la puta mierda.
Blonde se la quedó mirando un par de segundos, sin decir nada. Luego, preguntó:
―¿Por eso siempre llegas tarde?
―No sabía que siempre llego tarde.
Transcurrió lentamente otro par de segundos y las dos, a la vez, rompieron a reír a carcajadas como si no hubiera un mañana. Casi tres minutos de reloj después:
―¿Y esos dos? ―preguntó Blonde señalando a los dos de arena.
―Esos no son para medir el tiempo.
―Pues este que te traigo, no lo uses para medir el tiempo. ―Lo colocó encima de la mesa, la hizo sentarse a su lado y le empezó a explicar como si se tratara de una niña―. Lo usas en lugar de los dos de arena, y como va a cuerda, no tienes que estar vigilando cada dos horas, o lo que sea, si a alguno se le acaba la arena, para volver a darle la vuelta. Solo tienes que darle cuerda una vez al día, y ya está.
Redy se quedó mirando fijamente el reloj, como hipnotizada. Cerca de un minuto, sin decir palabra. Luego dijo, como si, a pesar de tener una relación especial con el tiempo, nunca hubiera visto algo parecido:
―La larga va muy rápido. Voy a tener más faena que con los de arena.
―Pero ¿cómo que va muy rápido? Va como tiene… ―Mientras Blonde hablaba, Redy cogió la manecilla larga y la quitó sin gran esfuerzo―. Pero ¿qué haces? Ahora… ―Buscó en su mente racional algún argumento con que recriminarle su acción, pero no encontró ninguno.
―Mucho mejor así ―sentenció―. Ahora cuando bajes tira a la basura los de arena. Y vete ya, que tengo que coordinarme con este que me has traído.
―Bueno, bueno. Vale…
… … … …
A día siguiente, después de comer, Blonde la llamó:
―¿Qué haces?
―Pues manteniéndola alta y recta, que si se baja…
―¿Estás con un tío? ―Esperó las risas, pero la conexión telefónica no era la misma que la personal. Tras el silencio, pensó que igual sí que estaba con un tío.
―No. ¿Por…?
―Por, según, sin, so, sobre y tras.
―¿Queeeé?
―Que no me dejes las frases a medias, ni refranes sin acabar. Que me da mucha rabia. Y ya lo sabes que te lo he dicho muchas veces.
―Jajaja.
―Pues no le veo la puta gracia.
―Jajaj. ¿A qué tío te creías que se la estaba manteniendo alta y recta? Jajaja.
―Jaja ―rio Blonde, ya sin ganas.
―Me refería a la saeta del reloj. La mantengo apuntando hacia arriba, porque si la dejo llegar abajo, igual luego no vuelve a subir. Este reloj es viejo y no sé si podrá… ―se quedó pensativa un segundo―. A lo mejor es como los tíos. Jajaja.
―Va, no jodas. ¿Cómo no va a poder subir? Voy para ahí, Redy.
Cuando llegó, La pelirroja le abrió la puerta y se apresuró a volver a la mesa donde tenía el reloj. La rubia fue tras ella y se sentó a su lado.
―Joder, Redy. No le pasa nada al reloj. Cuando llegué abajo… ―Blonde oteó el horizonte―… Quiero una copa. ¿Tienes algo?
―Algo hay. Mira ahí ―dijo señalando el mueble del rincón, mientras Blonde se levantaba y se dirigía allí.
―¿Tienes Ginebra? ―preguntó Blonde justo antes de frenarse. No sabía de donde había salido aquella pregunta. No bebía más que ocasionalmente una cerveza. Nunca Ginebra. Se sintió como una marioneta. Como si alguien hubiera pronunciado esas palabras por ella. Volvió a la mesa.
―Pero ¿tu bebes?
―No ―contestó aun desconcertada por la situación. Luego se recuperó―: Te decía antes, que aunque llegué abajo volverá a subir. No hace falta que le vayas dando vueltas al reloj para que la saeta siempre apunte arriba. Pero es que, aunque no subiera, tampoco desaparecerías. Ni aunque se hubiera agotado la arena de los otros relojes.
―Que sí. Que tú no tienes ni puta idea.
Y entonces Blonde explotó:
―¡Hostia puta! Trae el puto reloj. ―Se lo arrebató cabreada, y lo colocó de modo que a la saeta le faltara un segundo para apuntar hacia abajo.
―No, coño. No hagas eso.
―¿Ves? No pasa nada. ―Redy se quedó paralizada, como esperando que pasara algo, pero no pasó.
No pasó hasta diez segundos después, en que la pelirroja sufrió un espasmo. Intentó mover el reloj pero su mano pasó a través de él. Esta vez fue la rubia la que se quedó paralizada, mientras veía como Redy empezaba a borrarse.
―Mantén la saeta siempre arriba. ―La voz se escuchaba cada vez más lejana―. Y si algún día fallas, procura tener a alguien cerca; si no morirás para siempre. A mí, me lo pasó la china.
Y, efectivamente, desapareció.