domingo, 27 de septiembre de 2020

ROJA Y GUALDA

 Este texto es mi participacion en el reto de GINEBRA BLONDEpara la convocatoria del mes de septiembre. Se trata de hacer un relato basado en una de las fotos de las que presenta en su blog. Yo no leí bien y crei que era basado en dos fotos. Despues de leer los textos, la adivinanza consiste en averiguar en qué dos fotos me he basado. Todas las fotos y todos los relatos estan en el blog de

Ginebra reto IMAGINACION

 

Riiing…

―Hello?

―Hola Redy, soy yo.

―Ah, hola Blonde. ¿Qué haces?

―Pues paseando por un polígono abandonado. Buscando cosas. ¿Y tú?

―Esperando a mi cita.

―¿Con un tío? ¿Quieeén? ―preguntó Blonde en tono suplicante ávido de confidencias.

―¿Un tío? Jaja  ¿Qué es eso? ¿Aún existen? Que va. Con mis relojes. El próximo cambio los dos. O sea que tengo dos horas libres por delante. ¿Quieres quedar? O vente pa casa. Estoy agobiada. Más, quiero decir…

―Pero aun haces eso de los relojes. No jodas.

―Claroo. Si no desparezco.

―No jodas, Redy ―arrastró las palabras Blonde, decepcionada―. ¿Cómo coño vas a desaparecer? No jodas… ¿Qué te dice la psiquiatra de eso?

―Nada.

―No jodas. ¿No te dice nada? ¿Cómo no te va a decir nada? ¿Te deja que te estés todo el día dando vueltas a los putos relojes? Vaya puta mierda de psiquiatra tienes…

―Es que no lo sabe.

―¿Qué no lo sabe? ¿No se lo has dicho aun? No jodas, Redy. ¿Pa qué coño vas al psiquiatra, si no le cuentas que te pasas todo el puto día dando vueltas a dos putos relojes de arena, porque si a uno se le acaba, despareces?  Es como: “cada día me intento suicidar saltando por la ventana de un bajos y nunca lo consigo. ¡Qué frustración!, ¿no?”. Pero ¿cómo no le cuentas eso? Todo lo demás que te pasa es una mierda comparado con eso.

―Jooo, Blonde. No puedo ―suplicó Redy, esperando un poco de comprensión. Luego se justificó, creyendo haber encontrado un argumento definitivo―: Se lo prometí a la china, antes de que despareciera.

―Pero qué china, ni que… Joder, Redy. Voy para allá. ―Luego hizo una pausa como recordando algo―. Escucha, voy a tardar un poco, que voy a buscar una cosa que he visto a la entrada del polígono. Igual te va bien.

Blonde desanduvo el camino hasta llegar a las ruinas de una fábrica cuyas puertas y muros habían cedido a la presión de su contenido. Al caer habían dejado desparramados ante la fachada, una inmensa cantidad de engranajes y ruedas dentadas, integrantes de lo que fue un transatlántico a cuerda. Entre ellos también encontró varios relojes para medir la presión de vapor, otros para medir la temperatura, otros la velocidad, y los que a ella le interesaban, que eran lo que servían para medir la presión del tiempo. Cogió el que mejor aspecto tenía, le dio cuerda y se lo acercó  al oído para comprobar que funcionaba. Luego se encaminó a casa de Redy.

―Te traigo un regalo.

―A ver, a ver… ¿Qué es? ―preguntó ilusionada. Blonde se lo sacó de detrás de la espalda, donde lo ocultaba y se lo entregó de sopetón―. ¿Un reloj? ―preguntó decepcionada―. Vaya, pensé que era otra cosa. Los relojes no me gustan. No te dejan vivir. Siempre con prisas, el estrés…

―Ya, pero son necesarios.

―Yo no tengo.

―¿No tienes reloj? ―Echó un vistazo al loft en que vivía Redy y vio marcas circulares  en la pintura de varias paredes, indicadoras de relojes que habían sido desmontados. En los tres muebles que tenía tampoco había ninguno―. Pero ¿cómo es que no tienes relojes? ¿Se lo has dicho a la psiquiatra?

―No.

―No jodas, Redy. ¿Para qué vas a la psiquiatra, si no le cuentas nada?

―Voy forzada. ¿Qué te crees, que me gusta ir a explicar mis mierdas a una desconocida? Solo te las explico a ti, y si me vienes jodiendo, ni a ti te las voy a explicar. Además nunca me ha preguntado nada de relojes. Y si has venido para agobiarme más, ya te puedes ir a la puta mierda.

Blonde se la quedó mirando un par de segundos, sin decir nada. Luego, preguntó:

―¿Por eso siempre llegas tarde?

­―No sabía que siempre llego tarde.

Transcurrió lentamente otro par de segundos y las dos, a la vez, rompieron a reír a carcajadas como si no hubiera un mañana. Casi tres minutos de reloj después:

―¿Y esos dos? ―preguntó Blonde señalando a los dos de arena.

―Esos no son para medir el tiempo.

―Pues este que te traigo, no lo uses para medir el tiempo. ―Lo colocó encima de la mesa, la hizo sentarse a su lado y le empezó a explicar como si se tratara de una niña―. Lo usas en lugar de los dos de arena, y como va a cuerda, no tienes que estar vigilando cada dos horas, o lo que sea, si a alguno se le acaba la arena, para volver a darle la vuelta. Solo tienes que darle cuerda una vez al día, y ya está.

Redy se quedó mirando fijamente el reloj, como hipnotizada. Cerca de un minuto, sin decir palabra. Luego dijo, como si, a pesar de tener una relación especial con el tiempo, nunca hubiera visto algo parecido:

―La larga va muy rápido. Voy a tener más faena que con los de arena.

―Pero ¿cómo que va muy rápido? Va como tiene… ―Mientras Blonde hablaba, Redy cogió la manecilla larga y la quitó sin gran esfuerzo―. Pero ¿qué haces? Ahora… ―Buscó en su mente racional algún argumento con que recriminarle su acción, pero no encontró ninguno.

―Mucho mejor así ―sentenció―. Ahora cuando bajes tira a la basura los de arena. Y vete ya, que tengo que coordinarme con este que me has traído.

―Bueno, bueno. Vale…

… … … …

A día siguiente, después de comer, Blonde la llamó:

―¿Qué haces?

―Pues manteniéndola alta y recta, que si se baja…

―¿Estás con un tío? ­―Esperó las risas, pero la conexión telefónica no era la misma que la personal. Tras el silencio, pensó que igual sí que estaba con un tío.

―No. ¿Por…?

―Por, según, sin, so, sobre y tras.

―¿Queeeé?

―Que no me dejes las frases a medias, ni refranes sin acabar. Que me da mucha rabia. Y ya lo sabes que te lo he dicho muchas veces.

―Jajaja.

­―Pues no le veo la puta gracia.

―Jajaj. ¿A qué tío te creías que se la estaba manteniendo alta y recta? Jajaja.

―Jaja ―rio Blonde, ya sin ganas.

―Me refería a la saeta del reloj. La mantengo apuntando hacia arriba, porque si la dejo llegar abajo, igual luego no vuelve a subir. Este reloj es viejo y no sé si podrá… ―se quedó pensativa un segundo―. A lo mejor es como los tíos. Jajaja.

―Va, no jodas. ¿Cómo no va a poder subir? Voy para ahí, Redy.

Cuando llegó, La pelirroja le abrió la puerta y se apresuró a volver a la mesa donde tenía el reloj. La rubia fue tras ella y se sentó a su lado.

―Joder, Redy. No le pasa nada al reloj. Cuando llegué abajo… ―Blonde oteó el horizonte―… Quiero una copa. ¿Tienes algo?

―Algo hay. Mira ahí ―dijo señalando el mueble del rincón, mientras Blonde se levantaba y se dirigía allí.

―¿Tienes Ginebra? ―preguntó Blonde justo antes de frenarse. No sabía de donde había salido aquella pregunta. No bebía más que ocasionalmente una cerveza. Nunca Ginebra. Se sintió como una marioneta. Como si alguien hubiera pronunciado esas palabras por ella. Volvió a la mesa.

―Pero ¿tu bebes?

―No ―contestó aun desconcertada por la situación. Luego se recuperó―: Te decía antes, que aunque llegué abajo volverá a subir. No hace falta que le vayas dando vueltas al reloj para que la saeta siempre apunte arriba. Pero es que, aunque no subiera, tampoco desaparecerías. Ni aunque se hubiera agotado la arena de los otros relojes.

―Que sí. Que tú no tienes ni puta idea.

Y entonces Blonde explotó:

―¡Hostia puta! Trae el puto reloj. ―Se lo arrebató cabreada, y lo colocó de modo que a la saeta le faltara un segundo para apuntar hacia abajo.

―No, coño. No hagas eso.

―¿Ves? No pasa nada. ―Redy se quedó paralizada, como esperando que pasara algo, pero no pasó.

No pasó hasta diez segundos después, en que la pelirroja sufrió un espasmo. Intentó mover el reloj pero su mano pasó a través de él. Esta vez fue la rubia la que se quedó paralizada, mientras veía como Redy empezaba a borrarse.

―Mantén la saeta siempre arriba. ―La voz se escuchaba cada vez más lejana―. Y si algún día fallas, procura tener a alguien cerca; si no morirás para siempre. A mí, me lo pasó la china.

Y, efectivamente, desapareció.

lunes, 21 de septiembre de 2020

ASCENSIÓN

Microrrelato para una convocatoria de la cadena ser. 

El reto consiste en que viene impuesta la primera frase. 

Era un limite de 100, pero ahora me doy cuenta de que tiene 106


Exactamente lo mismo que decía cuando estaba viva. No lo decía, pero lo pensaba. Comer, comer  y comer. Era inevitable lo que pasó. Cuando abandonó su carcasa y comenzó a ascender se sintió desconcertada. A medida que subía, se daba cuenta de que la vida que había llevado era una mierda. Arrastrándose como un gusano para conseguir poco más que sobrevivir.

Cuando ya estaba bastante alto volvió a pensar en comer. La costumbre. No sabía si tenía permitido volver a bajar, pero lo hizo. Se posó en un campo de amapolas. Sacó la trompa y absorbió.

«¡Que manjar! Mucho mejor que cuando era una oruga», pensó.   

jueves, 17 de septiembre de 2020

EL FIN DE LOS PRINCIPIOS

 

 Este jueves nos convoca para los relatos jueveros

MOLÍ DEL CANYER con un tema apasionante: INSUMISIÓN

Y esta es mi aportación:
 
 

             ―Carguen, apunten… ¡Fuego!

            Todos los reos fueron cayendo a tierra en un torpe descenso por poste al que estaban atados con las manos atrás. Todos excepto uno, que quedó ojiplático al comprobar que aquel era el día más afortunado de su vida. Había comentado durante la noche anterior, junto con sus difuntos compañeros, que el que sobrevivía a la primera descarga, se salvaba. Se lo había soplado a uno de ellos, el carcelero que los vigiló la última noche, más que nada para que durmieran con alguna esperanza. La realidad era muy diferente. El capitán Sanchís se caracterizaba por su rigurosidad, más allá de lo que el deber exige, en todo lo que a las ejecuciones se refería. Le encantaban. Para ser precisos, le divertían. Creía que aquello de poner salvas en algunas armas, con el fin de difuminar la responsabilidad de las muertes eran, “mariconadas”. Sobre todo en los fusilamientos comunitarios; por eso sus normas estrictas eran que cada fusilero, ejecutaba al reo que tenía delante. Tantos reos, tantos fusileros.

            ―Al soldado Eclesiatés, ¿se le ha encallado el arma? ―preguntó con retintín el capitán.

            ―No, mi capitán. Es que apunté al reo de la derecha.

            ―Ah, de modo que el soldado Eclesiastés, Eclesiastés, ¿verdad? ―incisó bajando la voz en espera de confirmación. Cuando la obtuvo, continuó la frase, de nuevo en voz alta― no estaba al corriente de que, en mis fusilamientos ¡NO! ―gritó enérgicamente destacando la palabra― se debe disparar a ningún otro sitio que no sea la reo que se tiene justo enfrente.

            ―Bueno… ―consiguió articular tímidamente el soldado antes de que el capitán volviera a soltar todo su chorro de voz:

            ―”¡Bueno!” De modo que… “Bueno”. ¿Le parece que le preguntemos al reo si ve algo de "bueno" en retrasar ridículamente la hora de su muerte, haciéndole albergar vanas esperanzas de sobrevivir más de cinco minutos? ¿Le parece… bueno… para alguien, que llegue tarde a su primera cita con el creador? Bueno, pues. Vamos a preguntarle. Señor… ―y dejó la consulta sobre su nombre en el aire…

            ―Abastos. Jaime Abastos ―contestó orgulloso de ser el centro de atención de la velada. Nunca se había sentido tan observado―. Pues a mí me había comentado el carcelero, que el que sobrevive a la primera descarga, queda exento de más castigo ―argumentó tímidamente el reo temeroso de que el capitán se ofendiera y quisiera vengar la ofensa.

            ―Vaya, vaya… nos ha salido graciosillo el señor Abastos ―y siguió sin solución de continuidad, dirigiéndose al soldado y gritando tanto como sus pulmones le permitieron―. ¡Fusile de una puta vez a este puto gilipollas!

            «Vaya. Ya se ha enfadado», pensó el sr. Abastos. 

            ―Es que no puedo… Yo no mato personas ―comentó el soldado tímidamente, y continuó bajando más, si cabe, la voz―: Es que soy insumiso, ¿sabe?... Objetor de conciencia, ¿entiende, no?

            ―Vaya, vaya… Nadie me había dicho que hoy teníamos un concurso de graciosillos. Tú… ―le acusó pinchando con el índice en su pecho― …no matas a nadie. A ver cómo te lo explico… Existe un mecanismo, por el cual, cuando usted tira del gatillo, el percutor golpea la bala, y tras una pequeña explosión, esta sale disparada hacia el corazón del reo. Y existe otro mecanismo, por el cual, cuando usted escucha la palabra “¡Fuego!” de mi boca, el dedo de su propiedad, tira del gatillo. Punto. Usted no pinta nada. Y pensar o tomar decisiones, menos. Estaríamos arreglados… Usted solo es un elemento, de un mecanismo de transmisión. Se lo voy a explicar más claro. ―Cogió del brazo al soldado de al lado de Eclesiastés, y le indicó que colocara la punta del fusil contra la sien del reo; luego le indicó que disparara si el sr. Abastos intentaba hacer algo diferente de lo que se le ordenara. Seguidamente cortó las ataduras del reo, y se dirigió a él―: Al final va a tener usted razón. Se va a librar. Y le voy a decir cómo: Coja esta pistola… ―le dijo mientras le daba su arma, y luego le gritó con todas sus fuerzas señalando al soldado― …¡y cárguese a ese puto gilipollas! ―Luego siguió en tono amable―: Y será usted libre.

            Don Jaime se quedó mirando detenidamente al capitán, y luego miró al soldado, aunque todos le miraban a él. Después, mientras empezaba a levantar el brazo para apuntar al soldado, sonó un estruendo, y el reo cayó al suelo con un agujero en el corazón. El capitán giró lentamente la cabeza para mirar al soldado, sonrió y le dijo:

            ―Así me gusta. Que tengan iniciativa.

 

                       FIN (del relato, no de los principios)

miércoles, 9 de septiembre de 2020

LUNA, TRÁGAME

 

 Este jueves nos convoca para los relatos jueveros

NEOGEMINIS con un tema apasionante: MONSTRUOS

Y esta es mi aportación:

 

    Humberto era un hombre umbrío. Él lo sabía, pero no sabía cuánto.

    La noche que lo descubrió reinaba la luna llena. Como todas, a partir de aquella, en las que salía a divertirse a costa de los pobres transeúntes que se cruzaban con él. 

    Aquella primera noche sufrió un mareo en pleno paseo. Se apoyó en la fachada de una joyería, y entonces se produjo la desmaterialización del muro, en la superficie que cubría su sombra.        

    Humberto cayó a través del agujero que provocó su silueta en la pared. Una vez en el interior, lejos de arrasar con todas las joyas que había a su alcance, se asustó y volvió a salir por el mismo agujero que había entrado. Una vez fuera, el hueco se cerró. Quedó estupefacto. Se fijó en la sombra que proyectaba en el suelo. Estaba junto a un árbol y se percató de que su sombra era mucho más oscura que la del árbol. Se agachó, y cuando intento tocarla, su mano penetró en el suelo. Todavía no alcanzaba a comprender, qué era lo que pasaba, cuando apareció por allí un perro abandonado. En el momento en que pasó por la sombra de Humberto, cayó por el agujero. Intentó agarrase pataleando a los bordes de la sombra, pero finalmente cayó. Sus gruñidos se tornaban en lamentos a medida que se alejaban. Humberto se asomó al precipicio y sonrió. Finalmente, cuando se movió, se llevó con él el agujero de su sombra y el perro enmudeció. 

    Al día siguiente, volvió a salir de noche, pero ya no se producían aquellos fenómenos. Tardó varios meses en comprender que aquel fenómeno solo se producía con plena luna llena. Una noche al mes.    

    Primero, probó con animales, luego también con personas. No obtenía ningún beneficio de ello, pero se divertía. También entró en comercios y robó tanto como le vino en gana. Dejó su trabajo, no antes de hacer desaparecer a todos los que le caían mal. No era cosa de desaprovechar aquel nivel de impunidad. Se convirtió en un psicópata monstruoso. 

    Años después, mientras paseaba por la calle, se produjo el eclipse de llevaban anunciando desde hacía semanas. Cuando la sombra de la luna se hizo plena, el suelo se oscureció  primero y desmaterializó después, bajo los pies de Humberto.       

    Verdugo y víctimas se encontraron en la oscuridad

Entradas populares