Este jueves nos convoca MAG en su blog LA TRASTIENDA DEL PECADO con el tema "Alguien llama a la puerta".
Este relato esta basado en el dibujo que viene mas abajo y sin él es dificil de entender, aunque tampoco refleja lo que en él se ve
Podeis encontrar las aportaciones del resto de participantes AQUI
Toc, toc. El señor del bajo se sobresaltó. No esperaba a nadie y las visitas inesperadas, no suelen ser buenas. Se acercó silenciosamente a la puerta, echó un vistazo por la mirilla y confirmó en voz baja uno de sus peores temores:
―¡Válgame el Señor! ¡El cobrador del frac! ―musitó, y dedicó todas sus fuerzas a guardar el más absoluto de los silencios.
No obstante los señores trajeados continuaron su ascenso por la escalera vecinal, sin prestar atención al señor del bajo.
―Nooo, que no soy el cobrador del frac ―comentó alguien.
«Ja ja», pensó en silencio. «¿No creerán que voy a caer en una trampa tan burda?», y guardó un silencio todavía más intenso, ocultándose tras un sofá, mientras los supuestos cobradores andaban ya por el tercero.
―Toc, toc. Eooo. Sáqueme de aquí. Que no soy el cobrador del frac ―insistió el señor del semisótano.
―Toc, toc ―dijo la puerta del tercero cuando los nudillos de los supuestos cobradores la golpearon. El señor que había dentro se sobresaltó y la señora se ilusionó, a pesar de la mordaza que llevaba. A la obra de albañilería le faltaban no más de tres ladrillos para dejar a la señora emparedada, y para ascender al señor, al puesto de mejor ocultador de cadáveres de su rellano.
―¿Quién es? ―preguntó sin molestarse en usar la mirilla para nada. El señor del tercero no tenía deudas, pero tenía otras cosas que ocultar.
―”Uber eats”. Le traigo los emparedados que ha encargado. ―El improvisado albañil se dirigió indignado a la puerta y, sin poder reprimirse, la abrió violentamente, enfrentándose a los supuestos “riders”.
―¿Están de coña? Yo no he encargado ningún emparedado.
―Somos de la policía. Hemos recibido una denuncia de una señora cuyo marido la quería matar pero no sabía cómo.
En aquel momento, la sobrecarga producida por la nueva pared sobre el suelo de madera, provocó que este cediera en el poco espacio que le quedaba a la señora. A continuación, se produjeron otros estrépitos a medida que la dama iba atravesando ―tras las respectivas paredes― las distintas plantas hasta llegar al duro terreno.
―Toc, toc. Eooo. Que no soy el cobrador del frac ―volvió a insistir el señor del semisótano, poco antes de que la dama aterrizara a su altura. Los golpes y rozaduras que sufrió en su descenso desde el tercero, la despojaron de cualquier vestigio textil que pudiera cubrir su cuerpo.
El señor del bajo se percató de que los “toc toc” que supuso que venían de su puerta, en realidad provenían de debajo de su tarima.
El señor del tercero se percató, con sorpresa, de que no había nadie detrás de la pared, y decidió que no valía la pena ocultar la obra ilegal a la policía.
El señor del semisótano se percató de que la dama, además de algunas magulladuras, lucía una desnudez tan espectacular como su cuerpo.
―¿Hay alguien ahí? ―preguntó el señor del bajo tras golpear la tarima con los nudillos.
―No, no. Deje usted. Si eso, ya le vuelvo a picar luego.