Este mes GINEBRA BLONDE nos tienta con la I.A. El reto consiste en crear un relato con este nuevo elemento tecnológico como protagonista, usando una de las imágenes sugeridas para inspirarnos.
La imagen que yo escogí es la siguiente:
De la Torre preocupado porque llega tarde al juicio
AQUÍ podéis encontrar el resto de aportes
El juez De la Torre tenía un tic. Ocasionalmente levantaba
una de las comisuras de la boca; a veces la derecha, otras veces la izquierda.
Esto, supuestamente, representaría un problema, porque podía delatar el sentido
de sus sentencias; como los antiguos jugadores amateur de poker, cuando se
echaban un farol. Pero no en el caso del juez De la Torre. Entre abogados y
fiscales ―que continuaban siendo humanos― aún se practicaba aquello de poner
motes, y el apellido del juez “De la Torre” se le apostillaba con “colgará el
acusado”. Era una exageración porque ya no hay pena de muerte, pero deja claro
de qué lado suelen ir sus sentencias. Obviamente era un androide, como todo el
resto de jueces.
Cuando las IAs estuvieron lo suficientemente desarrolladas cambió
la legislación y la judicatura humana quedó extinta. Primero era un ordenador
cuántico conectado por miles de cables el que ocupaba el asiento del juez, pero
la gente comenzó a negarse a ser juzgada por un mamotreto, y finalmente, cuando
la robótica lo permitió, fueron los androides, indistinguibles físicamente de
los humanos, los que tomaron el asiento. Que las máquinas no pueden fallar
seguía siendo tan cierto como con los mamotretos, pero la gente ahora sí que lo
aceptó.
En el caso que nos ocupa, el acusado era un vendedor. Bueno
en realidad era un comerciante porque igual hacia compra-venta que alquiler ,
leasing o renting de niños. Era un todoterreno. Uno pagaba una cantidad
importante, en el caso de la compraventa y se lo quedaba para siempre. Si no
tenía bastante dinero, hacía un contrato de leasing: pagaba mensualmente un
alquiler y cuando había pagado todos los plazos se quedaba la mercancía en
propiedad, para hacer con ella lo que quisiera. O podía hacer un renting:
pagaba mensualmente una cuota y cuando la mercancía estaba destrozada por el
uso, la devolvía y se la cambiaban por un niño sin estrenar. Esta era la
modalidad más popular porque evitaba el aburrimiento del cliente.
Los compraba, ―no quedó claro que los secuestrara―, los
almacenaba en una jaula, todos juntos y luego, lo que el mercado dispusiera. Eran
siempre niños masculinos. Haber mezclado hubiera sido poco decente según manifestó
el acusado en el propio juicio, coincidiendo curiosamente con uno de los
referidos tics del juez De la Torre; en este caso de la comisura izquierda.
Llegada la hora de la sentencia la sala estaba atiborrada,
porque se había convertido en un juicio mediático. El problema que se le
presentaba al juez es que el secuestro no quedo demostrado, y mucho menos que
el acusado abusara sexualmente de los niños. En este caso no hubiera habido
problema en condenar a cadena perpetua. Y la sentencia por tráfico de personas,
en aquel momento era de tres a diez años.
―El acusado queda en libertad, por falta de pruebas. Pueden
abandonar la sala. Usted también ―apostilló dirigiéndose al acusado.
Todo el mundo quedó petrificado en la sala. Ni siquiera
hubo abucheos hasta cinco minutos después, solo murmullos. Todo el mundo
intentaba digerir lo que acababa de escuchar, pero sin éxito.
El acusado salió por su propio pie. La calle estaba vacía. Ningún
periodista, ni cámaras ni nada. Todos estaban dentro. Nadie podía esperar que
saliera en libertad. Se plantó en mitad de la Gran Vía alzando los brazos, casi
podría decirse que a modo de provocación. La rueda de un 747 cayó del cielo
obsesionada por ocupar el mismo lugar que el ex-acusado, aunque fuera por la
fuerza. Esto coincidió con otro tic del juez De la Torre; en este caso de la
comisura derecha.
El informe pericial del accidente del desprendimiento de la
rueda no tuvo una conclusión clara. Todo el sistema de aterrizaje del avión está
completamente automatizado y controlado por un sistema informático. No quedaron
registrados errores que justificaran el desprendimiento de la rueda. No hay intervención
humana en ninguna de las fases de aterrizaje y nadie discute que las máquinas
no se equivocan.
También hubo estudios sobre las posibilidades de que la
rueda cayera exactamente donde cayó. Estos fueron no oficiales, y concluyeron,
como no podía ser de otra forma, que las posibilidades eran infinitesimales. La
rueda no es en sí misma una máquina, pero puede considerarse parte de una, y
todos sabemos que las máquinas, aunque sea en caída libre, no fallan. Excepto
en el caso del juez De la Torre, que tiene ese fallo, ese tic, que cuando lo
hace con la comisura derecha se parece extrañamente a una medio sonrisa humana.