jueves, 23 de noviembre de 2023

UN DOLOR IMPERIAL

 Esta semana juevera nos convoca MAG para idear un relato basándonos en una frase significativa de una novela conocida, y nos ofrece una serie de ellas para elegir. Yo he elegido: "Algunos infinitos son mas grandes que otros infinitos", de una novela que leí este verano porque Ester, la autodidacta, lo recomendó en su blog. Confieso que cuando ví que trataba sobre jóvenes con cáncer estuve a punto de dejarlo, cosa que afortunadamente no hice. La frase es una especie de axioma matemático en el que no creo mas que en su sentido figurado, que es el que aquí intento reflejar.

Podéis leer el resto de textos AQUI


 

          Su mano sujetaba la de la enferma que yacía en aquella cama hacía ya varios días. Ya no venían por allí los médicos ni las enfermeras, sin embargo las maquinas y la iluminación aun funcionaban, mientras por fuera de la ventana las bombas y las balas caían y silbaban sin que ninguna osara entrar allí.

          La mano seguía igual de fría que los últimos días cuando el pitido rítmico de a 50 veces por minuto pasó a continuo después de noventa y seis años sin descanso. Nada más cambió; nadie vino y nadie más estaba. El último dolor imperial que atravesó el pasillo en forma de grito por una pérdida fue hace ya dos días.  Él no gritó ni lloró porque no era de llorar; solo dejó caer la cabeza sobre el pecho durante tres segundos, a modo de acontecimiento siguiente de una serie que debía de ocurrir. Luego la irguió y miró a aquella persona que tantas veces había visto con vida. Una ráfaga de ametralladora entró por la ventana de una habitación cercana; era la primera vez que el hospital era ultrajado.

          Salió a preguntar qué debía hacer en aquellas circunstancias, pero en la planta no había nadie. Una bomba cayó cerca de recepción derribando la pared y dejando entrar todo el estruendo de la calle. Bajó por la escalera hasta la planta inferior pero tampoco había nadie. El edificio se desmoronaba a su alrededor sin que un solo peñasco le cayera encima. No encontró nadie a su paso ni vivo ni muerto. Salió a la calle donde la gente corría y gritaba en todas direcciones. El hospital se hundió tras su salida. Mientras volvía lentamente a casa, infinitas balas e infinitas bombas rondaban a su alrededor sin que ninguna de ellas le alcanzara, porque ya había un dolor infinito llenando su corazón y nada podían contra él. Dicen los matemáticos que hay unos infinitos más grandes que otros; lo que no dicen es que eso no depende del tamaño.




viernes, 17 de noviembre de 2023

IMPERDONABLE PASEO POR EL CEMENTERIO

El micro del TINTERO DE ORO de este mes, propuesto por el inefable PEPE, es un autentico reto ya que se trata de construir un relato sin narrador y sin personajes que cuenten una historia. Una especie de muestra secuencial en que el lector tiene que construir la historia. Yo me he inclinado por lo que se expone mas abajo, que mi trabajo me ha costado, no por el alarde de imaginacion, ya que es una pelicula conocida, sino por la composición, que no es precisamente lo mio, como puede verse.

Como son fotos no he podido contar las palabraspero no creo que pasen de 250


 Podéis encontrar el resto de textos sin narrador AQUI

 


 















 

miércoles, 8 de noviembre de 2023

PERO ¿REVOLUCIONARIO INSTITUCIONAL?

 Esta semana nos convoca MAG, con un reto superdificil, en el cual sin la ayuda de internet y otras no habria sabido qué escribir,porque los acertijos no son lo mio, pero finalmente creo haber desentrañado el nudo. Aunque no lo voy a poner aquí para no destripar.

Podéis encontrar el resto de aportes AQUI

 

       ―Bueno, pues aquí os dejo ―comentó el presentador de “first dates”.

          ―Bueeno, pues aquí estamos ―El poder de observación era uno de sus fuertes.

          ―Pues sí ―respondió ella―. Y tú ¿de dónde eres?

          ―Yo de Cuenca. No de la misma cuenca. De la cuenca opuesta. Jaja. Es de coña, eh? ―Amelia no entendió muy bien la broma. Pensó que sería una gracia local―. ¿Y tú?

          ―Yo de Guadalajara.

          ―Ah, pues de coña. Estamos supercerca ―Cuenca y Guadalajara son de coña. La chica empezaba a atar cabos.

          ―¿Quieres decir?

          ―Y tanto. Por la carretera esa que han… ¿Tú conduces?

          ―¿A qué te refieres exactamente?

          ―A conducir… ―dijo poniendo las manos a las diez y diez y haciendo giro y contragiro de un volante imaginario.

          ―Ah, ¿manejar? Aún no. Precisamente ahora me estoy sacando la licencia.

          ―Ya veo, me van a tocar a mí los viajecitos si llegamos a algo…

          ―Oye, vamos a hablar de cosas importantes, que te vas por las ramas. ¿Te interesa la política o eres uno de esos que quiere aprovecharse de los progresos sociales que otros luchan por obtener?

          ―No, mujer. Yo soy afiliado del…

          ―Te lo digo porque yo soy militante del P.R.I ―interrumpió ella antes de que él mintiera. Y estoy muy compr…

          ―¿Qué es el PRI?

          ―¡Hombreee…! Partido Revolucionario Institucional. No me digas que…

          ―Ja jaja ―Esta vez interrumpió él―. ¿Es coña, no?

          ―¿Porque? ―Pensó en Cuenca y Guadalajara pero no encontró ninguna relación con el PRI.

          ―”Revolucionario Institucional”; como “inteligencia militar” y eso… ―dijo poniendo el índice y el pulgar junto a su sien y haciendo otra vez giro y contragiro― ¿Entiendes?

          ―Ah ya… pues no lo había pensado…

          ―Oye. ¿Tú crees que estoy gordo? Mi hermana dice que no me como una rosca porque estoy gordo.

          ―¿A ti te parece que eso es algo serio?

          ―Mujer. No vamos a hablar siempre de cosas serias. Además, claro que es serio. Si no hubiéramos venido al programa este y nos hubieran sentado en la misma mesa, ¿tú te habrías fijado en mí?

          ―¡Vóitelas, qué frase tan larga! A ver, párate y ponte de costado.

          ―¿Cómo que me pare?

          ―Que te pares… ―dijo ella poniendo la palma de la mano mirando al techo y haciendo sube y baja. El chico obedeció.

          ―Sí. Estás gordo. Pero eso yo lo arreglo deprisa, eh? Se suprimen las grasas, y para cenar un zumito y punto. Exprimido, no de esos de bote, eh?. Alguna vez te puedes dar un capricho pero no para cenar, y pocas veces.

          ―Ya.

          ―¿No eres de platicar mucho verdad? ―Él miró su plato, luego a ella y luego otra vez al plato―. Bueno, me lo voy a comer todo, eh? Esta rico, rico ―Luego, al ver la cara de extrañeza de ella, añadió―: Ah, ya. Bueno, ellos lo platican ―dijo señalando con la cabeza a la cocina del restaurante―, y yo me lo como. ―Entonces se dio cuenta de que la había cagado―. O sea, yo también cocino, eh?; pero a la hora de platicar las cosas en el plato mi sentido del orden y la armonía no son muy… ―Luego de un segundo de pausa añadió―: Pero eso solo es a la hora de platicar; en todo lo demás soy muy ordenado, no te vayas a pensar…

          ―Amelia, ¿tú tendrías una segunda cita con Gabriel? ―preguntó Cupido.

          ―Pues no. Yo no tendría una segunda cita con Gabriel, porque la distancia es un factor demasiado importante y aquí la distancia es mucha.

          ―Pero, mujer. Si por la autovía esa nueva que han hecho, en tres cuartos de hora ya estamos ―comentó Gabriel decepcionado antes de que le preguntaran a él.  

 

sábado, 4 de noviembre de 2023

SAN JORDI Y SAN GENÍS

 Este es un relato antiguo que escribí en homenaje a un barrio de Barcelona que antes era un pueblo.

Como creo que encaja en la dinámica mensual de VADERETO, lo voy a presentar ahi. En cualquier caso como es anterior al blog, no lo había publicado aquí, así que ahí queda.


Señorío de San Genís. Reino de Barcelonia. Año 3050 después del impostor. Para los nuevos creyentes, año 625 antes de Jesucristo; ese era el vaticinio del profeta Cis, al que todo nuevo cristiano que se preciara veneraba incondicionalmente. La civilización Occidental cayó de nuevo hace 500 años, como había caído antes al final del imperio romano, al final del imperio americano y al final del imperio coreano. Estamos por cuarta vez en la edad media. Debería llamarse la cuarta edad primitiva, pero la vanidad humana sigue sin tener límites.

El rey Maragall IV gobierna con mano de hierro a sus súbditos, que se hallan distribuidos por los cuatro señoríos feudales de su reino; a saber, el señorío tarraconensis, el señorío gerundensis, el señorío ilerdensis y el más importante de todos, el señorío de San Genís. Por ser el señorío capital, era necesario que fuera el más cruelmente gobernado de todos; por ello el rey Maragall había designado para gobernarlo a la Señora Cruella de los dolores.

La Señora tenía una hermana que había sido debidamente expulsada de la aristócrata familia, ya que sus ideas eran impropias de la nobleza. Expulsada y posteriormente perseguida. Dolores, la Justa, la llamaban. Era rebelde como ella sola y de momento se había librado de las garras de su hermana, no se sabe si por ser familia de quien era, o porque Cruella, no había puesto sobre la mesa todo el ahínco necesario.

Dolores, la Justa, consideró que su despótica hermana había llegado a un punto de no retorno, el día que decretó que cada pareja sólo podría tener una hija; hijos todos lo que quisieran, pero las hijas sólo aportaban al señorío más gastos y ningún beneficio. No había sido especialmente dotada de otra cosa que no fuera la crueldad.

Aunque Dolores, la justa, no era de las precisamente creyentes se encontraba en tal estado de indefensión e impotencia que decidió, ya que no tenía nada que perder, hacer caso a una tatarabuela, a la que llamaban Dolores, la Loca. De generación en generación había ido pasando una coplilla que recitaba:

“Si algo quieres conseguir

A San Genís has de ir,

Y en la catedral dels Agudells

Con devoción lo has de pedir"

Dolores, la Justa, devoción no tenía mucha. De hecho no sabía rezar. Se acercó a las ruinas de la referida catedral y consiguió que una de las viejas que por allí rondaba, le enseñara una oración. Un buen día, acumuló toda la devoción que pudo reunir, se adentró en lo más profundo de las ruinas y rezó, pidiendo la muerte de su hermana. Cuando acabó prometió en voz alta que si su súplica era escuchada, entregaría el resto de su vida a servir a dios. Al falso o al real, no le importaba. Al que estuviera en aquel momento.

Los entresijos de la comunicación intersantoral, escapan al conocimiento de esta narrador. De hecho, está prohibido a los mortales tal conocimiento. El caso es que de algún modo, la súplica llegó hasta la Basílica de San Giorgio en Velabro. El padre que la regía hizo venir a alguien que tenía asignado para estas peticiones. En aquella época de religión incierta, en que no se sabía si el Mesías verdadero era el que ya había venido o el que estaba pendiente de venir, parte de los religiosos pensaban que más vale pájaro en mano que ciento volando. Así que los milagros se producían con cierta ayuda terrenal. Pocos días después entró en la Basílica un personaje taciturno, de raza oriental, japonés por concretar. Era alto, mucho más que sus compatriotas y caminaba recto y tieso, como un bailarín de ballet. Portaba una vara de madera de sabina, recta y tiesa como él. Podría pensarse que la llevaba porque si, ya que su manera de manejarla denotaba que no la necesitaba en absoluto. Por lo menos para andar. Cada vez que golpeaba el suelo con ella, emitía un sonido metálico. Tal era la dureza de la madera. Su punta estaba extremadamente afilada y no perdía su agudeza por mucho que golpeará el suelo. Cuando caminaba por tierra o hierba, la vara se hundía sin dificultad en el terreno cerca de un palmo. Se llamaba Jordi-San, por lo menos para este encargo. Su nombre podía cambiar dependiendo de la escena de su actuación. Podía llamarse Jorge-San, o George-San o Giorgio-San. Ninguno de ellos era su verdadero nombre. Era el avatar oriental del Santo y era el único que quedaba. No daba a vasto. Los otros dos avatares habían perdido la vida en combates singulares, o no tan singulares. Exceso de confianza. Alguno fue tan sobrado que se aventuró a ir a una contienda sin la reliquia, y luego pasó lo que pasó. Precisamente, Susano-Oh, que ese era su verdadero nombre, era el que menos hubiera precisado la ayuda de la reliquia, nunca se presentaba a un desafío sin ella. Su destreza con la vara, que esa era la apariencia de la espada para los humanos, quedó sobradamente demostrada al derrotar al dragón Yamata-no-Orochi. Desgraciadamente no se le ocurrió recoger una muestra de su sangre cuando lo hizo; en ese caso hubiera sido él mismo el santo, y no sólo un avatar, puesto que su gesta fue anterior a la del verdadero San Jordi.

El sacerdote lo recibió con un abrazo, pero los japoneses son un poco especiales para el contacto físico, todo lo contrario que los italianos; que algunos italianos. Jordi-San le correspondió con una seca y brusca flexión del cuello, abreviatura respetuosa del tradicional saludo japonés. Como sea que el oriental no era muy hablador, extendió la mano y solicitó en un perfecto italiano:

―La reliquia ―dijo extendiendo la mano. El sacerdote no se ofendió; ya había tratado con él en otra ocasión y conocía sus escuetos modales. Fue a su despacho, abrió la caja fuerte y extrajo un frasquito que contenía la sangre líquida del dragón que mató el Santo. No era una reliquia de culto público ya que otorgaba a su portador el poder del Dragón. Tampoco era necesaria una protección especial, ya que muy pocos conocían su existencia. Salió y se la entregó al japonés junto con un sobre lacrado, que ya tenía preparado, y que contenía el objetivo de su misión. Jordi-San se despidió respetuosamente y sin abrirlo, montó su caballo y partió. Los milagros en esta época, llegaban o no llegaban, pero si llegaban, se tomaban su tiempo. A estas alturas, Dolores, la justa, ya no confiaba en que su petición hubiera sido escuchada.

Jordi-San abrió el sobre y se encaminó a la capital de Barcelonia, concretamente al palacio de Can Soler, donde llegó un par de semanas después. Se alojó en la posada Can Palmero, donde curiosamente trabajaba Dolores, la Justa. Cuando llegó, se lo quedó mirando como descabalgaba. Nunca había visto a un oriental. Ni tampoco a alguien tan recto y tieso. Ni tan pálido.

A la mañana siguiente, el oriental le preguntó, en perfecto español, donde estaba el palacio de Can Soler. Después partió hacia allí caminando. El palacio estaba todavía en obras. Los trabajadores estaban controlados por capataces dotados de unas varas similares a la de Jordi-san, con las que les animaban a no desfallecer, por mucho calor y cansancio que acumularán. Dio una vuelta al palacio antes de pedir audiencia, y en ese paseo pudo contemplar cómo de hacinadas se encontraban las familias de los desgraciados que estaban trabajando en las obras.  Luego entró y pidió audiencia como embajador de Japón. En palacio tampoco había mucha gente que hubiera visto un oriental, de modo que tras argumentar que no tenían noticia de la visita de ningún embajador, finalmente se creyeron que esa era la costumbre oriental, y se la concedieron. Luego esperó por espacio de cuatro horas, sentado en un sillón, hecho que no ayudó a aplacar la ira interior que le produjo lo que había visto fuera. Cuando por fin pudo entrevistarse con Cruella de los dolores, que se encontraba sentada en algo parecido a un trono y flanqueada por dos guardias que rivalizaban en altura con el propio Jordi-san, la primera y única frase que le dedicó antes de que ella pudiera preguntar, fue:

―Me llamó Susano-Oh y cuando no mato dragones, mato gente que no merece vivir. ―Luego esgrimió la vara y atravesó con ella el corazón inanimado de Cruella, que había muerto de un infarto medio segundo antes. Podría decirse que fue un acto de piedad para que Cruella no sufriera, pero sería mentir. Cuando la guardia reaccionó, Jordi-san sacó la reliquia, la alzó dentro de su puño, y abrió la boca un segundo antes de que un chorro de fuego azul saliera de ella y carbonizara todo y a todos los que había en la estancia. El resto del palacio sufrió la misma suerte. 

Dolores, la Justa, vio como llegaba Jordi-san caminando tranquilamente con el palacio en llamas a su espalda. Durante un breve instante le pareció ver que el japonés caminaba apoyándose en una espada; pero sólo fue un segundo. Las lágrimas empezaron a resbalarle por las mejillas con la misma tranquilidad que caminaba Jordi-san. Luego miró como subía a su caballo y se alejaba por donde había llegado. El día siguiente, Dolores, la Justa, haciendo honor a su nombre, empaquetó sus cosas y se dirigió al convento más cercano, a echar su currículum. 



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