Roberto tocó el botón y al cabo de unos segundos el ascensor paró. Cuando abrió la puerta había ya cinco personas dentro, aunque el ascensor era para cuatro. Decidió no subir. Pero el padre de dos de los ocupantes jovencitos, le dijo que pasara, que los niños pesaban poco. Así pues, los ocupantes volvieron a recolocarse para dejar un mínimo espacio a Roberto y esperaron a que se cerraran las puertas. El ascensor se movió escasamente 20 centímetros hacia arriba, y se paró.
Roberto que era el que estaba más cerca de la puerta, intentó abrir, pero ya no pudo. Se habían quedado atascados. Intentó girarse para tocar el timbre de alarma, pero justo detrás de él, se encontraba la chica del séptimo. Al girarse le rozó con el brazo los pechos, y ella alzó la mirada, poniendo los ojos en blanco, así como diciendo… Como ella estaba de espaldas a la botonera, la desplazó suavemente, cogiéndola de la cintura, a lo cual ella contestó, que ya estaba bien. Roberto se ruborizó, se disculpó y puso por excusa la estrechez del lugar. Finalmente consiguió apretar el timbre de alarma. Breves segundos después, por el interfono, se oyó a la operadora que solicitaba la dirección del incidente, para poder confirmar sus datos, y enviar allí a un técnico que pudiera rescatarlos. Roberto, que era un chico solícito y servicial, le indicó la dirección, y la operadora a su vez le informó de qué en menos de 20 minutos llegaría alguien para sacarlos de allí.
La chica del séptimo, cuando se percató de que uno de los niños estaba hurgando en su bolso, que llevaba a modo de bandolera por detrás, se lo echó hacia delante, y en el movimiento rozó con el dorso de la mano que sujetaba el bolso, la entrepierna de Roberto. Esté pensando lo que no debía, y habiendo ya seis personas en un ascensor que sólo cabían cuatro, arrimó, más si cabe, su cuerpo al de ella, demostrando así que además de solicitó y servicial era un cerdo.
El niño que había estado jugando con el bolso de la chica, empezó a llorar porque le habían quitado el objeto de su diversión. Su hermano, para que no llorara, intentó estirar del bolso de la chica para volverlo a poner en la situación previa, pero la ella no se lo permitió. Bruscamente se dio la vuelta para ponerse cara a los niños, procurando decididamente que aquellas fieras no abrieran el bolso. Roberto aprovechó el movimiento para acoplarse detrás de ella. Cuando ella se dio cuenta de su error, volvió a poner los ojos en blanco y mirando hacia arriba, resopló. El padre de los niños le dio una colleja al segundo de ellos por coger el bolso de la chica. El segundo niño se puso a llorar. El primer niño, el que había empezado a enredar y que era el más pequeño, se puso a llorar al ver que su hermano lloraba. Transcurridos diez minutos sin aparecer el técnico, el padre de los niños, que se llamaba Luis, empezó a recriminar a Roberto, porque se había subido al ascensor. Roberto se defendió diciendo y él no quería subir pero que el propio padre de los chicos, había sido el que le había dicho que subiera. La chica del séptimo apoyo vehementemente al Sr. Luis, volviendo a girarse bruscamente, y dando un empujón a Roberto, que resultó chocante por su violencia, para el resto de ocupantes, que no se habían percatado, de cómo Roberto se estaba aprovechando de la situación. Este perdió el equilibrio, a pesar de lo difícil que resultaba eso en aquella situación, y fue caer sobre el señor Fabián. Los niños seguían llorando cada vez más fuerte. Luis intentaba calmarlos, hasta que, crispado por los nervios, le dio una bofetada a uno de ellos, hecho que hizo el otro empezara a llorar más fuerte. El señor Fabián intentó levantarse de su silla de ruedas. Al apoyarse más en el soporte de la izquierda, lo único que consiguió fue a hacerla volcar. Al volcar la silla, Roberto cayó de cabeza, apoyando las manos en el suelo para no darse de morros; después giró la cabeza y miró hacia arriba, intentando aprovechar la situación para mirar debajo de la minifalda de la chica. Esta se percató y le pegó un pisotón con los zapatos de tacón, en la mano apoyada en el suelo. El señor Fabián, que era un viejo verde, y que cayó al lado de Roberto al volcarse la silla, sí que pudo contemplar, sin comerlo ni beberlo, el espectáculo bajo la minifalda. Roberto no paraba de chillar de dolor. Los niños consiguieron abrir el bolso de la chica que, debido a los tirones, se rompió, y se vació completamente en el suelo. Salieron del bolso, un par de consoladores de un tamaño, que resultaba inverosímil que hace escasos segundos, estuvieran dentro de aquel nada despreciable bolso. Los consoladores fueron a parar rápidamente a manos de los niños, que empezaron a jugar a espadas con ellos, mientras que la chica era la que ahora lloraba, sentada en el suelo, en señal de rendición. Y entonces el ascensor empezó a moverse.
Ejercicio para el taller de escritura "EL VICI SOLITARI".