domingo, 15 de noviembre de 2020

DOBLE ENCUENTRO

 

 Esta es mi aportacion al reto de noviembre de Lídia Castro Navas, que nos convoca en su blog

Escribir jugando a participar creando un microrelato con los siguientes condicionantes:

 

Crear un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándo en la carta.

En él debe aparecer el objeto del dado: Caronte (el barquero del inframundo).

Reto Opcional:

Que aparezca en la historia algo relacionado con la creación del Ford T (el coche, el creador o el año):

 
Podeis encontrar los anlaces del resto de participantes AQUI

 

            Foxy ya estaba alcanzando a Pérez, cuando este llegó al rio. Caronte, que andaba por allí pescando, le ofreció  su pica. Pérez corrió por ella hasta la barca, donde creyó, inocentemente, estar a salvo.

            Foxy lo persiguió por el camino paralelo al rio. Su última visión fue el escudo del coche que lo atropelló. “Ford” y una estrella que se iluminó, y se coló por un túnel, que Foxy siguió hasta la Gran Luz.  Allí, cayó al vacío, hasta chocar con el suelo de la barca, que llegó por otro camino. Pérez fue cazado, pero ya no importaba.

 

98 palabras



miércoles, 11 de noviembre de 2020

DAMIEN NO ES EL MISMO DEMONIO

 Respondiendo a la convocatoria de MOLÍ para el tema de Noviembre, esta es mi aportación.

Podeis leer al resto de participantes AQUI.

Mi cultura musical no es suficiente para saber si esta historia se entenderá allende el atlantico, aunque se desarrolla allí. Por referencias nominales, esta dedicada a la convocante del jueves de la semana pasada.

 

Me llamo Damien y soy un tipo del montón, ni muy atractivo ni muy listo, aunque tengo que reconocer que soy un poco áspero en el trato. El cariño y la ternura no son mi fuerte. Mucho menos mis dotes de seducción, así que cuando vi que me faltaba poco para quedarme para vestir santos, me apunté a una agencia de esas de encontrar pareja. Pedí que me buscaran a alguien similar a mí; tampoco era cosa de ponerse exigente.

            Lo de que yo era áspero y poco cariñoso, quedó en entredicho cuando conocí a Violeta. Todo iba con ella como la seda, hasta que llegaba el momento de la intimidad. Yo era un romántico adolescente pretendiendo reciprocidad de un bloque de hielo. Aun así nos casamos, pero el matrimonio empezó como si nos hubiéramos saltado la fase pasional. Éramos un matrimonio funcional. Ella estaba casi permanentemente triste. Era la personificación de abril.

            Durante el tiempo de la pandemia, todo el mundo empezó a parecerse cada vez más a Violeta. Ya casi no parecía triste en comparación con los demás. Así que, cuando nuestros concontinentriotas del norte, concretamente los estadounidenses, descubrieron la vacuna, y todo el mundo pareció salir de su pesimismo, tristeza y atonía, decidí hacer algo por mi matrimonio. Para conmemorar el día, se me ocurrió enviar a mi esposa un ramito de violetas; por su nombre, y porque estaban allí, de las primeras en la floristería. Las envié sin tarjeta, más por miedo al ridículo y al rechazo, que por comprobar su reacción. No obstante, cuando llegué a casa no pude por menos que observar su actitud. Había escondido las flores, y obviamente ni me dijo ni me preguntó nada, pero se la notaba feliz y contenta: no exageradamente, pero se notaba.

            A partir de aquel día, cada nueve de noviembre, pero siempre sin tarjeta, le enviaba un ramito de violetas. Los días anteriores a aquella fecha se la notaba excitada y más alegre. Los días posteriores más aún.

            Unos años después decidí enviarlas con una tarjeta, invitándola a encontrarnos. La cité en un restaurante, para comer al mediodía, a la hora que normalmente yo estoy trabajando. Llegué un rato antes y la esperé en el restaurante. Disimulé cuando ella llegó. Yo no iba vestido como indiqué en la tarjeta que iría. De reojo, por el espejo, vi cómo me divisó, se sobresaltó muchísimo, aunque en silencio, se dio la vuelta y se fue. Quería observar su reacción, pero ir vestido de otro modo, para no darme a conocer abiertamente, no estuvo bien; no es como ser el mismo demonio, pero casi. Imaginé el mal rato que pasó. Al llegar a casa, no hubo mención alguna al tema. Creo que, en el restaurante, no se dio cuenta de que yo me había percatado de su presencia, aunque no lo sé seguro.

            Desde entonces cada nueve de noviembre, otra vez sin tarjeta, recibe su ramito de violetas, y tenemos unos días felices, antes y después, aunque no nos interesa el porqué.

 

 

 

Aprovecho este espacio para disculparme porque ultimamente no puedo leer ni comentar debidamente

porque el trabajo me esta absorbiendo mas de lo que quisiera.

 

domingo, 8 de noviembre de 2020

¿Y EL LOBO SOPLADOR?

Cuento para la convocatoria de EL BIC NARANJA

sobre el tema: La cuarentena obliga. Consiste, como habreis supuesto, en hacer

un texto sugerido por la imagen 

 

                ―¿Quién es?

                ―Soy Caperucita, abuela. Ábreme ―contestó el Lobo, fingiendo con poco acierto, la voz de una niña.

                ―No pareces Caperucita. A ver, mete la manita por la gatera. ―Así lo hizo la falsa niña―. Uyy, que mano más sucia. Tú no eres Caperucita. Ella… ―Sintiéndose descubierto, el Lobo metió la pata en un cubo de pintura blanca que había en el andamio de los grafiteros que estaban pintando la fachada. Luego volvió a meter la pata por la gatera―. Ahh, ahora sí que te reconozco. Pasa Caperucita ―dijo la abuela abriendo la puerta.

                El lobo empujó la puerta y la franqueó. La abuela viendo el engaño, pusó la trabanqueta al Lobo, que cayó de bruces, y se dio con todos los morros en la esquina de una mesita. La abuela, percatándose de la pequeña ventaja de que gozaba, se dirigió a la ventana y pidió ayuda.

                ―¡Socorro, socorro!

                Pero nadie hizo caso. Viéndose desamparada, la abuela sacó, primero su pierna y luego el cuerpo entero por la ventana, y no sin gran esfuerzo, logró pasar hasta la ventana del libro de al lado. Allí, viendo la visita inesperada, el cerdito albañil empezó a correr y gritar, brazos en alto, dando vueltas a la mesa del salón:

                ―¡Brecha de seguridad! ¡Brecha de seguridad! ―Sus dos hermanos, que ya se habían refugiado en la casa del hermano mayor, lo imitaron, ya que no conocían las costumbres de la casa. «Allá donde fueres, haz lo que vieres», pensaron al unísono.  El espectáculo dejo perpleja a la abuela , que tampoco conocía las costumbres de la casa.

                Finalmente, el Lobo logró recuperarse, y siguió los pasos de la abuela. Una vez dentro de la casa del cerdito albañil, percatándose del banquete que le esperaba, ni corto ni perezoso, se dirigió a la puerta, la abrió y llamó al Lobo que hacía rato que ya no soplaba intentando derribar la casa.

                ―Eh, venga entra, que aquí voy a necesitar ayuda, para despachar toda esta carne ―Pero allí no había nadie.

                Mientras tanto los grafiteros, ayudaron a salir a los tres cerditos y la abuela, por aquella ventana. Luego, antes de que el Lobo pudiera seguirlos, la pintaron  con imprimación blindada y laca de acero. De este modo el Lobo se quedó sin merienda.

                MORALEJA: Todos los Lobos de los cuentos son el mismo. Solo hay uno.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

MERECEDOR

Este jueves nos convoca CECY con un tema que a muchos apasiona:

LOS CABALLOS. Esta que sigue es mi aportación, 

y podeis disfrutar del resto de ellas justamente AQUI


“Este caballo está entrenado para servirte. Lo tienes que querer como él te quiere a ti, si quieres ser digno de él”. Eso fue lo que le dijo su entrenador antes de entregárselo. Empleo más de dos años en adiestrarlo. Le cobró a su padre veinticinco mil euros; era el mejor entrenador de caballos de Europa.

                ―Pues mi caballo, una vez me tiró cuando estábamos cruzando una carretera, y viéndome indefenso en el suelo cuando llegaba un coche a toda ostia, se puso delante para protegerme.

                ―Ya, pero mi yegua es más resistente. Puede recorrer al galope…

                ―Una polla, va a ser más resistente… ―le interrumpió Narciso antes de que Modesto pudiera alardear de las proezas de su yegua―. Mi caballo es más rápido, más resistente, más fiel y más obediente. ¡Ya te digo…!

                ―Que no , hombre que todo el mundo sabe que la raza de mi yegua es más resistente. El tuyo es más rápido. Es un pura sangre, pero de resistencia… Es como Carl Lewis y un marat…

                ―Que te lo crees tú. ¿Qué te juegas?

                ―Que no es cuestión de jugarse nada, es una cosa…

                ―Ahh… Te rajas ¿no? A ver si tienes huevos de jugarte la yegua. Venga, va… Tu yegua contra mi caballo. Mi caballo vale veinte veces más. ¿Qué digo veinte? Doscientas. Venga… ¿Tienes huevos o no?

                ―Que no me voy a jugar nada. Que no hace falta..

                ―Aahh , te rajas. “Poc a poc… poc a poc” ―tarareó aleteando los codos, imitando a una gallina.

                Modesto debía tener huevos, aunque no fuera para apostar, porque aquella escena se los estaba tocando bien. Finalmente, más por darle una lección, que por quedarse con el caballo, aceptó, seguro de su triunfo:

                ―Vale “bocas”. Que eres un puto “bocas” ―contestó ya cabreado―. ¿Cómo quieres hacerlo?

                ―Güay… Por la playa, ahora que esta vacía. Hasta el siguiente pueblo y volver, y así sucesivamente hasta que uno se raje, que vas a ser tú. Jaja. Pero al galope todo el rato, ¿eh? Nada de trote, y tienes que ponerte a mi altura más o menos.

                Modesto no pensaba quedarse con el caballo, pero estaba ansioso por darle una lección.

                Cuando llevaban tres idas y venidas al pueblo de al lado, la yegua daba muestras de estar llegando al límite, pero el caballo seguía a buen ritmo; se distanciaba.

                Modesto acució al límite a la yegua, jodido porque veía que iba a perder la apuesta, pero ella agotada, viendo que no podía más, se paró.

                Narciso acució al límite al caballo, contento porque veía que iba a ganar la apuesta, pero él agotado, viendo que su amo aún no estaba satisfecho, continúo hasta reventar un kilómetro más allá.

                Narciso se quedó mirando como agonizaba tendido en la arena. Se arrodillo a su lado y le acarició el cuello:

                ―Te has portado bien. ―Estuvo allí hasta que llegó Modesto con su antigua yegua, al paso. Entonces se levantó como un resorte―: ¡Toooma! ¿Qué te dije? Venga, bájate de mi yegua. ¿Cómo se llama? Da igual… la llamare… Bueno, ahora no se me ocurre nada .―Se montó y empezó a acuciarla para que galopara, pero ella siguió al paso―. ¡Vaya mierda de bicho! ―protestó―. Me has engañado. ¿Cómo se hace para que esto corra?

                Modesto los vio alejarse. Luego miró al caballo tendido en la arena, que ya no agonizaba.

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