Esta semana nos convoca Cecy desde su blog DESHOJANDO RELATOS, con un reto sobre las tentaciones. No conocía la expresión "el diablo mete la cola", pero con la explicación de la anfitriona he conseguido encaminar algo que luego se ha desviado un poco. Eso sí, como tiene un poco de trama me he ido un pelín largo de palabras.
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La viudez se extendía ya por más de tres años y la viuda todavía era treintañera. Parece mentira que nadie conociera a ciencia cierta, ni siquiera ella, de dónde había sacado su difunto el dinero necesario para comprar aquel rancho que ahora era suyo; desde luego de nada legal. No se lo cargó hasta que Hacienda se dio por vencida en su afán por descubrirlo. Así, ya no tendría nada que temer por ese lado.
Una noche un ruido alteró su sueño. Instintivamente se incorporó y se dirigió a la balconera de la terraza, pero antes de abrirla se detuvo; se lo pensó mejor y volvió a la cama. Estaba segura de que alguien la espiaba. Pensó en el capataz; otro viudo; cuarentaypocos; de muy buen ver aunque con un hijo de quince o dieciséis; nunca le interesó de qué había muerto su mujer, quizás también se la cargó. Era de la total confianza de su difunto y quizás eso le había frenado aquellos tres años.
Se acostó dando la espalda a la balconera, pero no pasó nada. Dormía en bragas con una camiseta de tirantes larga. Aunque todavía no hacía tanto calor, se destapó sin cambiar de posición. De este modo libró de interferencias al detector de miradas que todas la mujeres tienen en el culo. Así confirmó sus sospechas, pero siguió sin haber reacción. Finalmente se durmió.
La noche siguiente cambió de estrategia. Dejó la balconera abierta, con el mismo resultado; el hombre no se decidía.
La siguiente decidió además dormir desnuda y darse repetidos paseos por la habitación con cualquier excusa que se le ocurriera. Nada.
Pero la siguiente… Decidió que antes de llamarlo a voces, iba a quemar todos los barcos. Se acostó con un antifaz de dormir, por si le daba vergüenza que lo viera, y dejó sobre la mesita de noche el preservativo y dos billetes de ciento cincuenta dólares. Y así, sí.
Tras dos meses repitiendo la jugada, un día se presentaron en el rancho dos agentes del FBI. Después de las presentaciones, el que llevaba la voz cantante, que se presentó como agente del departamento del Tesoro, sacó un fajo de los billetes de ciento cincuenta dólares:
―¿Esto es suyo?
―Sí ―titubeó―. Eran de mi marido. Jugábamos con ellos al monopoly. Son de juguete.
―Sí, son de juguete, pero son exactamente iguales que los de cien, con todas las marcas de seguridad de los billetes de curso legal, la efigie del mismo presidente, sin el más mínimo fallo excepto un 5 por un 0. ¿De dónde los sacó su difunto esposo?
―Pues no sé. Ya le he dicho que los usábamos para jugar al monopoly. Además, ¿qué más da si son de juguete?
―¿Los ha intentado hacer circular, o se los ha dado alguien para que lo intente?
―Oiga, que son de juguete. ¿Cómo voy a intentar eso? Además, a ustedes que le importa si los…
―No se esfuerce, Señora ―interrumpió el otro―. Soy de la Unidad de explotación infantil y tenemos el testimonio de su amante.
Abrió la puerta y entró el hijo del capataz.