jueves, 5 de diciembre de 2024

EL SPIN-OFF

Esta semana nos convoca Marcos desde su blog MARCOS PLANET, y nos reta con un tema nada escatológico. ¿Que pasa entre dos humanos condenados a convivir en una isla desierta? 

 

Podéis encontrar el resto de Náufragos AQUI 

 

          El vuelo 815 de Oceanic Airlines sufrió un spin-off justo antes de estrellarse en la isla que todos conocen. El fuselaje se partió en varios trozos en pleno vuelo y uno de ellos fue a caer en una isla diferente de aquel extraño archipiélago. Era un avión hidrófobo, aunque no rabioso, por lo que todos sus trozos cayeron en tierra y ninguno en el agua, a causa de un extraño efecto magnético.  

          En el referido trozo viajaban los pasajeros 49 y 50, aunque ellos no lo sabían, así que uno de ellos decidió que deberían llamarse…

          ―Yo número uno y tú numero dos

          ―¿Y por qué yo el dos?

          ―Porque a mí se me ha ocurrido la idea.

          ―¿Y porque no nos llamamos como siempre? ¿Tu cómo te llamas?

          ―Ni de coña te lo digo.

          ―Yo me llamo Travis. ¿Y tú?

          ―Número uno. Olvídate de todo lo que conocías hasta ahora. Ahora somos libres. ―Y empezó a desnudarse―. Aquí hace calor y lo hará todo el año. La ropa nos servirá para hacer una hoguera por la noche. Toda la civilización, educación y convencionalismos, aquí nos sobran. Tienes cara de imbécil, pero eso no significa que no podamos ser amigos y convivir en cordialidad y ayudarnos en las dificultades. Quítate esa ropa, no seas ridículo.

          ―Es que estoy más cómodo así.

          ―Pero ¿qué dices? No tienes por qué mentir. Aquí sobra la mentira. Yo ya te he dicho que eres imbécil y no ha pasado nada.

          ―Ya, pero no es mentira; estoy más cómodo así.

          Los días pasaron y una cierta rutina se estableció, casi siempre siguiendo las directrices de Numero Uno.

          ―Podríamos hacer arcos y flechas para cazar algo de carne, aunque sean pájaros; son muy confiados, sería fácil cazarlos ―propuso Numero Dos.

          ―¿Para qué? Esta todo atiborrado de fruta comestible y los peces de la laguna parecen volverse locos por meterse en esa malla que encontramos en el avión, cuando la extendemos en el agua. ¿Para qué esforzarse?

          ―Es que a mí me gusta la carne. Odio el pescado. Y solo fruta…

          En ese momento Numero Uno se acuclilló y empezó a evacuar mientras seguía conversando con su interlocutor, que tuvo que parar:

          ―Te aferras estúpidamente a tus antiguas costumbres de la caduca y odiosa civilización. ―La operación estaba siendo de todo menos silenciosa―. Debes desprenderte de ellas. ¿Me acercas esa piedra de ahí? ―inquirió señalando un canto rodado muy liso que había delante de ellos.

          ―Sí, claro ―contestó Numero Dos. Lo cogió y lo encontró ciertamente grande y pesado para el menester para el que había sido escogido, así que, para hacerlo más manejable, decidió partirlo contra la cabeza de Numero Uno. Sorpresivamente, ocurrió justo lo contrario. «Debo estar perdiendo la proporción de las cosas», pensó. Y enseguida se percató de las consecuencias de su acción:

          ―Por fin carne.

          Por fin se había deshecho de sus convencionalismos civilizados.

 





miércoles, 27 de noviembre de 2024

ME CAGO EN TODO

 Esta semana juevera nos convocan las amigas de ARTESANOS DE LA PALABRA con un reto en que describamos una situación vergonzosa, sin abandonar su tradición de retos difíciles. Parecen haber tomado el testigo de MAG (cuando vuelva de sus vacaciones blogueras, saldremos a difícil una semana sí y otra no).

Como por aqui nos dan mucho la bara con que reciclamos poco, pero los anuncios con los que tratan de combatirlo parecen pensados para que reciclemos menos, yo, esta semana, me he resistido y he reciclado un texto de hace dos años porque parecía que ni pintado para el tema. Ademas no lo leyeron mucho por aquel entonces, aunque alguna se acordará

Podéis encontrar el resto de vergüenzas AQUÍ

  A Darío le gustaba ir al lavabo del piso de arriba. Le gustaba la tranquilidad. Allí no había servicio mixto, pero daba igual porque en el piso de arriba no trabajaba nadie. En la planta baja donde estaban las oficinas la cosa era diferente.

          Darío bajaba por la escalera después de ingresar un importante depósito en la “Banca de loza Roca”. Le extrañó cruzarse en mitad del segundo tramo con Amelia, su amor secreto:

          ―¿Adónde vas? ―le preguntó despreocupadamente, así como aquel que no está enamorado.

          ―Al lavabo de arriba. En el de abajo está Tina, que lleva media hora llorando y no quiere salir.

          ―Ah ―comentó Darío, y siguió su descenso hasta que al llegar al descansillo, una duda le asalto: «Me cago en to. ¿He tirado de la cadena?». El frenazo fue como cuando caes desde un quinto piso y frenas contra el suelo. Las ondas de choque originadas por aquella detención petrificante sorprendieron a Amelia:

          ―¿Qué pasa?

          ―Nada… O sea, sí. ―El magín le trabajaba como el día del examen de selectividad. Por fin articuló―: No hay agua. En el lavabo, quiero decir. No hay agua. Mejor que esperes abajo.

          ―¡Anda ya! Como que no hay agua si me acabo de lavar las manos abajo. ―Y siguió su camino ascendente.

          ―¡Y tampoco hay luz! En todo el piso de arriba no hay luz. La han dado de baja. No subas, no te vayas a tropezar con algo y te hagas daño.

          ―¡Anda ya! ―Y continuó sin hacerle caso.

          Darío se lanzó escaleras abajo, saltando los peldaños de tres en tres, se apresuró al cuarto de contadores y cortó primero el agua y después la luz del primer piso. Luego se asomó al hueco de la escalera, se puso la mano en la oreja ampliando su pabellón auditivo, y esperó unos segundos, pero no oyó nada. Tras un par de minutos más de impertérrito silencio, se dirigió a su puesto en la oficina.

          ―No hay agua ―exclamó Tina saliendo del lavabo de planta baja.

          ―No. Es verdad ―la apoyó Darío―. Habrá que llamar a un fontanero.

          En ese momento Amelia reapareció en la oficina:

          ―No hay agua. ―Y volvió a sentarse en su sitio, al lado de Darío.

          ―Sí, eso mismo decía Tina ahora mismo ―observó el chico, evitando por todos los medios decir aquello de “ya te lo había dicho”.

          ―Y han dado de baja la luz del piso de arriba. ―Aquí no recibió apoyo alguno. Darío metió la cabeza y toda su atención en el monitor del ordenador.

          ―¿Cómo van a dar de baja la luz de piso de arriba? ―exclamó alguien.

          ―Pues no hay luz ¿verdad, tú? ―inquirió golpeando el muslo de Darío. Y luego bajó la voz de forma que solo él la oyera―: Y podías haber tirado de la cadena…

          ―Pero si no había agua ―le susurró al oído.

          ―Es verdad no hay agua ―aclaró alguien que había entrado al lavabo para comprobarlo―. Voy a llamar a un fontanero.

          ―Pero el tanque estaba lleno ―susurró esta vez ella al oído de él. Darío dejo caer su cara sobre el teclado―. Pero no te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo. Y mejor no subas ahora, al menos hasta que alguien vuelva a tirar de la cadena. ―El chico volvió a levantar la cabeza y la miró sorprendido, mientras ella se acomodaba en su asiento y volvía a fijar la mirada en su monitor―: Al menos el asiento estaba aún calentito.

          Entonces fue cuando Darío se dio cuenta de que su amor era correspondido.


miércoles, 20 de noviembre de 2024

LOS CULPABLES

 Este mes GINEBRA BLONDE nos propone un reto en que basándose en alguna de las imágenes propuestas nos inspire terror. Me ha salido un relato en que aunque no lo parezca, todo es cotidianamente terrorífico, menos lo que parecería tradicionalmente terrorífico.

También me servirá como parte de la propuesta del libro de este año para EL VICI SOLITARI, cuyo tema en mi caso será "Anatomía Mutable". 

La imagen que he escogido es esta:


 Y encontraréis el resto de terrores AQUI

 

          Pepito dejó de crecer a los catorce. No fue una parada en seco. Lo cierto es que hasta esa edad había crecido más lentamente que sus compañeros de clase, de modo que cuando paró, ya medía casi un palmo menos que la media. El anunciado estirón ni llegó ni se le esperaba.

          De alguna manera, alguno de sus compañeros se las arregló para apuntarlo al equipo de baloncesto. El primer día de la actividad, poco antes de que acabaran las clases, el entrenador se presentó en todas las aulas para pasar lista de los que se habían matriculado. Cuando mencionó a Pepito, hasta al entrenador, que lo conocía de la clase de educación física, se le escapó una sonrisa que reprimió rápidamente. Lo mismo les ocurrió a los gordos, los cuatroojos y las nenazas. El resto, bueno… Hasta el director acudió presurosamente al aula, alarmado por la escandalera que se formó, para comprobar que sólo se trataba de un torrente irrefrenable de carcajadas. Nadie pudo apaciguar las risas, y hubo que dejar que se extinguieran por agotamiento.

          Mama-Pepito y Papa-Pepito acudieron a la seguridad social donde les hablaron de la hormona del crecimiento. Es un tratamiento duro que supone una inyección diaria que además no es poco dolorosa. Pero Pepito estaba dispuesto a todo. Tras tres meses de tratamiento y muy poco efecto positivo, los médicos decidieron que se había iniciado el procedimiento a una edad excesivamente avanzada. En realidad, el cuerpo de Pepito ya había dejado de crecer, y este tratamiento requiere que el cuerpo siga creciendo para acelerarlo. Además los efectos secundarios empezaban a ser alarmantes: cefaleas continuadas, dolor generalizado y algunos bultos que le empezaban a salir y que afortunadamente remitieron al suspender el tratamiento.

          La adolescencia empezaba a apretar y algunos compañeros de clase, seguramente los que le apuntaron al equipo de baloncesto, tentaron a las chicas más altas a que se interesaran por él, pero ellas se mostraban reacias, aduciendo que no les gustaba, y se negaban rotundamente cuando les explicaban que era una atracción simulada cuyo único objetivo era reírse de Pepito.

          Mama-Pepito y Papa-Pepito volvieron al ataque con los médicos un año después, ya que el niño se negaba a ir al colegio. A estas alturas, el niño ya entraba en los parámetros necesarios para ser apto para la técnica de elongación ósea. Si las inyecciones eran dolorosas, esto era criminal. El procedimiento consistía en cortar el fémur por la mitad y sujetarlo con unas varillas metálicas exteriores atornilladas a ambas mitades del hueso. Mediante un sistema de tornillería, ambas partes se van separando gradualmente y el hueso va rellenando el hueco del mismo que se forma el callo en una rotura.

          Cuando Pepito apareció en el colegio con aquellos hierros en las piernas el cachondeo por su estatura quedó del tamaño de una anécdota. Las humillaciones culminaron el día que le quitaron el ordenador y lo pusieron en lo alto de una de las estanterías de la biblioteca; fuera de su alcance. Con la ayuda   de una silla y una expectación creciente, Pepito escaló hasta que a uno de los bromistas se le ocurrió ayudar a que la estantería se venciera, y el show acabara con el ordenador desparramado en piezas, todos los libros de la estantería esparcidos por el suelo, y Pepito debajo del mueble volcado con el precario mecanismo de la piernas desmontado y el hueso en su interior partido.

          El sicólogo, después de comprobar su estado mental, recomendó a los padres que suspendiera su asistencia al instituto, al menos hasta que acabara el tratamiento de elongación, cuya eficacia, además quedó seriamente disminuida a consecuencia del accidente.

          El chico se aisló del mundo y se introdujo en la red en busca de una soluciona a su problema. Toda clase de pócimas, fórmulas magistrales y procedimientos médicos de dudosa garantía fueron pasando por la pantalla de su nuevo ordenador portátil. Probó varios de ellos a pesar de las reticencias de sus padres, que finalmente cedieron, cuando fueron asesorados de que estos métodos son tan perjudiciales como eficaces, y que podían ayudar al chico más que la inacción.

          Cierto domingo cuando el matrimonio volvía a casa, conduciendo ya de noche, tras pasar el día con la hermana de ella, pudieron ver a lo lejos, plantada en medio de la carretera, la silueta de un gigante. El chico no solía acudir desde hacía ya unos años a esas reuniones familiares, porque aunque en ellas se encontraba a salvo, no era ahí donde quería encontrarse a salvo. La hermana de   Mama-Pepito vivía ciertamente lejos, pero era el familiar más cercano que tenía el matrimonio, y aunque partían hacia su casa por la mañana temprano, entre el paseo matutino, la copiosa comida, los postres y la tertulia, nunca conseguían llegar a casa antes de las diez de la noche. Además había que esperar a que bajara lo suficiente el alcohol en sangre. Y gracias a esta espera, estaban seguros de que el gigante que estaba en la carretera, una curva antes de llegar a su urbanización, no era una alucinación.

          Frenaron el coche frente a sus pies ya que no se apartaba. Los faros iluminaban las patas del gigante que no eran más gruesas que la parte estrecha de un bate de béisbol. El matrimonio salió del coche, ciertamente poco asustado para el espectáculo que estaban presenciando. Desde el interior, a través del parabrisas, no podían ver la cara del gigante que debía hacer unos treinta metros. Se acercaron a él mirando hacia arriba. En aquel instante, las patas del gigante no eran más gruesas que el palo de una escoba.

          ―Hola… ―se escuchó desde lo alto con una voz que parecía alejarse―…mamá… ―A mamá ahora sí que le dio un vuelco el corazón. La fuente de la voz se alejaba más y más hacia lo alto―…Perdonadme…―Fue lo último que se escuchó antes de que las patas, que ahora no eran más gruesas que las de un canario, empezaran a temblar y finalmente a colapsar. Algo parecido a una cuerda que hubieran soltado desde lo alto comenzó a formar una montañita de hilo orgánico.

          El metro cuarenta de Mama-Pepito cayó de rodillas entre llantos, mientras intentaba frenar la caída de aquel hilo, preguntando al vacío: “¿Qué hemos hecho mal?”

          El metro cincuenta y dos de Papa-Pepito, que la contemplaba desde lo alto, pensó: «Jugar a ser normales». Lo pensó pero no lo dijo.

          Al llegar a casa, con el hilo amontonado en el maletero y una historia difícil de creer, encontraron dos frascos vacíos de los de reciente adquisición, en los que rezaba bien grande, justo debajo del nombre del medicamento: “Respetar escrupulosamente las dosis”.

         

 


 


miércoles, 13 de noviembre de 2024

TIEMPOS DE BONANZA PARAMÉDICA

 Este jueves nos convoca MARI desde su blog HACIA EL ÚLTIMO ESCALÓN DE LA MAGIA con un reto imaginativo (referido al nacimiento una imagen). Debemos centrarnos en una de las etiquetas de vinos que forman un collage y hacer nacer de esa imagen, un relato.

El resto de aportes AQUI

Este es el collage:


Esta es la etiqueta que he escogido yo:


 Y este es el relato :


        Hoss daba una vuelta por su extenso viñedo antes de acudir a la presentación que ofrecía su hermano en la ciudad. Fue a la caseta donde estaban las bombas de riego; había saltado una alarma, que en definitiva se tradujo en que un interruptor automático se había disparado. Tuvo la tentación de quedarse a averiguar cuál había sido el motivo; así lo hubiera querido su padre de no haber sabido que iba a perderse el gran día de su hermano Joe. Además su padre ya no estaba.

          Se volvió a montar en su biocicleta y aceleró para no llegar tarde. Atravesó lo que antes fue un inmenso rancho. Ahora era un inmenso viñedo. Con gran dolor de corazón, la familia abandonó el negocio del ganado y dedicó la finca enteramente al vino. Esto habría disgustado a su padre, pero las prioridades económicas son las prioridades económicas y mejor solucionar las cosas antes de que no tengan solución.

          Pasa como con la salud; más aún que con las prioridades económicas. La montaña de musculo macizo que conformaba el cuerpo de Hoss hace muchos años había ido convirtiéndose en una de grasa antimaciza. La inactividad física, los quebraderos de cabeza de los negocios, que asumía su padre anteriormente, fueron aplastando y ablandando los músculos de Hoss. Hasta que un día, su hermano Joe decidió tomar cartas en el asunto.

          ―¡Hostia, Hoss! ¿Eres tú? ―Candy era un antiguo empleado del antiguo rancho.

          ―Ya te digo, Candy. Te veo genial. ¡Qué bien te trata la vida!

          ―Hostia , pero ¿qué te ha pasado? ¿Te has hecho eso del balón gástrico?

          ―Bueno, parecido.

          ―Ah… eso del bypass

          ―Más o menos. ―A Hoss no le gustaba mentir pero le había prometido a su hermano que no desvelaría nada de la presentación. No es que faltara mucho para que se enterara todo el mundo, pero aun así guardó la promesa.

          ―Mira, ya empiezan. Me puedo sentar contigo ¿no?

          ―Claro, amigo.

           «Damas y caballeros, les presento al Dr. Hop Sing»

          ―Hostia, tu hermano Joe sí que esta igual igual que en los buenos tiempos

          Un viejo chino se encaminó con dificultad al estrado y subió a él.

          «El Dr. Sing es un insigne genetista, aunque lo que hoy le trae a este escenario es otro tipo de ciencia en la que él es máxima autoridad en la actualidad: La cyborgología. Y nos viene a presentar, aquí, en primicia mundial el invento que revolucionara para siempre el concepto que hoy en día tenemos de la nutrición: La biocicleta, que hemos bautizado con el nombre del negocio familiar…  

          Las cortinas traseras se descorrieron y apareció algo indistinguible de una motocicleta debajo de un cartel luminoso que anunciaba: “La Poderosa”. Y debajo, más pequeño: “Bebe para conducir”. Un clamor sacrílego recorrió el teatro.

          «Y ahora cedo la palabra al insigne Doctor…»

          El doctor explico, con acento chino y todo lujo de detalles, que la biocicleta tenía en el manillar dos latiguillos que se acoplaban a sendos implantes que al piloto le había injertado quirúrgicamente en las venas de la muñeca. En realidad, el izquierdo a la arteria radial y el derecho a la vena cefálica. El meollo del asunto es que la sangre del piloto sale de su cuerpo por la arteria, se metaboliza en el interior de la biocicleta ―que solo se parece e una motocicleta en que tiene dos ruedas y un manillar―, quema el alcohol que biociclista ha ingerido ―mejor de vino que de bebidas de más alta graduación―, y esa energía hace funcionar el motor. Pero esto se le podía haber ocurrido a cualquiera. Lo verdaderamente es que una vez consumido el alcohol, comienza a metabolizar también los azucares y posteriormente la grasa.

          ―Hostia, tío. ¿Eso es posible?

          ―Ya te digo ―contestó Hoss levantándose la camiseta y mostrando unas costillas perfectamente contabilizables.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

LOS LEONES DE TSAVO

Esta semana nos convoca al reto juevero el compañero DEMIURGO DE HURLINGHAM, desde su blog del mismo nombre. El tema es la caja misteriosa, o sea... bueno, no hay que ser un lince.

 

Podéis encontrar el resto de cajas AQUI

 

          ―¿Los acuarios grandes, por favor?

          ―En el último pasillo; están pegados a la pared del fondo.

          El cliente se dirigió allí y fue ojeando precios y midiendo los tamaños con un metro que llevaba. El pasillo se acabó y la única que le servía era la segunda y no le gustaba mucho porque le iba aquedar espacio libre. El resto no le cabían. Al final había una caja de cartón, que sospechaba que podía contener otro acuario. En las solapas cerradas de la caja podía leerse: “No mirar”. «De abrir no pone nada», pensó. Se cercioró de que el dependiente no miraba y la abrió. Estaba llena de agua pero no había ninguna pecera. Incrédulo, tocó la caja pero no estaba mojada. Se asomó pero estaba oscuro; no obstante podían verse flakes flotantes, así que debía haber peces. Volvió a mirar a ambos lados y nadie le observaba. Sacó el móvil, encendió la linterna y miró el interior. No había peces. Pero en el fondo había unos muñecos que se desplazaban entre bolas de pienso y lo que parecían huesillos de pájaro o algo así.

          Volvió a cerciorarse de que nadie le observaba, se arremangó e intentó coger uno de los muñecos del fondo. Al meter la mano en el agua, se le encogió; pero no como la ropa de algodón, se le encogió muchísimos. La sacó y recuperó su tamaño. «Ha sido un efecto de la refracción», pensó. Le gustaba mucho la física y la ictiología. Volvió a meter la mano y se repitió el efecto. La sacó antes de llegar al fondo. Aunque fuera un efecto óptico le daba cierto repelús.

          ―¡Joven! ―llamó―. ¿Qué especie de pez tienen aquí?

          ―No está a la venta.

          ―Bueno, ya. Es que la pecera me interesa. Es justo…

          ―No es una pecera. Es una caja de cartón.

          ―Bueno, será un material que no sé… además en el fondo hay unos bichitos.

          ―No son bichitos. Fíjese bien ―Y encendió un foco que había justo encima de la caja. El cliente se asomó y el dependiente le dio una palmada en la espalda al grito de―: ¡Pa`dentro!

          El cliente cayó al interior y comenzó a encoger alarmantemente al ritmo del descenso. Lo que encontró en el fondo no eran muñequitos, sino humanitos, con agallas, aunque no eran muy valientes. Eran como las que le empezaban a salir a él. También su tamaño era ya el mismo que el de sus nuevos compañeros.

          Entonces el dependiente, fuera ya del alcance auditivo del cliente, dijo: “Es que no le gusta el pienso”, al tiempo que lanzaba una piraña dentro.

 

 

 

  

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