lunes, 14 de abril de 2025

EL MINERO

 Este mes EL TINTERO DE ORO toma como referente "Momo", de Michael Ende. El reto consiste en hacer in relato de menos de novecientas (He necesitado dos sierras mecánicas para mutilar lo que tenía pensado porque la primera se ha quedado sin filo de tanto recortar), que gire en torno a un acertijo.

 

Podéis encontrar el resto de acertijos AQUI

 

          ―Ayer pillé a “ojitos románticos” mirándome las piernas.

          ―Tu alucinas, Helen. “Ojitos románticos” solo tiene ojitos para mi. Y ¿Cómo iba a mirarte las piernas por debajo del pupitre desde lo alto de la tarima? Habrá tenido que agacharse mientras escribía las formulas en la pizarra, ¿no?

          ―Pues no. Fue mientras resolvíamos un problema. Cuando se dio cuenta de que lo había pillado, me sostuvo un momento la mirada y luego la apartó avergonzado.

          ―Estas flipando. Lo único que mira “ojitos” son mis tetas ―presumió Evelyn recolocándoselas para hacerlas más evidentes de lo que en realidad eran. No va a mirar las tuyas que de momento no dan señales de vida. ―Helen bajó la cabeza avergonzada y aprovechó para chequear si su amiga se equivocaba―. Bueno, tranquila, todo llegará. Ahh… Este sábado Chivas dará una fiesta por su cumple. Clevas y Sebas me han invitado. Los dos, tú. Es en el local aquel: “Entre dos aguajeros”. ¿Te apuntas?

          ―Que va… No me van esas fiestas.

          ―Venga, que lo pasaremos bien. Llevarán alcohol de extranjis.

          ―No, paso. Además, ninguno de los dos me gusta. Que os divirtáis. Ya me contarás.

. . . . . . .

 

          ―¿Cómo fue?

          ―Jo, chica… ¡Qué interés! Haberte venido… Pues se presentó allí “ojitos románticos”…

          ―¡¿Queeeé?!

          ―Como es su tutor… ―respondió Evelyn sin poder reprimir un inicio de carcajada.

          ―¡Una mierda! No me lo creo.

          ―Jajaj… Tenías que haber visto la cara que has puesto.

          ―Cabrona… ―se consoló Helen―. ¿Y la fiesta?

          ―Bailé así, con los dos. Ya sabes…

          ―¿Con los dos? ¿Y os enrollasteis?

          ―Un poco, luego, con Sebas.

          ―¿Un poco? ―preguntó escandalizada― ¿Cómo un poco? ¿Lo hicisteis?

          ―Nooo… ¿Estás loca? Me reservo para “ojitos románticos”.

          ―¡Una mierda! Ojitos románticos es para mí.

          ―Ya tengo hasta un plan ―continuó Evelyn, ignorando a su amiga.

          ―¿Un plan? ¿Qué plan?

          ―Pues un día pediré tutoría y cuando…

. . . . . . .

 

          Aquella misma tarde, Helen pidió tutoría. Ojitos románticos la citó para el día siguiente. A la hora de la cita Helen estaba como un clavo en la puerta de su despacho:

          ―¿De qué quieres hablar?

          ―Mejor se lo explico en privado.

          ―Bueno, pues entra y espérame un momento que el director no sé qué quiere decirme. No toques nada, ¿eh?, ni chafardees los exámenes ―bromeó.

           Cuando el profesor regresó Helen estaba sentada en una silla con las piernas cruzadas. En la silla de al lado estaba toda su ropa, menos las gafas.

          ―¿Qué haces? ¿Estás loca? Vístete inmediatamente. ―Con una precipitación lindante a la que tendría alguien con una niña desnuda en su despacho, cogió la ropa, se la entregó, le volvió a pedir que se la pusiera mirando a todos sitios menos a ella, se aseguró de que no venía nadie, echó la llave― ¿Qué hago? ―volvió a abrir, cerró las cortinillas, volvió a mirar si venia alguien― Date prisa, por favor ―miró al techo, al suelo, a las paredes― ¿Te has vestido ya?

          ―Sí. ¿Es que no le gusto?

          ―¿Cómo me vas a gustar? Tienes quince años. Ya tendrás tiempo para eso. Tienes que fijarte en chicos de tu edad.

          ―Pero usted me mira en clase.

          ―Claro que te miro. Como a todos. ¿No querrás que te hable sin mirarte?

. . . . . . .

 

          Después de aquello Helen hizo campana y se sentó en un parque. Un veintilargos de melena rubia, ojoazulado, discretamente musculado, de cerca de dos metros y noventa kilos la seguía y se sentó a su lado:

          ―Eso tiene arreglo. Lo que te acaba de pasar, digo.

          ―Me extraña.

          ―Pero debes adivinar un acertijo.

          ―Me gustan los acertijos ―contestó su espíritu infantil.

          ―Oro parece…

          ―El plátano.

          ―No.

          ―¿Que no? Si acabas de decirlo…

          ―No he dicho nada. Déjame acabar:

Oro parece,

Plátano es…

          ―¿Ves? Plátano.

          ―¡¡Que no!! ¡¡Que me dejes acabar!! ―Era difícil desquiciar al nórdico―.

…Aunque Constantino diría,

Que no solo lo parece,

Sino que además lo es.

          ―¿Qué mierda de acertijo es ese? La adivinanza no es así.

          ―El acertijo lo pongo yo. Sabré yo cómo es… ―refunfuñó el nórdico―. . Mañana aquí; con la solución y algo más; y podrás arreglar lo tuyo.

. . . . . . .

 

          ―Papá, ¿quién es Constantino?

          ―Yo qué sé… Un emperador… y un presentador de televisión.

. . . . . . .

 

          ―Alexa, ¿Qué programa presentaba Constantino?

          ―El tiempo es oro.

. . . . . . .

 

          ―¿Me traes algo? ―Helen le entregó su anillo de primera comunión. El nórdico lo apretó en su mano y el oro se derritió― Toma, el brillante no me sirve. Por esto te puedo dar ocho años.

          ―¿Quién eres?

          ―No se puede pronunciar en vuestro idioma.

. . . . . . .

 

          Helen se puso las ropas que llevaría su tía de veintitrés años y pidió una entrevista con el profesor. El planteamiento fue el mismo pero el nudo y el desenlace no. Los ocho años añadidos transformaron el estado de la dotación de Helen, de “protonato incipiente” a “plenitud colagénica”. Ello provocó que ojitos románticos no reabriera la puerta, y quedó patente que sus manos no eran tan románticas como sus ojos. Bueno, lo único romántico eran los ojos.

          La veinteañera no quedó lo satisfecha que esperaba. El sentimiento de traición a Evelyn era menor que el remordimiento por haber vendido el anillo.

. . . . . .

 

          ―¿De dónde sacas esta inmensa cantidad de oro? Ese planeta estaba prácticamente esquilmado. ¿Has encontrado un yacimiento nuevo?

          ―Que va… Estoy recolectando el ya manipulado por ellos. Pero casi he recogido ya todo. Estos humanos se vuelven locos por el tiempo. Y nosotros tenemos tanto…

         

 

 

 

 




lunes, 31 de marzo de 2025

LA PERDIDA DEL VOYNICH

 Esta semana juevera nos convoca CAMPIRELA desde su blog con un tema apasionante: El Manuscrito Voynich. Venga... rienda suelta a la imaginación. Creo que no he terminado de leer la convocatoria,porque ya estaba maquinando. Y esto es lo que ha salido:

 

Podéis encontrar el resto de elucubraciones AQUI

 

          ―¿Ves, hijo? En este nivel todavía son vegetales, en este son mitad y mitad, y en este otro ya son animales todos. A partir de aquí cada escalón es un salto evolutivo.

          ―Y nosotros ¿Dónde estamos?

          ―Obviamente en lo más alto. Bueno en este grabado en lo más bajo porque va de menos a más. Estos eran ms apuntes de biología y quería que se demostrase un progreso cuando los escribí. Ahora son tuyos.

          ―Gracias, papá. Lo que no entiendo es porque en este experimento de campi hemos introducido octópodos. Si queremos provocar una evolución controlada en este ecosistema deberíamos introducir individuos como nosotros, ¿no? Nosotros no somos octópodos.

          ―Muy bien observado, hijo. Me haces sentir orgulloso. Verás… Hay que tener en cuenta que la base de la que partimos es muy inferior a lo que queremos obtener, así que hemos de introducir individuos extrapotenciados, para que al hibridar con los menoscabados nativos, obtengamos algo , que aunque no se parezca nosotros, resulte presentable en el congreso de biología.

          ―Ah… pero entonces…

          ―Venga, que es la hora. Ya le explicarás a tu hijo por el camino.

          ―Vamos, hijo. Recoge todo que tenemos que irnos.

          ―Pero, papá. Tú siempre dices que las cosas hay que verlas en su momento y en su lugar

          ―Si hijo, pero tenemos que irnos. No nos pueden esperar.

          ―Valeee…

          Dos horas después:

          ―¡Walla, papá! Nos hemos dejado tus apuntes en el campi.

          ―¿Qué dices, hijo? Con el cariño que les tenía…

          ―¿No podemos volver?

          ―Imposible… Ya hemos pasado Alfa Centauri. Solo faltan nueve años luz para llegar a casa.

          ―Lo siento, papá. ―Pausa―. Jaja… Mira que si los encuentra alguien que pasee por el Campi y los relea…

―No entenderán nada, hijo. Son mu tontos.

         

  los que quieran saber cómo acabó el experimento pueden clicar AQUI




miércoles, 26 de marzo de 2025

NO VEO LA META

Este jueves nos convoca desde su blog la simpar MARIFELITA para tratar el tema de las pioneras deportivas. Nada que ver con las neófitas en cuanto a oportunidades y emprendeduría, siendo también valerosas las actuales. Para ello nos ofrece un ramillete de fotografías de época, mostrando diferentes pioneras en diferentes deportes.

 Yo he escogido "La Temeraria". Este es otro de esos textos que funciona inextricablemente unido a la fotografía. De otro modo pierde su significado. Esta es "La Temeraria"

Podéis encontrar al resto de Pioneras AQUI

 

—¿Cómo se siente después de batir el récord del mundo?

 

—Ha sido un duro trabajo que al final ha obtenido recompensa.

 

—Usted hasta hace poco era una completa desconocida en el mundo del ciclismo ¿Cómo ha sido posible ese repentino ascenso? ¿Quién la entrena?

 

—Me ha entrenado mi padre durante los dos últimos años. De hecho comencé el entrenamiento aprendiendo a ir en bicicleta.

 

Un rumor recorrió la sala de prensa.

 

—Eh… que los demás también queremos preguntar —exclamó un impaciente..

 

—Perdón, no sé cómo funciona esto ¿quien da la palabra?

 

—Usted misma. Yo ya llevo un rato con la mano levantada.

 

—Ah… Perdón. Papá, será mejor que des tu la palabra.

 

—Si, hija. Pregunte Usted.

 

—¿Quiere decir que hace dos años usted no sabía ir en bicicleta y ahora ha batido el récord del mundo de esta especialidad? Es difícil de creer.

 

—Es la verdad. La práctica nos acerca a la perfección.

 

—¿Cuánto entrena?

 

—Ocho horas al día, más o menos. Lo mismo que cualquier trabajador.

 

—¿No le da miedo alcanzar esas velocidades en un circuito tan pequeño y cerrado?

 

—No. Una ventaja que tengo es que no siento sensación de vértigo ni de velocidad.

 

—¿Que le hizo inclinarse por esta especialidad?

 

—El circuito es fácil de memorizar. Jajja.

 

—¿Cree que en el futuro se dedicará a otra especialidad dentro del ciclismo?

 

—Jajja. Me parece que va a ser que no. ¿Alguna pregunta más?

 

—No. Ya está, hija.

 

La temeraria se levantó:

 

—¡Tormes! Nos vamos. Dejen pasar a mi perro, por favor —solicitó educadamente mientras se ponía las gafas negras, aunque ya estuvieran apagando las luces.

 

Otro rumor recorrió la sala de prensa.



martes, 18 de marzo de 2025

DEPENDEDIENTE

 Paseaba el otro dia por mi lista de lectura y veo un post de Patricia de ARTESANOS DE LA PALABRA sobre un reto basado en la detención del tiempo. Increíblemente hace 2 semanas escribí un texto para el libro anual de EL VICI SOLITARI, exactamente sobre eso. El reto en cuestión lo lanza Cristina Rubio desde su blog ALIANZARA. Hay que leer un cuento de Juan Rulfo titulado "No oyes ladrar los perros" en que se produce el referido efecto narrativo. Curiosamente, el mes pasado leí "Pedro Páramo. No me digaís qué cantidad de coincidencias. Me estoy extendiendo un poco en la presentación porque el reto no tiene límite de palabras.

Podéis encontrar el resto de detenciones AQUI


          ―¿Diagnóstico?

          ―Malo. Bueno, depende.

          ―¿De qué depende? ―canturreó la víctima.

          ―Bueno. Eso vendrá luego. Ahora… tres endodoncias irrecuperables, dos raíces para extraer porque ya no queda muela, y para rematar… limpieza de boca.

          ―En cristiano… tres o cinco implantes, ¿o se puede hacer alguno doble?

          ―No. Ve con Sandra que te hará el presupuesto. Yo tengo que hacer una limpieza y luego hablamos.

          Salí de la sala de tortura y me dirigí a otra sala de tortura, la del presupuesto, pero antes… lo primero. Fui al lavabo. Abrí, y aquello no era el wáter; observé desde el umbral y allí dentro había una serie de peceras enormes con grandes bichos en su interior. Apenas se movían, pero con seguridad estaban vivos. Volví a cerrar y me fijé en el letrero: “Donantes”. Busqué el que ponía lavabo. Pero antes abrí una puerta que decía “Pruebas”: era una sala de espera con tres personas, de bajo estrato social y aspecto famélico; su indumentaria les delataba. “Perdón” , me excusé. Por fin encontré el baño, y poco después llegué donde Sandra:

          ―¿Vas a entrar a degüello? ―bromeé. Había cierta confianza.

          ―Nueve mil más o menos. Solo lo más esencial.

          ―Ostras…

          ―Solo los tres implantes de las muelas irrecuperables. Es que llevas mucho sin venir, y claro, luego vienen las sorpresas.

          ―Bueno, pues, tendremos que hacerlo por partes. Bueno, en cualquier caso me ha dicho que me esperara, que me ibas a decir algo.

          ―¿Ah, sí…? ―comentó Sandra sorprendida.

          ―Sí. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

          ―Nada, nada… Ya te lo explica ella.

          En esas salió Susana con el paciente de la limpieza, al que ya había despachado:

          ―Ella le cobrará. Tú ven conmigo al despacho. ¿Cuánto te ha dicho? ¿Diez?

          ―Nueve.

          ―Ya. Bueno… Quería proponerte un descuento del 50% porque hay unos implantes nuevos que tienen una alta subvención por parte de la farmacéutica que los promociona.

          ―¿50%? ¿En serio? Me suena raro. Lo barato sale caro.

          ―Yo te los recomiendo. No son como los normales.

          ―Ah… ya me parecía…

          ―En cierto sentido son mejores, aunque solo duran entre uno y dos años.

          ―¿Perrrrdona…?

          ―Perdonado. No provocan rechazo ni el trauma quirúrgico de los tradicionales, ni las multivisitas de ajuste…

          ―Todo lo que tú quieras, pero… ―interrumpí.

          ―…y luego vuelven a salir. ―Aquí se produjo el silencio.

          ―¿El qué vuelve a salir?

          ―Los dientes.

          ―Sí, hombre. ¿Me estas vacilando?

          Si me estaba vacilando lo hacía muy bien, porque finalmente me convenció. Me condujo por un pasillo a continuación de la sala a la que me había asomado por error.

          ―Antes, buscando el lavabo, me he asomado a este pasillo y he visto a esta gente de la sala de espera. Ya entiendo lo del cambio de nombre: “Escualident”. Jjajja.

          ―¿Por?

          ―Y también unas peceras grandes en otro pasillo…

          ―Aaah… jajaa. Entonces ya no hace falta que te explique mucho. Antes, cuando te lo proponía, recordé que una vez me comentaste que trabajabas en bolsa, ¿no?

          ―Bueno, hasta que me echen. No soy el mejor bróker de la empresa.

          ―Entonces estos implantes te vendrán que ni pintados, ¿no? Jajjaj.

          Reí el chiste ―supuse que era un chiste por como ella lo celebraba― para no parecer más tonto de lo que soy, aunque en realidad no lo entendí. Entramos en el despacho y tras rebuscar unos papeles me los presentó para que los firmara:

          ―Y ¿para qué tanta formalidad de firmar un documento para un implante?

          ―Es por la subvención. La subvención se supedita a la firma de un contrato de confidencialidad. O sea que no le puedes decir a nadie que llevas este tipo de implantes. Puedes decir que llevas implantes pero no de este tipo ni de esta marca. Es porque aún están en la fase final de experimentación.

          ―Y ¿qué marca son?

          ―Pues mira, si no lo sabes seguro que no se te escapa. Quedamos mañana por la mañana a las siete. ¿Te parece?

          ―¿A las siete de la mañana?

          ―Sí. Es que esto lo hacemos fuera de horario de clínica. Además todo se hace en una visita. Vaya, que mañana a las ocho ya tienes dientes nuevos.

          La operación fue de maravilla y se confirmó el pronóstico de Susana. A las ocho ya me subía al metro de vuelta a casa, sin ningún dolor ni molestia. No acostumbraba a ir en metro, por lo que aquella acumulación de gente me pareció excesiva. «Si lo sé cojo un taxi», pensé. No tuve que hacer ningún esfuerzo por subir al vagón, ya que la multitud me arrastraba. Era hora punta. La opresión de la gente comenzaba a resultar molesta. Me sentía como un pez enlatado. Notaba un escroto que se clavaba en mi nalga, pero no percibí ningún cambio de tamaño, al contrario que el mío, que se clavaba a su vez en la nalga de la chica que tenía delante, pegada irremisiblemente a mi cuerpo. Intenté apartarme, pero no podía porque estaba flanqueado por dos gorilas que hablaban entre sí por encima de mi cabeza. Mi excitación aumentaba sin remedio. La chica olía de maravilla. Convulsivamente, sin darme cuenta, en un movimiento espasmódico, bajé la cabeza para oler su pelo. Ese fue el punto de no retorno. Recé para llegar cuanto antes a la próxima estación y aliviar aquella presión cuando se bajara la gente, pero el tiempo no avanzaba. Los gorilas parecían hablar en cámara lenta. La chica susurró al cuello de su blusa: “C…e…r…d…o”, como arrastrando las letras, y en voz baja, para que solo yo lo oyera. La forma en que lo dijo, independientemente del contenido, me excitó más aún. Un instinto, hasta entonces desconocido, me alarmaba sobre la urgente imprescindibilidad de menguar  aquella excitación. Tensé el cuerpo y lo estiré hacia arriba en un intento de coger más aire y frenar el corazón que contrariamente al tiempo, aceleraba.

          «No…»

           Los fluorescentes parpadeaban sincopadamente, de forma cada vez más lenta. Podía percibir la oscuridad entre un parpadeo y el siguiente.

          «…soy…»

          Apreté mis nuevos dientes en un intento más de contención.

          «…un…»

          Las paredes en el exterior del convoy se desplazaban por la ventana cada vez más despacio; en breve se pararían.

          «…cerdo…»

          Me forcé a mirar hacia el techo en un intento de dejar de oler a la chica, pero su aroma ya me envolvía.

          «…Sss…»

          Apareció ante mí un oso blanco, sin que hubiera pensado en él.

          «…ssoy…»

          Me tensé más aún. Apreté los puños todo lo que pude.

          «…uuu…»

          Encogí los dedos de los pies en un intento de sujetarme, aunque fuera al suelo del vagón.

          «…uun…»

          De repente todo se volvió blanco. El tren se paró definitivamente. Todo el mundo quedó congelado. Y entonces, sin darme cuenta descargué la dentellada. La cabeza de la chica fue saltando de un pasajero a otro hasta que encontró un hueco para caer al suelo.

          «…tiburón.»    

          El cuerpo de la chica cayó también al suelo cuando el resto de pasajeros, tintados de sangre, se apartó. Lo único que no cayó fue su cuello que permaneció en mis fauces hasta que lo tragué.

          Susana pudo documentar un efecto secundario de los nuevos implantes, desconocido hasta la fecha.

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