Esta semana juevera nos convocan las amigas de ARTESANOS DE LA PALABRA con un reto en que describamos una situación vergonzosa, sin abandonar su tradición de retos difíciles. Parecen haber tomado el testigo de MAG (cuando vuelva de sus vacaciones blogueras, saldremos a difícil una semana sí y otra no).
Como por aqui nos dan mucho la bara con que reciclamos poco, pero los anuncios con los que tratan de combatirlo parecen pensados para que reciclemos menos, yo, esta semana, me he resistido y he reciclado un texto de hace dos años porque parecía que ni pintado para el tema. Ademas no lo leyeron mucho por aquel entonces, aunque alguna se acordará
Podéis encontrar el resto de vergüenzas AQUÍ
A Darío le gustaba ir al lavabo del piso de arriba. Le gustaba la tranquilidad. Allí no había servicio mixto, pero daba igual porque en el piso de arriba no trabajaba nadie. En la planta baja donde estaban las oficinas la cosa era diferente.
Darío bajaba por la escalera después de ingresar un importante depósito en la “Banca de loza Roca”. Le extrañó cruzarse en mitad del segundo tramo con Amelia, su amor secreto:
―¿Adónde vas? ―le preguntó despreocupadamente, así como aquel que no está enamorado.
―Al lavabo de arriba. En el de abajo está Tina, que lleva media hora llorando y no quiere salir.
―Ah ―comentó Darío, y siguió su descenso hasta que al llegar al descansillo, una duda le asalto: «Me cago en to. ¿He tirado de la cadena?». El frenazo fue como cuando caes desde un quinto piso y frenas contra el suelo. Las ondas de choque originadas por aquella detención petrificante sorprendieron a Amelia:
―¿Qué pasa?
―Nada… O sea, sí. ―El magín le trabajaba como el día del examen de selectividad. Por fin articuló―: No hay agua. En el lavabo, quiero decir. No hay agua. Mejor que esperes abajo.
―¡Anda ya! Como que no hay agua si me acabo de lavar las manos abajo. ―Y siguió su camino ascendente.
―¡Y tampoco hay luz! En todo el piso de arriba no hay luz. La han dado de baja. No subas, no te vayas a tropezar con algo y te hagas daño.
―¡Anda ya! ―Y continuó sin hacerle caso.
Darío se lanzó escaleras abajo, saltando los peldaños de tres en tres, se apresuró al cuarto de contadores y cortó primero el agua y después la luz del primer piso. Luego se asomó al hueco de la escalera, se puso la mano en la oreja ampliando su pabellón auditivo, y esperó unos segundos, pero no oyó nada. Tras un par de minutos más de impertérrito silencio, se dirigió a su puesto en la oficina.
―No hay agua ―exclamó Tina saliendo del lavabo de planta baja.
―No. Es verdad ―la apoyó Darío―. Habrá que llamar a un fontanero.
En ese momento Amelia reapareció en la oficina:
―No hay agua. ―Y volvió a sentarse en su sitio, al lado de Darío.
―Sí, eso mismo decía Tina ahora mismo ―observó el chico, evitando por todos los medios decir aquello de “ya te lo había dicho”.
―Y han dado de baja la luz del piso de arriba. ―Aquí no recibió apoyo alguno. Darío metió la cabeza y toda su atención en el monitor del ordenador.
―¿Cómo van a dar de baja la luz de piso de arriba? ―exclamó alguien.
―Pues no hay luz ¿verdad, tú? ―inquirió golpeando el muslo de Darío. Y luego bajó la voz de forma que solo él la oyera―: Y podías haber tirado de la cadena…
―Pero si no había agua ―le susurró al oído.
―Es verdad no hay agua ―aclaró alguien que había entrado al lavabo para comprobarlo―. Voy a llamar a un fontanero.
―Pero el tanque estaba lleno ―susurró esta vez ella al oído de él. Darío dejo caer su cara sobre el teclado―. Pero no te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo. Y mejor no subas ahora, al menos hasta que alguien vuelva a tirar de la cadena. ―El chico volvió a levantar la cabeza y la miró sorprendido, mientras ella se acomodaba en su asiento y volvía a fijar la mirada en su monitor―: Al menos el asiento estaba aún calentito.
Entonces fue cuando Darío se dio cuenta de que su amor era correspondido.