Este mes EL TINTERO DE ORO toma como referente "Momo", de Michael Ende. El reto consiste en hacer in relato de menos de novecientas (He necesitado dos sierras mecánicas para mutilar lo que tenía pensado porque la primera se ha quedado sin filo de tanto recortar), que gire en torno a un acertijo.
Podéis encontrar el resto de acertijos AQUI
―Ayer pillé a “ojitos románticos” mirándome las piernas.
―Tu alucinas, Helen. “Ojitos románticos” solo tiene ojitos
para mi. Y ¿Cómo iba a mirarte las piernas por debajo del pupitre desde lo alto
de la tarima? Habrá tenido que agacharse mientras escribía las formulas en la
pizarra, ¿no?
―Pues no. Fue mientras resolvíamos un problema. Cuando se
dio cuenta de que lo había pillado, me sostuvo un momento la mirada y luego la
apartó avergonzado.
―Estas flipando. Lo único que mira “ojitos” son mis tetas
―presumió Evelyn recolocándoselas para hacerlas más evidentes de lo que en
realidad eran. No va a mirar las tuyas que de momento no dan señales de vida.
―Helen bajó la cabeza avergonzada y aprovechó para chequear si su amiga se
equivocaba―. Bueno, tranquila, todo llegará. Ahh… Este sábado Chivas dará una
fiesta por su cumple. Clevas y Sebas me han invitado. Los dos, tú. Es en el
local aquel: “Entre dos aguajeros”. ¿Te apuntas?
―Que va… No me van esas fiestas.
―Venga, que lo pasaremos bien. Llevarán alcohol de extranjis.
―No, paso. Además, ninguno de los dos me gusta. Que os
divirtáis. Ya me contarás.
. . . . . . .
―¿Cómo fue?
―Jo, chica… ¡Qué interés! Haberte venido… Pues se presentó
allí “ojitos románticos”…
―¡¿Queeeé?!
―Como es su tutor… ―respondió Evelyn sin poder reprimir un
inicio de carcajada.
―¡Una mierda! No me lo creo.
―Jajaj… Tenías que haber visto la cara que has puesto.
―Cabrona… ―se consoló Helen―. ¿Y la fiesta?
―Bailé así, con los dos. Ya sabes…
―¿Con los dos? ¿Y os enrollasteis?
―Un poco, luego, con Sebas.
―¿Un poco? ―preguntó escandalizada― ¿Cómo un poco? ¿Lo
hicisteis?
―Nooo… ¿Estás loca? Me reservo para “ojitos románticos”.
―¡Una mierda! Ojitos románticos es para mí.
―Ya tengo hasta un plan ―continuó Evelyn, ignorando a su
amiga.
―¿Un plan? ¿Qué plan?
―Pues un día pediré tutoría y cuando…
.
. . . . . .
Aquella misma tarde, Helen pidió tutoría. Ojitos románticos
la citó para el día siguiente. A la hora de la cita Helen estaba como un clavo
en la puerta de su despacho:
―¿De qué quieres hablar?
―Mejor se lo explico en privado.
―Bueno, pues entra y espérame un momento que el director no
sé qué quiere decirme. No toques nada, ¿eh?, ni chafardees los exámenes
―bromeó.
Cuando el profesor
regresó Helen estaba sentada en una silla con las piernas cruzadas. En la silla
de al lado estaba toda su ropa, menos las gafas.
―¿Qué haces? ¿Estás loca? Vístete inmediatamente. ―Con una
precipitación lindante a la que tendría alguien con una niña desnuda en su
despacho, cogió la ropa, se la entregó, le volvió a pedir que se la pusiera
mirando a todos sitios menos a ella, se aseguró de que no venía nadie, echó la
llave― ¿Qué hago? ―volvió a abrir, cerró las cortinillas, volvió a mirar si
venia alguien― Date prisa, por favor ―miró al techo, al suelo, a las paredes―
¿Te has vestido ya?
―Sí. ¿Es que no le gusto?
―¿Cómo me vas a gustar? Tienes quince años. Ya tendrás
tiempo para eso. Tienes que fijarte en chicos de tu edad.
―Pero usted me mira en clase.
―Claro que te miro. Como a todos. ¿No querrás que te hable
sin mirarte?
.
. . . . . .
Después de aquello Helen hizo campana y se sentó en un
parque. Un veintilargos de melena rubia, ojoazulado, discretamente musculado,
de cerca de dos metros y noventa kilos la seguía y se sentó a su lado:
―Eso tiene arreglo. Lo que te acaba de pasar, digo.
―Me extraña.
―Pero debes adivinar un acertijo.
―Me gustan los acertijos ―contestó su espíritu infantil.
―Oro parece…
―El plátano.
―No.
―¿Que no? Si acabas de decirlo…
―No he dicho nada. Déjame acabar:
Oro parece,
Plátano es…
―¿Ves? Plátano.
―¡¡Que no!! ¡¡Que me dejes acabar!! ―Era difícil desquiciar
al nórdico―…Aunque Constantino diría,
Que no solo lo parece,
Sino que además lo es.
―¿Qué mierda de acertijo es ese? La adivinanza no es así.
―El acertijo lo pongo yo. Sabré yo cómo es… ―refunfuñó el
nórdico―. . Mañana aquí; con la solución y algo más; y podrás arreglar lo tuyo.
.
. . . . . .
―Papá, ¿quién es Constantino?
―Yo qué sé… Un emperador… y un presentador de televisión.
.
. . . . . .
―Alexa, ¿Qué programa presentaba Constantino?
―El tiempo es oro.
.
. . . . . .
―¿Me traes algo? ―Helen le entregó su anillo de primera
comunión. El nórdico lo apretó en su mano y el oro se derritió― Toma, el
brillante no me sirve. Por esto te puedo dar ocho años.
―¿Quién eres?
―No se puede pronunciar en vuestro idioma.
.
. . . . . .
Helen se puso las ropas que llevaría su tía de veintitrés
años y pidió una entrevista con el profesor. El planteamiento fue el mismo pero
el nudo y el desenlace no. Los ocho años añadidos transformaron el estado de la
dotación de Helen, de “protonato incipiente” a “plenitud colagénica”. Ello
provocó que ojitos románticos no reabriera la puerta, y quedó patente que sus
manos no eran tan románticas como sus ojos. Bueno, lo único romántico eran los
ojos.
La veinteañera no quedó lo satisfecha que esperaba. El
sentimiento de traición a Evelyn era menor que el remordimiento por haber
vendido el anillo.
.
. . . . .
―¿De dónde sacas esta inmensa cantidad de oro? Ese planeta
estaba prácticamente esquilmado. ¿Has encontrado un yacimiento nuevo?
―Que va… Estoy recolectando el ya manipulado por ellos.
Pero casi he recogido ya todo. Estos humanos se vuelven locos por el tiempo. Y
nosotros tenemos tanto…