Este mes el reto del tintero no se puede publicar hasta después de la gala, así que voy a volver a publicar el del último concurso, pero como debía haber sido antes del recorte de las 900 palabras de limite; así que, sin limitaciones se ha ido a 2700. O sea , que es largo. Los que ya hayan leído la primera parte, se pueden saltar las primeras 900 palabras, o refrescar la memoria.

―Ayer pillé a “ojitos románticos” mirándome las piernas.
―Tu alucinas, Helen. “Ojitos románticos” solo tiene ojitos
para mi. Y ¿Cómo iba a mirarte las piernas por debajo del pupitre desde lo alto
de la tarima? Habrá tenido que agacharse mientras escribía las formulas en la
pizarra, ¿no?
―Pues no. Fue mientras resolvíamos un problema. Cuando se
dio cuenta de que lo había pillado, me sostuvo un momento la mirada y luego la
apartó avergonzado.
―Estas flipando. Lo único que mira “ojitos” son mis tetas
―presumió Evelyn recolocándoselas para hacerlas más evidentes de lo que en
realidad eran. No va a mirar las tuyas que de momento no dan señales de vida.
―Helen bajó la cabeza avergonzada y aprovechó para chequear si su amiga se
equivocaba―. Bueno, tranquila, todo llegará. Ahh… Este sábado Chivas dará una
fiesta por su cumple. Clecas y Sebas me han invitado. Los dos, tú. Es en el
local aquel: “Entre dos aguajeros”. ¿Te apuntas?
―Que va… No me van esas fiestas.
―Venga, que lo pasaremos bien. Llevarán alcohol de extranjis.
―No, paso. Además, ninguno de los dos me gusta. Que os
divirtáis. Ya me contarás.
*****
―¿Cómo fue?
―Jo, chica… ¡Qué interés! Haberte venido… Pues se presentó
allí “ojitos románticos”…
―¡¿Queeeé?!
―Como es su tutor… ―respondió Evelyn sin poder reprimir un
inicio de carcajada.
―¡Una mierda! No me lo creo.
―Jajaj… Tenías que haber visto la cara que has puesto.
―Cabrona… ―se consoló Helen―. ¿Y la fiesta?
―Bailé así, con los dos. Ya sabes…
―¿Con los dos? ¿Y os enrollasteis?
―Un poco, luego, con Sebas.
―¿Un poco? ―preguntó escandalizada― ¿Cómo un poco? ¿Lo
hicisteis?
―Nooo… ¿Estás loca? Me reservo para “ojitos románticos”.
―¡Una mierda! Ojitos románticos es para mí.
―Ya tengo hasta un plan ―continuó Evelyn, ignorando a su
amiga.
―¿Un plan? ¿Qué plan?
―Pues un día pediré tutoría y cuando…
*****
Aquella misma tarde, Helen pidió tutoría. Ojitos románticos
la citó para el día siguiente. A la hora de la cita Helen estaba como un clavo
en la puerta de su despacho:
―¿De qué quieres hablar?
―Mejor se lo explico en privado.
―Bueno, pues entra y espérame un momento que el director no
sé qué quiere decirme. No toques nada, ¿eh?, ni chafardees los exámenes
―bromeó.
Cuando el profesor
regresó Helen estaba sentada en una silla con las piernas cruzadas. En la silla
de al lado estaba toda su ropa, menos las gafas.
―¿Qué haces? ¿Estás loca? Vístete inmediatamente. ―Con una
precipitación lindante a la que tendría alguien con una niña desnuda en su
despacho, cogió la ropa, se la entregó, le volvió a pedir que se la pusiera
mirando a todos sitios menos a ella, se aseguró de que no venía nadie, echó la
llave― ¿Qué hago? ―volvió a abrir, cerró las cortinillas, volvió a mirar si
venia alguien― Date prisa, por favor ―miró al techo, al suelo, a las paredes―
¿Te has vestido ya?
―Sí. ¿Es que no le gusto?
―¿Cómo me vas a gustar? Tienes quince años. Ya tendrás
tiempo para eso. Tienes que fijarte en chicos de tu edad.
―Pero usted me mira en clase.
―Claro que te miro. Como a todos. ¿No querrás que te hable
sin mirarte?
*****
Después de aquello Helen hizo campana y se sentó en un
parque. Un veintilargos de melena rubia, ojoazulado, discretamente musculado,
de cerca de dos metros y noventa kilos la seguía y se sentó a su lado:
―Eso tiene arreglo. Lo que te acaba de pasar, digo.
―Me extraña.
―Pero debes adivinar un acertijo.
―Me gustan los acertijos ―contestó su espíritu infantil.
―Oro parece…
―El plátano.
―No.
―¿Que no? Si acabas de decirlo…
―No he dicho nada. Déjame acabar:
Oro parece,
Plátano es…
―¿Ves? Plátano.
―¡¡Que no!! ¡¡Que me dejes acabar!! ―Era difícil desquiciar
al nórdico―.
…Aunque Constantino diría,
Que no solo lo parece,
Sino que además lo es.
―¿Qué mierda de acertijo es ese? La adivinanza no es así.
―El acertijo lo pongo yo. Sabré yo cómo es… ―refunfuñó el
nórdico―. Mañana aquí; con la solución y algo más; y podrás arreglar lo tuyo.
*****
―Papá, ¿quién es Constantino?
―Yo qué sé… Un emperador… y un presentador de televisión.
*****
―Alexa, ¿Qué programa presentaba Constantino?
―El tiempo es oro.
*****
―¿Me traes algo? ―Helen le entregó su anillo de primera
comunión. El nórdico lo apretó en su mano y el oro se derritió― Toma, el
brillante no me sirve. Por esto te puedo dar ocho años.
―¿Quién eres?
―No se puede pronunciar en vuestro idioma.
…
Helen se puso las ropas que llevaría su tía de veintitrés
años y pidió una entrevista con el profesor. El planteamiento fue el mismo pero
el nudo y el desenlace no. Los ocho años añadidos transformaron el estado de la
dotación de Helen, de “protonato incipiente” a “plenitud colagénica”. Ello
provocó que ojitos románticos no reabriera la puerta, y quedó patente que sus
manos no eran tan románticas como sus ojos. Bueno, lo único romántico eran los
ojos.
La veinteañera no quedó lo satisfecha que esperaba. El
sentimiento de traición a Evelyn era menor que el remordimiento por haber
vendido el anillo.
*****
―¿De dónde sacas esta inmensa cantidad de oro? Ese planeta
estaba prácticamente esquilmado. ¿Has encontrado un yacimiento nuevo?
―Que va… Estoy recolectando el ya manipulado por ellos.
Estos humanos se vuelven locos por el tiempo. Y nosotros tenemos tanto…
*****
*****
Como no podía ser de otro modo, hubo una reunión. La mayoría
de profesores opinaban que la “niña”, de oficialmente quince años debía ser
expulsada, no por lo que había hecho, que salvo “ojitos románticos”, todo el
mundo desconocía, sino por la discordia que iba a provocar en la clase , y en
las vecinas, una alumna de tal abundancia.
A
este respecto, Helen tenía la sospecha de que el nórdico había puesto algo de
su parte ya que ni su madre ni ninguna otra fémina de la familia disfrutaba de
tal opulencia. Este particular detalle fue el que hizo que ojitos insistiera
tanto en que continuar la escolarización de Helen. Sin duda apoyado en la vana
ilusión de que iba a poder seguir disfrutando de las tutorías.
―Profesor Blackshear, ¿se da usted cuenta de la discordia
que iba a provocar la presencia de esta niña, por llamarla así?
―Pero ¿qué
culpa tiene ella? ―Este era su mejor… su único argumento. De los confesables,
claro.
―Pero
hemos de mirar por el bien común ―Este era otro argumento igualmente único y
contundente..
―Pero ¿qué
daño puede hacer su presencia?
―Por
favor, profesor. No me haga hablar. Además, recuerde que solo tiene quince
años.
Esto le sonó raro al profesor. Le pareció una
insinuación sibilina, no tanto de tener un conocimiento cierto de lo que había
pasado, sino de lo que podía pasar.
―¿Y si nos
fiamos del criterio médico?
―¿Qué
criterio médico?
―El día de
la revisión médica, podemos insistir al equipo médico en que haga una evolución
genética de la situación de la moz… niña. Yo personalmente me encargaría…
―¿Y eso
qué cambiaría? La niña sería… quiero decir… tendría la misma ―buscó la palabra―
apariencia física, ¿no?
―Está
bien, profesora Danvers. Procedamos a la votación. Mi voto vale doble porque
soy su tutor.
De poco
valió el valor de su voto, porque en el claustro había siete profesoras y cuatro
profesores. El resultado de los comicios fue, obviamente, siete a favor de la
expulsión y cuatromasuno a favor de la permanencia.
Así que
Helen tuvo que continuar sus estudios en una escuela de adultos donde el
director puso algunos impedimentos antes de conocerla personalmente.
La amistad
de las inseparables amigas sufrió un irremediable revés. La asistencia a
diferentes centros escolares fue como el amor a distancia. Igual que el roce
hace el cariño, pero al revés. Años después, cuando la discordancia físico-cronológica
fue menos aparente y determinante, volvieron a retomar, pero ya no fue lo
mismo.
*****
Los padres de Helen la llevaron a distintos médicos, que
faltos de los estudios que requerían el diagnostico de su caso, los derivaron
finalmente al hospital universitario Princeton-Plainsboro Teaching Hospital,
famoso por su unidad de diagnóstico.
El doctor que dirigía le referida unidad era tan borde como
tozudo, por lo que se ofreció a repetir las pruebas una y otra vez, a coste
cero para sus padres. Finalmente, las médicas que también participaban en la
unidad de diagnóstico le pusieron un ultimátum, y el doctor terminó por desistir
en su investigación y dedicarse también a otros casos, sin duda más urgentes.
El resultado definitivo de las pruebas fue que no se encontró ninguna anomalía
ni física ni genética. Simplemente había discordancia entre la edad del ADN y
la del DNI, que aunque parezca simplemente de una letra, en realidad era de
ocho años. Eso se resumía en un problema de la Administración: La chica tenía veintitrés,
y punto.
*****
El primer sueldo que cobró Helen cuando comenzó su vida
laboral se lo gastó en una joyería. La misma en que le dijeron sus padres que
le habían comprado el anillo perdido:
―Quiero que me ponga esta piedra en un anillo de primera
comunión.
―¿Es para su…―no quería meter la pata― …hermanita. Sería
mejor que viniera ella para tomarle medidas.
―No. Es para mí.
«Un caso difícil», pensó el joyero. «Antes o después la meteré»
―Ah. Entonces no hay problema. ―El joyero aprovechó para
cogerle la mano con la excusa de tomarle medidas, pero Helen la retiró,
confirmando una vez más aquella sensación creciente, de que desde su
transformación física, la gente, en general, se había vuelto tremendamente
tocona.
―No. Quiero que sea del tamaño del original. De cuando hice
la comunión. Hace seis años.
―¿Digamos de cuando tenía usted dieciocho? ―preguntó casi
convencido de que había llegado el temido momento.
―Digamos de cuando tenía diez. ―Esta vez el joyero no pudo
dejar de mirarle las tetas, que no cuadraban con las fechas, y fue cazado en el
acto. Finalmente no metió la pata de palabra sino de mirada. Helen se subía un
poco el top a pesar de lo arrapado que le iba―. Quiero ver los modelos que tenía
en esas fechas y le diré cual quiero. Era uno que usted mismo vendía aquí.
―Y ¿quiere que no le entre en el dedo?
―Sí. Las cosas que sirven para algo no tienen valor.
El joyero sacó un catálogo y se dirigió a una vitrina.
―De esos años…
―¡Este era! ―dijo señalando decididamente uno de la
vitrina.
―Pero este va con una piedra.
―¡Aquí la tiene! ―exclamó ella alegre de que le hiciera
aquella observación. Realmente la estaba esperando―. Y ¿me puede enseñar los
tamaños?
―¿Los tamaños? Dijo usted que no quería que le entrara.
―Sí, pero me acuerdo de cómo era. ―El joyero le enseñó una
serie de círculos que corres…― ¡Este era! ―exclamó con el mismo entusiasmo con
el que había escogido el modelo.
―Lo tiene usted todo muy claro.
―Gracias. ¿Cuándo lo tendrá? No importa, no tengo prisa.
―Y ¿no le interesa el precio?
―No. Confío en usted. En cualquier caso mis padres lo
compraron aquí; así que debe ser de aquí. Tenga, le dejo quinientos euros de
paga y señal.
Helen se dio la vuelta y el joyero consiguió no mirarle el
culo antes de que saliera por la puerta.
*****
` El nórdico llegó a hacerse muy popular. Tras unos años
recopilando oro llegó incluso a anunciarse, sobre todo en las redes. En los
países en que su negocio de compraventa era legal, incluso se anunciaba en la
televisión. La gente empezó a sospechar que había más de uno, aunque eso sí, si
había más de uno eran exactamente iguales. Un estudio basado en escáner de iris
que practicó una comisión de expertos de la Universidad de Treewood, a partir
de diferentes anuncios y apariciones en redes, así lo demostraba. También
consiguió sembrar una duda acerca de su verdadera naturaleza. Una de las
grabaciones analizadas se realizó con una cámara de alta velocidad. Al
reproducir el video a cámara superlenta, secuencialmente, el nórdico
desaparecía. O sea, cada determinado número de frames, el nórdico no estaba, y
al siguiente volvía a estar. Este hecho dio lugar a múltiples hipótesis, la más
popular de las cuales, abogaba por que el nórdico podía estar en varios sitios
a la vez.
Durante
una temporada los periodistas lo acosaron tratando de confirmar esa teoría. Lo
único que consiguieron fue que no saliera más en los medios ni las redes, de
donde se despidió dejando un método de contacto: un correo de un servidor
desconocido, cuyo remitente siempre obtenía respuesta, la respuesta que
merecía, dependiendo si era de alguien que necesitaba comprar tiempo a cambio
de oro, o de alguien que quería declaraciones.
La población mundial empezó a aumentar y a envejecer. Nadie
que tuviera oro o posibilidades de conseguirlo, moría. Los pobres, como
siempre, sí que morían.
Los depósitos bancarios de oro empezaron a crecer
desmesuradamente. La gente empezó a comprar oro hasta que los bancos quedaron
sin existencias. Los gobiernos volvieron a salvar a las entidades bancarias. Todo
esto no salía en los medios, pero era un secreto a voces.
Así fue menguando el oro del mundo, mientras el nórdico lo acumulaba
no se sabe dónde. Ni siquiera este narrador lo sabe.
Cuando físicamente se acabó el oro la gente empezó a volver
a morir. Este proceso duró unos cincuenta años.
*****
―Así que, Helen, es mi obligación comunicarle… lo siento,
esto no hay manera de suavizarlo, le quedan dos meses de vida aproximadamente.
El cáncer de pecho, que inicialmente parecía controlado, tras las dos
operaciones, ha metastasizado al tejido óseo y al cerebro. No hay operación
posible.
*****
―¡Helen, Helen! ―Las sacudidas la despertaron.
―Ah… Hola. Me has reconocido a pesar de los años. ―Fue un
saludo largo. El dolor y los fármacos la ralentizaban mucho―. Te escribí con
nombre falso, a ver si me reconocías.
―No puedo olvidar a ninguno de mis clientes. Para mí es
como si hubiera tratado con vosotros hace cinco minutos. Pero a ti menos que a
nadie.
―¿Sí? ¿Por qué?
―Fuiste la primera que me pidió envejecer. También fuiste
una de mis primeras clientas, pero eso no hace que tenga menos mérito. Me
pillaste por los pelos. Tenía intención de abandonaros en muy breve plazo, pero
cuando vi tu correo no pude resistirme.
―¿Por qué te vas a ir?
―Ya no queda oro en este mundo. Todos los que acuden a mí,
lo hacen para suplicar. Yo no tengo empatía así que no puedo hacer nada por
ellos. Se enfadan y se frustran. Es peor para todos.
―Yo no te voy a suplicar ―le dijo abriendo la mano y
mostrándole la réplica del anillo de primera comunión.
―¡Vaya! ¡Otro anillo igual!
―Con el primer sueldo que gané, fui al joyero del barrio y
le encargué otro igual. No quería quedarme sin.
―Aah, sí. El joyero… Tambien fue cliente mío.
―¿Sí? ¿Qué fue de él?
―El y su esposa. Tenía mucho oro. En breve harán la primera
comunión, aunque por separado. No fueron muy previsores. No calcularon que de
niños no se conocerían. La gente, en general es poco previsora. ―Hizo una pausa
en la que contempló a Helen con una sonrisa, gesto poco habitual en él―. No te
favorecen nada esos tubos y cables. ¿Qué tienes?
―Las tetas otra vez. Primero pocas y ahora cáncer.
―Vamos a obviar la ley de la oferta y la demanda y te voy a
ofrecer otros ocho años. ¿Será suficiente?
―Sí. La primera noticia fue hace tres.
―Recuerda que mañana cuando despiertes con ocho años menos,
no tendrás conocimiento de los que te ha pasado en estos últimos años. Ni
siquiera recordarás esta visita. Tienes que dejarte un escrito o una grabación
explicándote lo que va a pasarte, y asegurarte que después lo leerás o lo verás
o lo que sea. ―Hubo otra pausa―. ¿Ves? Estas cosas no acostumbro a explicarlas.
Porque ya te digo. No me salen. Pero a ti sí.
―Eso demuestra que soy tu clienta favorita.
―Pues sí. ―Otra pausa―. Tengo que irme ya. Has jugado bien
tus cartas.
―Seguro… Ya ves… Vivir dos veces de setenta a setenta y
ocho, y ninguna de quince a veintitrés.
―Visto lo que he visto por aquí, lo de quince a veintitrés
está bastante sobrevalorado.
―Por lo menos tienes salud.
―Sí, pero cuando no se aprecia.
―Tambien es verdad.
―Toma, el brillante. Ahora ya no está el joyero para
hacerte otro. No te da pena quedarte sin anillo.
―Ahora que ya ha servido para algo, ya no tiene valor.