miércoles, 20 de noviembre de 2024

LOS CULPABLES

 Este mes GINEBRA BLONDE nos propone un reto en que basándose en alguna de las imágenes propuestas nos inspire terror. Me ha salido un relato en que aunque no lo parezca, todo es cotidianamente terrorífico, menos lo que parecería tradicionalmente terrorífico.

También me servirá como parte de la propuesta del libro de este año para EL VICI SOLITARI, cuyo tema en mi caso será "Anatomía Mutable". 

La imagen que he escogido es esta:


 Y encontraréis el resto de terrores AQUI

 

          Pepito dejó de crecer a los catorce. No fue una parada en seco. Lo cierto es que hasta esa edad había crecido más lentamente que sus compañeros de clase, de modo que cuando paró, ya medía casi un palmo menos que la media. El anunciado estirón ni llegó ni se le esperaba.

          De alguna manera, alguno de sus compañeros se las arregló para apuntarlo al equipo de baloncesto. El primer día de la actividad, poco antes de que acabaran las clases, el entrenador se presentó en todas las aulas para pasar lista de los que se habían matriculado. Cuando mencionó a Pepito, hasta al entrenador, que lo conocía de la clase de educación física, se le escapó una sonrisa que reprimió rápidamente. Lo mismo les ocurrió a los gordos, los cuatroojos y las nenazas. El resto, bueno… Hasta el director acudió presurosamente al aula, alarmado por la escandalera que se formó, para comprobar que sólo se trataba de un torrente irrefrenable de carcajadas. Nadie pudo apaciguar las risas, y hubo que dejar que se extinguieran por agotamiento.

          Mama-Pepito y Papa-Pepito acudieron a la seguridad social donde les hablaron de la hormona del crecimiento. Es un tratamiento duro que supone una inyección diaria que además no es poco dolorosa. Pero Pepito estaba dispuesto a todo. Tras tres meses de tratamiento y muy poco efecto positivo, los médicos decidieron que se había iniciado el procedimiento a una edad excesivamente avanzada. En realidad, el cuerpo de Pepito ya había dejado de crecer, y este tratamiento requiere que el cuerpo siga creciendo para acelerarlo. Además los efectos secundarios empezaban a ser alarmantes: cefaleas continuadas, dolor generalizado y algunos bultos que le empezaban a salir y que afortunadamente remitieron al suspender el tratamiento.

          La adolescencia empezaba a apretar y algunos compañeros de clase, seguramente los que le apuntaron al equipo de baloncesto, tentaron a las chicas más altas a que se interesaran por él, pero ellas se mostraban reacias, aduciendo que no les gustaba, y se negaban rotundamente cuando les explicaban que era una atracción simulada cuyo único objetivo era reírse de Pepito.

          Mama-Pepito y Papa-Pepito volvieron al ataque con los médicos un año después, ya que el niño se negaba a ir al colegio. A estas alturas, el niño ya entraba en los parámetros necesarios para ser apto para la técnica de elongación ósea. Si las inyecciones eran dolorosas, esto era criminal. El procedimiento consistía en cortar el fémur por la mitad y sujetarlo con unas varillas metálicas exteriores atornilladas a ambas mitades del hueso. Mediante un sistema de tornillería, ambas partes se van separando gradualmente y el hueso va rellenando el hueco del mismo que se forma el callo en una rotura.

          Cuando Pepito apareció en el colegio con aquellos hierros en las piernas el cachondeo por su estatura quedó del tamaño de una anécdota. Las humillaciones culminaron el día que le quitaron el ordenador y lo pusieron en lo alto de una de las estanterías de la biblioteca; fuera de su alcance. Con la ayuda   de una silla y una expectación creciente, Pepito escaló hasta que a uno de los bromistas se le ocurrió ayudar a que la estantería se venciera, y el show acabara con el ordenador desparramado en piezas, todos los libros de la estantería esparcidos por el suelo, y Pepito debajo del mueble volcado con el precario mecanismo de la piernas desmontado y el hueso en su interior partido.

          El sicólogo, después de comprobar su estado mental, recomendó a los padres que suspendiera su asistencia al instituto, al menos hasta que acabara el tratamiento de elongación, cuya eficacia, además quedó seriamente disminuida a consecuencia del accidente.

          El chico se aisló del mundo y se introdujo en la red en busca de una soluciona a su problema. Toda clase de pócimas, fórmulas magistrales y procedimientos médicos de dudosa garantía fueron pasando por la pantalla de su nuevo ordenador portátil. Probó varios de ellos a pesar de las reticencias de sus padres, que finalmente cedieron, cuando fueron asesorados de que estos métodos son tan perjudiciales como eficaces, y que podían ayudar al chico más que la inacción.

          Cierto domingo cuando el matrimonio volvía a casa, conduciendo ya de noche, tras pasar el día con la hermana de ella, pudieron ver a lo lejos, plantada en medio de la carretera, la silueta de un gigante. El chico no solía acudir desde hacía ya unos años a esas reuniones familiares, porque aunque en ellas se encontraba a salvo, no era ahí donde quería encontrarse a salvo. La hermana de   Mama-Pepito vivía ciertamente lejos, pero era el familiar más cercano que tenía el matrimonio, y aunque partían hacia su casa por la mañana temprano, entre el paseo matutino, la copiosa comida, los postres y la tertulia, nunca conseguían llegar a casa antes de las diez de la noche. Además había que esperar a que bajara lo suficiente el alcohol en sangre. Y gracias a esta espera, estaban seguros de que el gigante que estaba en la carretera, una curva antes de llegar a su urbanización, no era una alucinación.

          Frenaron el coche frente a sus pies ya que no se apartaba. Los faros iluminaban las patas del gigante que no eran más gruesas que la parte estrecha de un bate de béisbol. El matrimonio salió del coche, ciertamente poco asustado para el espectáculo que estaban presenciando. Desde el interior, a través del parabrisas, no podían ver la cara del gigante que debía hacer unos treinta metros. Se acercaron a él mirando hacia arriba. En aquel instante, las patas del gigante no eran más gruesas que el palo de una escoba.

          ―Hola… ―se escuchó desde lo alto con una voz que parecía alejarse―…mamá… ―A mamá ahora sí que le dio un vuelco el corazón. La fuente de la voz se alejaba más y más hacia lo alto―…Perdonadme…―Fue lo último que se escuchó antes de que las patas, que ahora no eran más gruesas que las de un canario, empezaran a temblar y finalmente a colapsar. Algo parecido a una cuerda que hubieran soltado desde lo alto comenzó a formar una montañita de hilo orgánico.

          El metro cuarenta de Mama-Pepito cayó de rodillas entre llantos, mientras intentaba frenar la caída de aquel hilo, preguntando al vacío: “¿Qué hemos hecho mal?”

          El metro cincuenta y dos de Papa-Pepito, que la contemplaba desde lo alto, pensó: «Jugar a ser normales». Lo pensó pero no lo dijo.

          Al llegar a casa, con el hilo amontonado en el maletero y una historia difícil de creer, encontraron dos frascos vacíos de los de reciente adquisición, en los que rezaba bien grande, justo debajo del nombre del medicamento: “Respetar escrupulosamente las dosis”.

         

 


 


miércoles, 13 de noviembre de 2024

TIEMPOS DE BONANZA PARAMÉDICA

 Este jueves nos convoca MARI desde su blog HACIA EL ÚLTIMO ESCALÓN DE LA MAGIA con un reto imaginativo (referido al nacimiento una imagen). Debemos centrarnos en una de las etiquetas de vinos que forman un collage y hacer nacer de esa imagen, un relato.

El resto de aportes AQUI

Este es el collage:


Esta es la etiqueta que he escogido yo:


 Y este es el relato :


        Hoss daba una vuelta por su extenso viñedo antes de acudir a la presentación que ofrecía su hermano en la ciudad. Fue a la caseta donde estaban las bombas de riego; había saltado una alarma, que en definitiva se tradujo en que un interruptor automático se había disparado. Tuvo la tentación de quedarse a averiguar cuál había sido el motivo; así lo hubiera querido su padre de no haber sabido que iba a perderse el gran día de su hermano Joe. Además su padre ya no estaba.

          Se volvió a montar en su biocicleta y aceleró para no llegar tarde. Atravesó lo que antes fue un inmenso rancho. Ahora era un inmenso viñedo. Con gran dolor de corazón, la familia abandonó el negocio del ganado y dedicó la finca enteramente al vino. Esto habría disgustado a su padre, pero las prioridades económicas son las prioridades económicas y mejor solucionar las cosas antes de que no tengan solución.

          Pasa como con la salud; más aún que con las prioridades económicas. La montaña de musculo macizo que conformaba el cuerpo de Hoss hace muchos años había ido convirtiéndose en una de grasa antimaciza. La inactividad física, los quebraderos de cabeza de los negocios, que asumía su padre anteriormente, fueron aplastando y ablandando los músculos de Hoss. Hasta que un día, su hermano Joe decidió tomar cartas en el asunto.

          ―¡Hostia, Hoss! ¿Eres tú? ―Candy era un antiguo empleado del antiguo rancho.

          ―Ya te digo, Candy. Te veo genial. ¡Qué bien te trata la vida!

          ―Hostia , pero ¿qué te ha pasado? ¿Te has hecho eso del balón gástrico?

          ―Bueno, parecido.

          ―Ah… eso del bypass

          ―Más o menos. ―A Hoss no le gustaba mentir pero le había prometido a su hermano que no desvelaría nada de la presentación. No es que faltara mucho para que se enterara todo el mundo, pero aun así guardó la promesa.

          ―Mira, ya empiezan. Me puedo sentar contigo ¿no?

          ―Claro, amigo.

           «Damas y caballeros, les presento al Dr. Hop Sing»

          ―Hostia, tu hermano Joe sí que esta igual igual que en los buenos tiempos

          Un viejo chino se encaminó con dificultad al estrado y subió a él.

          «El Dr. Sing es un insigne genetista, aunque lo que hoy le trae a este escenario es otro tipo de ciencia en la que él es máxima autoridad en la actualidad: La cyborgología. Y nos viene a presentar, aquí, en primicia mundial el invento que revolucionara para siempre el concepto que hoy en día tenemos de la nutrición: La biocicleta, que hemos bautizado con el nombre del negocio familiar…  

          Las cortinas traseras se descorrieron y apareció algo indistinguible de una motocicleta debajo de un cartel luminoso que anunciaba: “La Poderosa”. Y debajo, más pequeño: “Bebe para conducir”. Un clamor sacrílego recorrió el teatro.

          «Y ahora cedo la palabra al insigne Doctor…»

          El doctor explico, con acento chino y todo lujo de detalles, que la biocicleta tenía en el manillar dos latiguillos que se acoplaban a sendos implantes que al piloto le había injertado quirúrgicamente en las venas de la muñeca. En realidad, el izquierdo a la arteria radial y el derecho a la vena cefálica. El meollo del asunto es que la sangre del piloto sale de su cuerpo por la arteria, se metaboliza en el interior de la biocicleta ―que solo se parece e una motocicleta en que tiene dos ruedas y un manillar―, quema el alcohol que biociclista ha ingerido ―mejor de vino que de bebidas de más alta graduación―, y esa energía hace funcionar el motor. Pero esto se le podía haber ocurrido a cualquiera. Lo verdaderamente es que una vez consumido el alcohol, comienza a metabolizar también los azucares y posteriormente la grasa.

          ―Hostia, tío. ¿Eso es posible?

          ―Ya te digo ―contestó Hoss levantándose la camiseta y mostrando unas costillas perfectamente contabilizables.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

LOS LEONES DE TSAVO

Esta semana nos convoca al reto juevero el compañero DEMIURGO DE HURLINGHAM, desde su blog del mismo nombre. El tema es la caja misteriosa, o sea... bueno, no hay que ser un lince.

 

Podéis encontrar el resto de cajas AQUI

 

          ―¿Los acuarios grandes, por favor?

          ―En el último pasillo; están pegados a la pared del fondo.

          El cliente se dirigió allí y fue ojeando precios y midiendo los tamaños con un metro que llevaba. El pasillo se acabó y la única que le servía era la segunda y no le gustaba mucho porque le iba aquedar espacio libre. El resto no le cabían. Al final había una caja de cartón, que sospechaba que podía contener otro acuario. En las solapas cerradas de la caja podía leerse: “No mirar”. «De abrir no pone nada», pensó. Se cercioró de que el dependiente no miraba y la abrió. Estaba llena de agua pero no había ninguna pecera. Incrédulo, tocó la caja pero no estaba mojada. Se asomó pero estaba oscuro; no obstante podían verse flakes flotantes, así que debía haber peces. Volvió a mirar a ambos lados y nadie le observaba. Sacó el móvil, encendió la linterna y miró el interior. No había peces. Pero en el fondo había unos muñecos que se desplazaban entre bolas de pienso y lo que parecían huesillos de pájaro o algo así.

          Volvió a cerciorarse de que nadie le observaba, se arremangó e intentó coger uno de los muñecos del fondo. Al meter la mano en el agua, se le encogió; pero no como la ropa de algodón, se le encogió muchísimos. La sacó y recuperó su tamaño. «Ha sido un efecto de la refracción», pensó. Le gustaba mucho la física y la ictiología. Volvió a meter la mano y se repitió el efecto. La sacó antes de llegar al fondo. Aunque fuera un efecto óptico le daba cierto repelús.

          ―¡Joven! ―llamó―. ¿Qué especie de pez tienen aquí?

          ―No está a la venta.

          ―Bueno, ya. Es que la pecera me interesa. Es justo…

          ―No es una pecera. Es una caja de cartón.

          ―Bueno, será un material que no sé… además en el fondo hay unos bichitos.

          ―No son bichitos. Fíjese bien ―Y encendió un foco que había justo encima de la caja. El cliente se asomó y el dependiente le dio una palmada en la espalda al grito de―: ¡Pa`dentro!

          El cliente cayó al interior y comenzó a encoger alarmantemente al ritmo del descenso. Lo que encontró en el fondo no eran muñequitos, sino humanitos, con agallas, aunque no eran muy valientes. Eran como las que le empezaban a salir a él. También su tamaño era ya el mismo que el de sus nuevos compañeros.

          Entonces el dependiente, fuera ya del alcance auditivo del cliente, dijo: “Es que no le gusta el pienso”, al tiempo que lanzaba una piraña dentro.

 

 

 

  

domingo, 3 de noviembre de 2024

PARA LA PRÓXIMA

Este micro iba a participar d un reto de 200, pero al final no lo envié porque el formato dialogado se descomponía al pegarlo en la pagina de la propuesta. Ahora lo reconvierto en el tema con el que participare en el libro colectivo de este año del taller de escritura EL VICI SOLITARI.

 

 

          Estaba en la sala de espera, nervioso como un flan, cuando el partólogo salió por el pasillo de las salas de parto:

          ―Don Pedro, tengo buenas y malas noticias.

          ―Las malas.

          ―Su hijo no ha sobrevivido. Esta es mala y buena, porque de haberlo hecho hubiera tenido una vida horrible, debido a las deformidades.

          ―Diosss… ¿Hay una buena?

          ―Por supuesto. Con el ADN de este feto, cuyos datos enviaremos inmediatamente a su clínica de fertilización, su genólogo podrá establecer un protocolo sin fallo posible. Y sabe que actualmente, a la tercera es imposible fallar. Aún así, su esposa y usted son tan distintos que deberían decidir a quién quiere que se parezca más su hijo. La parte delantera oscura y la trasera clara de su esposa, comprendo que es una característica muy apetecible, pero es difícil reproducirla; es muy especial. Pero esto mejor hablarlo con su genólogo. Ahí sale su esposa… Está perfectamente. ―Y continuó dirigiéndose a ella―: Doña Salvaje, permítame que la ayude a bajar de la silla.

          ―Vamos, cariño. Para la próxima dicen que no hay fallo posible ―comentó tranquilizador don Pedro, cogiéndole la correa.

          ―Beee… ―contestó su esposa.

         

 

lunes, 21 de octubre de 2024

QUE NO LO QUIERO SABER

 En este mes voy a participar por duplicado en e reto de EL TINTERO DE ORO en homenaje a Delibes. En esta ocasión fuera de concurso. Tenía dos historias una bonita y otra fea, porque en los pueblos no todo es bonito). O sea que a concurso la bonita; esta es la fea. 

He contado con la simpar ayuda de Juan el Portoventolero, para averiguar el nombre (entrecomillado en el texto) de un lugar. Si algo no sabe la I.A. ya sabéis a quien preguntar

 

AQUÍ podéis encontrar el resto de caminos rurales

 

          Adelita, la gordeta, había empezado a adelgazar. El mote no era ofensivo; a los niños no se les ponía mote ofensivo. Había otra Adelita; la flaqueta, o sea que era un mote distintivo. Su adelgazamiento era el principio del fin de un proceso más largo.

          Julián, el herrero, era su padre. Además de la herrería también tenía algún que otro campo. Se dedicaba a la agricultura por las mañanas y a la herrería por las tardes, de modo que aunque ingresos modestos, le hacían destacar en el panorama típico de la posguerra avanzada.

          Un día, recuerda perfectamente el día, comenzó su desgracia. La mula murió. Apareció en el suelo de la cuadra aquella mañana. Primero pensó que estaría enferma pero cuando se agachó para sorollarla notó que apenas conservaba calor. Morirse la mula es como si se te quema el taxi, pero sin seguro. Llevarla y arrojarla al muladar era casi una ceremonia a la que le acompañaron sus escasos amigos:

          ―¿Qué pasó? ¿Cómo ha muerto?

          ―No sé. Por la mañana estaba muerta.

          ―¿No has llamao al veterinario?

          ―No. ¿Pa qué? ―En aquellos tiempos no se hacían averiguaciones, aunque Julián, el herrero, meses después se arrepintió.

          El pequeño colchón económico que atesoraba le permitía comprar otra mula sin acudir al prestamista. Por aquel entonces, Adelita, la gordeta, dejó de salir a jugar con sus amigas por las tardes. Se quedaba en casa sin hacer gran cosa.

          ―¿Qué te pasa, Adelita? ―le preguntaba su madre, Aurora, la generala―. ¿No vas con tus amigas?

          ―No.

          ―¿Te has peleao con alguna?

          ―No.

          ―Pues ves con tu padre a la herrería, y le ayudas…

          ―No

          ―Bueno pues, chiqueta.

          El lenguaje había dejado de fluir

          Un mes antes de la matanza, a Julián, el herrero se le murió el cerdo que había estado criando todo el año. Esta vez sí que llamó al veterinario.

          ―¿De qué s`ha muerto?

          ―Pues no lo sé. Es un poco raro. ¿Se había comportado de forma extraña últimamente? ―preguntó don Ramón, el veterinario.

          ―Pues no sabría decirle. Comer y dormir. ¿Qué más puede hacer aquí?

          ―Últimamente comía menos ―intervino Aurora, la generala.

          ―Pero ¿le ponías lo mismo y se lo dejaba? ―Don Ramón, el veterinario, se agachó y le examinó el interior de la boca. Finalmente dictaminó―: No sé de qué se puede haber muerto. No se os ocurra hacer embutido. Si no es por muerte de accidente físico, no se puede.

          Ya había respondido a lo que había motivado su intervención.

          Después del cerdo murió la nueva mula. Eso obligó a Julián, el herrero, a vender los campos. En la actual situación no podía seguir echando el dinero a un pozo. Finalmente empezó a adelgazar Adelita, la gordeta.

          ―Me ha dicho Avelina, la guercha, que Florencia, la camona, nos ha echado mal de ojo. Que ya lo sabe todo el pueblo. ¿A tú no t`han dicho na?

          ―¡Andanda! Eso son tontadas de viejas.

          ―Ah, ¿no? Pues, ¿q´hacemos con la niña? La llevamos al médico pa que diga que no lo sabe, o que no le pasa na, pa no decir que no lo sabe, y nos esperamos a que se muera, como laija de Pili, la bolera.

          ―Y ¿por qué nos iba a hacer eso? ¿Qué l´hemos hecho nosotros?

          ―No sé. Cosas de brujas. Ya conoces a la familia…

          ―Es que no sé q´hacer.

          ―Pues está claro´hijo. Lo que pasa es que era un cagón. No vales ni p`astar escondido. Si mi padre levantara la cabeza… ―Este era el tenor de las recriminaciones de Aurora, la generala, desde hacía una semana.

          ―Bueno, le preguntaré a José, el entenao ―concedió por fin Julián el herrero.

          ―Vayauno, al que le vas a preguntar.

          Y así lo hizo.

          ―Bueno, sí. Es lo que dice todo el pueblo. Yo no creo en esas tontadas, pero tampoco me preguntes qué lo que te está pasando, porque tampoco lo sé. Eso son cosas misteriosas que la ciencia no sabe.

          ―Pero, tu lees libros y eso, debes saber de estas cosas. ―José, el entenao, era el más listo del pueblo, junto con mosén Leoncio y el alcalde. Era mozo soltero y tenía cubiertas sus necesidades económicas, así que se dedicaba a instruirse. Además era comunista.

          ―Lo que dicen es que para quitártelo, tienes que ir a otra bruja, y que ella te lo hará. Pero vas a tener que ir a una de otro pueblo, porque las otra dos de aquí son familia de ella.

          ―Pero ¿cómo estoy seguro que es ella?

          ―Eso se sabe

          ―Pero ¿y porque?

          ―Eso no se sabe. ―Julián, el herrero, abatido, dejó caer su cabeza sobre el pecho. José, el entenao, compadecido, continuó―: Según dicen, ellas tienen el mal, y, o lo pasan, o se lo tragan. Pero yo no creo en esas cosas, ¿eh? Yo te cuento lo que dicen, pero en realidad no se sabe.

          El día del Corpus, durante la procesión, Julián, el herrero, se quedó rezagado, a pesar de lo despacio que se caminaba. En el peche, donde estaba la iglesia, esperaba sentado en un banco José, el entenao, que nunca participaba en las ceremonias religiosas, aunque jugaba de pareja al guiñote con mosén Leoncio. Cinco minutos después de que todos hubieran entrado vio llegar sofocado a Julián, el herrero. Mosén Leoncio movió la cabeza a ambos lados cuando lo vio entrar con la misa ya comenzada, así como regañándole. Poco imaginaba en aquel momento que al día siguiente tendría que llamar al obispo para preguntarle si las brujas se enterraban en sagrado o en “el entredicho”. Eso no lo sabía.

          Semanas después, cuando Adelita, la gordeta, ya había empezado a recuperar peso, José, el entenao, durante la partida de guiñote, comentó a mosén Leoncio:

          ―¿Sabe qué?

          ―¿Qué?

          ―Que…

          ―Que no lo quiero saber ―zanjó. Y cantó las cuarenta.

 

 

 



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