Lo siento, queria hacer algo serio, trascendente y con mensaje, y lo tenia en mente asi,
pero cuando me he puesto a escribirlo, he sucumbido. También he sucumbido a lo del numero de palabras
Esta es mi aportación a la convocatoria de Lucia de este jueves.
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Sonia y Francesc se habían apuntado a una fiesta de disfraces diferente de la que solían frecuentar años anteriores. Tenía la ventaja de que no había que ir disfrazado. Les había hablado de ella Erika, una amiga de Sonia. Había que registrarse por internet, obviamente, facilitando todos tus datos por si en los próximos días había algún contagio; ya sabéis: covid, gripe aviar, sida ―este último lo ponían en letra más pequeñita y al final, porque la gente se asustaba―. Con esto de los contactos víricos te sacan hasta el número de la tarjeta de crédito, pero ya estamos acostumbrados y nos parece la mar de bien.
Llegaron en coche porque el lugar tenía hasta aparcamiento gratuito. En la puerta se encontraron con Erika y otras amigas suyas. Nada más franquear la puerta te daban a elegir entre tomarte una pastilla roja o una verde. Todos los del grupo acordaron tomar la roja.
Una vez dentro, los destellos de luz blanca sincopada, resaltaban sobre las luces rojas y verdes, y se sincronizaban con los golpes en la boca del estómago, que producía la música. Durante ellos podía vislumbrarse el panorama. Más carne y menos baile de lo esperable en el carnaval. Y más espejos de lo esperable en cualquier sitio. En uno de aquellos destellos de luz blanca, Francesc se vio reflejado sin reconocerse. Se acercó al espejo y esperó otro fulgor, y esta vez se reconoció menos aun. No tenía ni puta idea de quién era el tipo del espejo, pero seguía sus movimientos. Habló y tampoco reconoció su voz. Estuvo un buen rato buscando a Sonia, hasta que la encontró follando con otro tío al que tampoco conocía. Intento acercarse pero la vergüenza le frenó. Al fin y al cabo, todo el mundo estaba haciendo lo mismo. Se apartó y se refugió en la otra punta de la sala. A pesar de la oscuridad, se dio cuenta de que alguien lo seguía disimuladamente. Era una de las amigas de Erika. Volvió a mirarse al espejo y vio al mismo tío de antes.
Una chica, que por su aspecto venia de un segundo o tercer asalto, se le echó encima de una forma difícilmente rechazable. Estaba confuso. La amiga de Erika no quitaba ojo, pero como no podía reconocerlo, ―porque físicamente era otro―, como todo el mundo hacia lo mismo, como incluso su mujer no se cortaba, y como, debido a la insistencia de la asaltante, la confusión había dado paso a la erección, no tuvo más remedio que sucumbir, muy a su pesar. Pudiera parecer que cuando uno sucumbe, lo hace una sola vez, pero no es así. Aquel “otro yo” suyo, funcionaba de una manera, que le hizo dudar, si la pastilla de la entrada era roja o azul; le permitía ser pertinaz en el sucumbimiento. La amiga de Erika no sucumbía pero era pertinaz en su acechó, aunque eso le importaba cada vez menos.
En uno de sus cambios de pareja vislumbró a alguien muy parecido a él mismo, empujando desde detrás a Erika. Se acercó más y lo de “muy parecido” se quedó corto. Nunca había tenido aficiones homosexuales, pero se le pasó por la cabeza acoplarse a sí mismo, para ayudar, más que nada, pero finalmente desistió; no sabía cómo iba a reaccionar. Además, le seguía mirando la amiga de Erika; aunque daba igual, todo el mundo hacia lo mismo, y como no era él… Hizo un par de asaltos más durante los cuales no vislumbro a su perseguidora.
Finalmente salió, no sin antes comprobar que volvía a ser él. Dedujo que la pastilla roja te convertía en otra de las personas presentes en la fiesta. Con lo cual, aquella Erika no debía ser Erika y aquel “él” estaba seguro de que no era él.
En el coche estaba Sonia, mirando fijamente el parabrisas delantero, sin parpadear, como ida. No dijo nada. Cuando Francesc subió adoptó la misma actitud. Sonia se giró y le clavo la mirada. Él lo notó, y cuanto más se clavaba la mirada, más lo notaba.
―¿Te has divertido ahí dentro? ―preguntó sin girarse en tono puramente interrogatorio, no recriminatorio. Sonia no contestó, pero siguió clavándole la mirada―. ¿Qué pasa?¿Tengo algo en la cara? ―preguntó girando el espejo retrovisor hacia él. El que le miro desde el espejo sí que tenía la mirada recriminatoria, y no por haber pensado en darle por culo. Ya eran dos miradas que lo atravesaban.
Los coches a su alrededor empezaron a irse.
―¿Vamos para casa? Todo el mundo lo hace… ―No obtuvo respuesta, así que arrancó y Sonia no se lo impidió. Cuando ya salían del recinto del aparcamiento pregunto―: ¿Eres “la” amiga de Erika?
―Soy su mejor amiga ―contestó ella.
No quiso seguir indagando, aunque algún día habría que hacerlo. De camino a casa, pensó si el efecto de la pastilla se acababa al salir del local, y si aquella que había al lado suyo, era realmente Sonia.