Este mes EL TINTERO DE ORO nos reta a estar a la altura de "Matar a un ruiseñor", invitándonos a hablar sobre las injusticias. Como los prejuicios son la raiz de las injusticias y para erradicarlas hay que cortarlas de raiz, yo he escrito sobre los prejuicios; y como los prejuicios hay que erradicarlos de raiz, he escrito sobre un prejuicio que aun no existe, pero le falta poco. Para el que no sepa qué es "hacer de la necesidad virtud", esto es un claro ejemplo.
Podéis encontrar un montón de injusticias, sin mirar el telediario, AQUI
―Va… Pide, cariño.
―Ah… sí. Es que hay tanta cosa. ―Y entonces enunció―: De
primero…
―¿De primero?
―Ah… Es verdad que es plato único. Pues… ¿Tú qué has pedido?
―Va, cariño. Que están esperando y solo faltas tú ―le
acució Flora.
―Mmm… Carpaccio de jengibre en salsa wasabi.
―Excelente elección ―apuntó el camarero antes de retirarse.
Había pedido al tuntún. Del jengibre había oído hablar que era bueno para todo,
pero desconocía a qué sabia. Del wasabi, ni eso.
―¿Ya vas a poder con eso? ―inquirió jocoso Narciso.
―Yo no puedo con el wasabi, cariño ―comento Hortensia dando
un codazo a su novio, como refiriendo una broma privada.
―¿Y qué habéis pedido, vino o cerveza?
―Cariño… ¿Cerveza? ¿En serio? Nosotras agua y para vosotros
vino blanco.
―¿No había tinto? ―preguntó un poco con miedo, mientras Jacinto
sonreía por lo bajini.
―Cariño ―regañó Flora―. El tinto es sanguinolento. ―Miró a
ambos lados y vio que todos iban de colores claros y creyó entender:
―Ah, ya, es por… ―Y no dijo nada más porque no estaba muy
seguro, y tampoco quería hacer el ridículo. Era la tercera cita con su novia y
la primera con aquellos amigos de ella. Trajeron el vino y Narciso sirvió a
ambos. Dos dedos―. Y ¿tú qué has pedido, cariño?
―Estofado de dados de brócoli caramelizados en salsa de
trufa.
«Eso de la trufa suena a carodecojones. Podía cortarse un poco
que sabe que me ha tocado pagar a mí», pensó.
―Mira, ya lo traen ―comentó Hortensia. Una vez servido, faltaba
lo de Narciso:
―Tranquilos, empezad. Lo mío tardará un poco ―comentó dándoselas
de entendido.
Seleccionó una loncha de jengibre, la untó generosamente
por ambos lados y se la metió en la boca. La temperatura ascendió rápidamente.
Pensó en que algo raro estaba pasando. Algo muy raro. Pensó en la muerte.
Mordió el jengibre ávidamente para que su jugo le refrescara, pero fue peor.
Abrió la boca hacía arriba, como para que entrara algo de aire fresco. Todos reían.
La bombilla se le iluminó y se bebió los dos dedos de vino de un trago,
mientras intentaba volver a recargar la copa, pero no pudo. Tuvo que volver abrir
el volcán, porque el alcohol del vino había formado una queimada. Salía fuego
azulito. Flora le dio una palmada en la espalda, y todo fue adentro; por el
tubo correcto afortunadamente. La muerte había pasado de largo. Luego empezaron
las contracciones estomacales, más soportables.
―Voy un momento al lavabo ―pronunciaron sus labios, aunque
no salió ningún sonido. Allí devolvió todo y bebió agua del grifo hasta apagar
el volcán. De vuelta a la mesa vio una sala de vidrios tintados con mucho jaleo
dentro. No tenía puertas. Se debía entrar por otro sitio. A continuación estaba
la antigua sala de los extintos fumadores. Vacía. Estaba abierta y entró. Los
extractores funcionaban a tope y notó olor a barbacoa. Salía de una gran
rejilla que comunicaba con la sala oscurecida. Los extractores daban buena
cuenta de aquel olor. Permaneció unos segundos inspirando junto a la rejilla. A
continuación de esta sala estaba la antigua de vegetarianos, ahora comedor de
mascotas. Los vegetarianos eran lo peor. Peor que los carnívoros. Eran tibios,
poco radicales. Ya no se hacía comida vegetariana en los restaurantes. Volvió a
su mesa:
―¡Hostia! Eso ¿qué es?
―Jaja ―rió Narciso―. Espera que te lo leo: “Trampantojo de
esfera de calabaza sobre salsa blanca frita con puntilla, y guarnición de
zanahorias baby rojas.
―Joder… da el pego, eh?
―¿Qué tal? ¿Has visto a los carnívoros? ―preguntó mientras
untaba pan en la esfera de calabaza.
―Bueno, tienen los vidrios tintados.
―Claro. Dicen que es para ahorrarnos el asco de verlos
comer carne, pero en realidad es porque se avergüenzan de que los reconozcamos.
¡Asesinos!
― ―respondió
tras una pausa valorativa.
―
―comentó Flora, mientras Hortensia le reía la gracia.
De vuelta al transporte público, ya solo con Flora, paró a
comprar un cuarto de kilo de grillos y saltamontes:
―Me ha dicho el medico que tengo que comer esto. Tengo 105
de colesterol y tengo que bajar urgentemente.
―¿Y tienes que comer eso? Es como carne, ¿no?
―Pues no sé si cuenta como carne. Verdura no es, pero me lo
tengo que tomar.
De camino al metro ya no le cogía del brazo. Cada uno cogió
su dirección. De momento había conseguido mantenerla lejos de casa, pero algún día…
En cuanto entró en casa acudieron sus cuatro gallinas con
el pico encintado. Las condujo a la habitación insonorizada, les liberó el pico
y les echó los saltamontes en el comedero con unas piedras y un saquito de maíz.
Luego fue a la cocina, cerró todo, encendió los extractores
con filtros hepa para olores intensos, y se hizo unos huevos fritos con
chistorra.
Aunque las carnicerías y pollerías tenían los cristales
tintados y guardia de seguridad, no se atrevía a ir por miedo a que lo
reconocieran. Iba a comprar carne y chistorra a un pueblo a 50 km. Se proveía para
un mes congelándola, pero con los huevos no podía hacer eso, y tenía que
autoproveerse porque eran un vicio.
Un día sonó el timbre mientras tenía las gallinas sueltas,
la sartén al fuego y los huevos ya cascados.
―¡No me interesa! ―gritó desde el pasillo.
―Yuhhuu, cariño. Soy Flora
Las gallinas no son tan fáciles de conducir cuando no están
hambrientas, ni callan sin el pico encintado.