Este jueves nos convoca MARCOS desde su blog MARCOS PLANET, a escribir sobre cómo sacar a un personaje de un atolladero, lo mas paralizante posible

Podéis encontrar mas atolladeros AQUI
Samuel se bajó del bus tras otra anodina jornada laboral. Entró al portal, se subió al ascensor pero se volvió a bajar para revisar el buzón. Había un sobre de estos de papel de estraza con burbujitas y cierre de solapa tamaño cuartilla. Lo abrió e inadvertidamente, se le cerró la puerta del ascensor que se fue solo para arriba. Acababan de comenzar las desgracias.
En el sobre había dos tubos de ensayo unidos por su directriz tapados con un único tapón de dos cuerpos; no se podía abrir uno sin abrir el otro. En un tubo ponía “macho” y en el otro “hembra”. Del otro lado ponía “sarscov-3, y dentro de cada tubo había una cucaracha viva.
Aquella misma semana había oído en algún sitio que las cucarachas no tienen pulmones, así que la opción de sumergirlas en agua no tenía sentido. Es cierto que los tapones tenían pequeñas perforaciones, pero en cualquier caso, el virus mezclándose con el agua y desaguando por el fregadero hasta llegar a Dios sabe dónde, no era una solución válida.
Optó por el microondas. Le preocupaba un minúsculo muelle metálico que tenían los tapones, pero no se le ocurrió una solución mejor. A los pocos segundos de ponerlo en marcha, los insectos empezaron una curiosa danza espasmódica que concluyó cuando los tubos de ensayo estallaron. El corazón de Samuel dio un brinco. Las cucarachas empezaron a correr y desaparecieron por las rejillas interiores del electrodoméstico. El dueño del corazón reaccionó yendo a buscar unas de esas enormes bolsas de basura negras y metiendo el microondas dentro. Aseguró la operación de aislamiento con otras dos bolsas iguales, a modo de muñecas rusas.
Luego pensó, pero no mucho; había que sacar aquello de casa. Bajó con las bolsas al aparcamiento, las metió en el maletero y buscó la gasolinera más cercana. Compró dos bidones de esos obligatorios para comprar combustible a granel y los llenó.
Se adentró en una de las múltiples fábricas abandonadas que había por el polígono industrial. Abrió las bolsas una a una y vertió todo el combustible dentro. “Made in China” fue lo último que vio del electrodoméstico antes de cerrar la bolsa. Luego echó encima una cerilla encendida que tardó poco en atravesar el plástico y empezar la fiesta.
Los siguientes dos días no pasó nada. No se perdía un telediario. Iba y venía andando los tres kilómetros que le separaban de la oficina. El tercer día faltaron dos compañeros y el cuarto nueve. Esa tarde, de vuelta a casa, vio que de una papelera asomaba un sobre igual que el suyo. Y sobre un banco en el parque que atravesaba de camino a casa, otro. Aquello indicaba que había más gente que había recibido el mismo sobre. No había sido culpa suya. Eso le permitió respirar tranquilo, aunque no sin cierta dificultad.
Me gusta tu relato
ResponderEliminarHace poco escribí eso, me lo recordaste:
dicen las cucarachas
que las miran todos mal
y ellas quieren que las vean
como a cualquier animal...
Hay una nueva entrada en mi blog, Me haría ilusión que me siguieras también.
Un abrazo
Pobre hombre que angustia contenida y cuanto lucho por salvar a la humanidad. Pero claro está que no todo el mundo lo tendría y las cucarachas seguro que tampoco. Estupenda aportación para esta semana. Un abrazo
ResponderEliminarLa distopia con patas, como relato está genial, hasta el final con la multitud de sobres como sorpresa, Los bichos han tenido suerte si me llegan a mi no duran ni un minuto. Abrazos
ResponderEliminar