Este mes el TINTERO DE ORO dedica su reto a homenajear a Terry Prtachett, en concreto a su libro "El color de la magia". Y mas concretamente el reto es escribir un relato de menos de 900, en que aparezca un elemento mágico que cree mas caos que soluciones. se en ocurrió algo y fue derivando en esto. Una de las pocas veces en que empiezo a escribir algo sin saber como acaba. Espero que cumpla la premisa.
AQUI podréis encontrar el resto de desatinos mágicos.
―Mi señor, deténgase que no son gigantes. Son molinos de viento.
―¿Cómo han de ser molinos? ¿No ves que son desaforados gigantes? Ese de ahí primero juraría que es Briareo por cómo mueve los brazos.
―Que no, mi señor. Use los anteojos esos que nos dio el alquimista Aflerou, unos a cada uno.
―No me harás cambiar de idea, cobarde. Tú no te preocupes que tú no has de batirte. Mira, Sancho, cómo me está desafiando…
―Úselos, sino para qué los canjeo por aquellas monedas.
―De acuerdo. ―Cogió los antejos que llevaba colgados del cuello con una cuerdecita y se los puso―. ¿Ves cómo son gigantes? ¡Usa tú los tuyos!
Sancho sacó sus anteojos de la alforja del rucio y se los puso:
―¡Válgame Dios! Son Gigantes. ―A estas alturas Don Quijote ya se hallaba a mitad de embestida―. Pero no puede ser… ―Sancho sacó el libro de las alforjas y volvió a ojearlo―. No, no, no… Aquí pone que son molinos. ―Sancho levantó la vista justo para ver aterrizar a sus pies a su señor tras unas decenas de metros de vuelo. A mitad de camino había quedado Rocinante, tras un viaje más corto. Se apresuró a subirse al rucio y lo espoleó sin espuelas―: Corre rucio.
El gigante lo alcanzó en poco más de tres zancadas. Lo cogió del pescuezo y lo izó a la altura de su cara. El rucio siguió corriendo:
―¿Adónde te crees que vas?
―¡Suéltale, malan… malandrón ―corrigió Don Quijote, empuñando la espada―. Él solo es un escudero; enfréntate a uno de tu talla.
―¡Rucio, vuelve! ―gritó Sancho desde las alturas, preocupado por lo importante, a saber, la manduca y el libro.
―Gracias por atacarme. Pero, tengo curiosidad. ¿Por qué me habéis atacado? ―preguntó el gigante depositando en tierra a Sancho, que salió como alma que lleva el diablo tras el rucio, que ya había aflojado.
―Porque me estabais provocando, así braceando como un demonio.
―Soy Briareo, tengo que bracear
―¿Qué te dije Sancho? Más caso deberías hacer a tu señor. Es Briareo ―gritó a su escudero. Luego volvió al gigante y le preguntó―: Y ¿cómo es que no tienes cien brazos?
―Bah… Eso son cosas de la mitología, que son unos exageraos.
En estas llegó Sancho leyendo el libro y negando con la cabeza, pasando hojas hacia delante y hacia atrás.
―¿Qué es eso que lees Sancho? ―preguntó, y sin darle tiempo a responder―: ¡Sancho! ¿Desde cuándo sabes leer? ―exclamó estupefacto, olvidando la primera pregunta.
―El alquimista me dio una pócima.
―¿Adónde os dirigís? ―interrumpió el gigante.
―Ah… No habías dicho nada ―contestó al escudero, ignorando al gigante, mientras se subía a Rocinante y reanudaba la marcha. Sancho le seguía sin levantar la cabeza del libro ni dejar de negar con la cabeza―. Estamos buscando entuertos para desfacerlos.
―Ah, pues voy con ustedes ―se invitó Briareo.
Tras unos minutos de marcha en silencio, Don Quijote preguntó:
―Y ¿por qué me diste antes las gracias por atacarte?
―Porque estaba encantado. No podía moverme de donde estaba hasta que me enfrentara a alguien, pero yo no podía moverme. Tenía que esperar a que alguien me atacara. Llevaba ahí enraizado cuatrocientos años.
―Seguro que fue Frestón, el hechicero. Es el que me hace la vida imposible a mí.
Poco después vieron venir por el camino a dos encantadores que llevaban prisionera a una princesa vizcaína y a su séquito:
―¡Alto ahí, siervos de Frestón! ―exclamó Don Quijote plantándose en medio de su camino.
―Mi señor, no son siervos de Frestón. Son unos frailes que…
―Yo también creo que son hechiceros ―intervino el gigante, que era el centro de atención de los recién encontrados y sus bocas abiertas.
―Mi señor, use los anteojos ―dijo mientras él también se los ponía―: ¡Válgame el Señor! Son hechiceros…
―¿Ves Sancho? Yo no necesito anteojos ―aclaró mientras se disponía a embestir, adarga en ristre.
Sancho volvió a sacar el libro, a ojearlo y a menear la cabeza:
―Esto no cuadra. No puede ser. No, no, no… Ahora tendría que salir el vizcaíno, el escudero de la princesa.
Y salió. Tras los oportunos improperios y amenazas Don Quijote despachó a uno de los “hechiceros”, pero cuando se disponía a hacer lo propio con el vizcaíno, se interpuso el gigante. Tomó posición como para usar al escudero de la princesa como pelota de golf, y entonces se escuchó:
―Y aquí se acaba el libro ―sentenció Sancho. Todos quedaron petrificados mirándolo―. Ya está. No sé si le faltan páginas, porque no creo que acabe así.
―Pero ¿qué estás diciendo? ¿Qué libro es ese?
―Se titula “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la mancha”, y aquí dice que debería ser vuestra merced el que se encargara del vizcaíno, y que ese que ha mandado por los aires es un fraile y no un hechicero, y por supuesto, que el gigante Briareo no debería estar aquí porque es un molino.
Esto soliviantó sobremanera al gigante, que decidió finalizar el swing y mandar de golpe al vizcaíno a Vizcaya. De una patada en el culo mandó a Sancho junto a su esposa Teresa, a su casa, que se encuentra en un lugar de la mancha… Y el libro, que quedó en el aire tras el despegue de Sancho, lo capturó al vuelo y sin solución de continuidad lo lanzó lo más lejos que pudo. Casualmente cayó juntó a Cide Hamete Benengeli, autor original de esta historia.
¿Has leído el libro entero? Te confieso que yo solo a capítulos.
ResponderEliminarUn abrazo, Gabiliante
También hay una nueva entrada en mi blog.
¡Feliz día!