domingo, 9 de agosto de 2020

MENUDA UNA, CON LA QUE ME HE JUNTADO


 

            ―Cariñooo... ―dijo ella caramelizando la última sílaba con gusto a fruta de la pasión. Estaba claro que iba a pedirme algo. Hice un repaso rápido a cosas que tenía pendientes, pero no se me ocurrió ninguna. Entonces ella apoyó la mano en mi muslo y empezó a deslizarla hacia el interior. Ahora también estaba claro que era algo importante para ella. Pero lo que más claro estaba, era que como no le frenara la mano, iba a ser difícil negárselo.       

            ―¿Qué quieres? Cariñooo ―contesté imitando torpemente el tono de ella.



            ―Es que es un poco delicado ―susurró Natalia mientras la mano seguía su camino.


            ―Razón de más para no hacer trampas con la manita. Eso es jugar con ventaja ―repliqué.


            Ella se recolocó en el sofá y cogió con ambas manos las mías.

 
            ―Si, por ejemplo, me divorciara de mi marido, ¿podría venirme a vivir aquí contigo?

 
            Tolón, Tolón, Tolón... Se dispararon todas las alarmas dentro de mi cabeza,  e hice lo que pude por disimular el impacto. Fue  algo similar a ocho patadas en el escroto, o sea que tuvo mérito el disimulo. Aunque yo no emití ningún sonido, el impacto emocional en toda la finca fue tal, que bajó la vecina de arriba, para ver si sucedía algo. Hasta los de Securitas Direct llamaron para preguntar qué era lo que pasaba.

 
            ―Por supuesto ―mentí, simulando que me agradaba la pregunta―. Ya era hora de que te decidieras. Y si no es mucho preguntar, ¿a qué se debe ese cambio?


            ―Jerónimo está muy triste y distante. Creo que se quiere suicidar.

 
            ―No jodas ―se me escapó, esta vez sin disimulo alguno, incluso podría confesar que ciertamente sorprendido—. ¿Y por qué crees eso?

 
            ―Porque el otro día me preguntó que yo qué haría si él se suicidara.

 
            ―Pero ¿cómo que se va a suicidar?  Y ¿encima te lo dice? Eso es que te quiere dar pena. No le hagas caso. Aunque... ―seguí, dándome cuenta de que estaba tirando piedras en mi propio tejado― ...cuando uno está muy decidido, no le importa confesarlo. ―Entonces me quede pensativo―. ¿Y por qué quiere suicidarse?

 
            ―No lo sé. No le pregunté.

 
            «Joder… Menuda una con la que me he juntado», pensé.

 
            ―Pues pregúntale. No está bien que sabiendo que se va a suicidar, no hagamos nada. No hagas nada tú, quiero decir.

 
           ―Tampoco está bien que le pongamos los cuernos. Que yo le ponga los cuernos, quiero decir.


            ―Ahí le has dao. —Hubo un silencio— ¿No será que sospecha de lo nuestro?


            —Que va. Si ni siquiera te conoce.


            —Y si le preguntas cuándo y dónde piensa hacerlo. —Ella hizo una mueca, así como diciendo: "Tú, ¿estas tonto o qué?“—. Ah, claro. Se iba a pensar que teníamos, o sea, que tenías prisa por heredar.

 
            —Que va. Si está arruinado. Tiene que cerrar la empresa.      

            —¡¡No jodas!! —Se acababa de esfumar la única parte positiva del futuro acontecimiento. Y continué—: Hay que hacer algo para impedírselo...


            —¿Por qué?

 
           
Como que ¿por qué? —Ella se encogió de hombros y no dijo nada—. Pues porque tenemos que ser buenas personas.


            —Ah... —contestó ella como si el día que explicaron eso en clase, hubiera hecho campana.


            «Joder, joder... Menuda una, con la que me he juntado», volví a pensar. Después de un segundo de silencio seguí:


            —Bueno, ¿qué? ¿Vas a intentar averiguar algo, o no? No hace falta que se lo preguntes directamente. Intenta sonsacarle... así, con la manita...

 
            —Bueno, vale... —refunfuñó ella al tiempo que hacía ademán de levantarse del sofá. Entonces le cogí la mano y volví a ponerla sobre mi muslo. Pero ella dijo—: Ahora ya no me apetece. —Y se soltó de un tirón.

 
           Una semana después quedamos para comer en el mismo restaurante que comíamos todos los jueves. Nada más sentarse a la mesa, ella me comunicó que ya le había preguntado a su marido:


           —¡No jodas!  Y ¿te lo ha dicho? ¿Dónde y cuándo?

 
           —Pues sí.


           —Y, ¿cómo?

 
           —De "cómo" no me dijiste nada —contestó disparada ante tanto interés por su marido— No se lo he preguntado. ¿Quieres que se lo pregunte por wasap? De todas maneras, el "dónde" es un puente. No creo que se vaya a tomar un bote de barbitúricos.

 
           —No. Te preguntaba que cómo lo averiguaste.


           —Eso ya te lo contaré luego, y según cómo te portes esta noche —contestó cambiando de golpe a una actitud mucho más zalamera. La botella de vino que nos habíamos bebido entre los dos, empezaba a hacer efecto—. Me gusta mucho este sitio. ¿Cómo es que no me habías traído antes? Los camareros son guapísimos. Mira aquel. ¿Tú crees que se molestaría si le pellizco el culo cuando pase?

 

           Era de ese tipo de mujeres a las que gusta dejar en evidencia a su acompañante, y como en este caso a mí me iban este tipo de juegos, la relación funcionaba a las mil maravillas. La reunión acabo en mi casa, como cada jueves; en esta ocasión con un final más feliz que la semana anterior.

 
          
Ese fue el último día que la vi. Debí portarme bien porque conseguí que me dijera el día y hora del proyecto de suicidio de su marido. El día en cuestión fui a una tienda de disfraces y alquilé uno de mendigo. Mientras me dirigía a la insospechada cita, pensé en lo bien que me lo pasaba con Natalia. Estuve a punto de darme la vuelta, dejar que su marido se suicidara y decirle que se viniera a vivir conmigo; pero solo fue un segundo. No iba a vender mi libertad a ningún precio. Cuando llegué al puente no tardé mucho en localizar al marido de Natalia. Estaba quitándose la americana, pero aún no se había encaramado a la baranda. Él no me vio venir porque yo me acerqué expresamente por la otra acera. Cuando estaba a su altura crucé.

           ―Un mal día, ¿eh? ―le dije cuando ya empezaba a escalar la baranda.

           ―Una mala vida, diría yo ―contestó mientras seguía a lo suyo.

           ―Pues imagínese la mía. ¿Se va a tirar vestido? ―Entonces se detuvo― Lo digo porque si no se mata al chocar con el agua, en bolas, morirá de frio antes que si va vestido. No vaya a creer que lo digo porque me vendría muy bien el traje, que además parece de mi misma talla. ―Se detuvo en lo alto de la baranda―. ¿Se lo ha dicho a su mujer? ―Se bajó, se quedó en calzoncillos y volvió a subirse―. ¿Ha hecho testamento? ¿Se lo ha dejado todo a ella?

           ―Sí que se lo he dicho. No le he dejado nada porque ya es todo suyo. Yo estoy arruinado. Lo tuve que poner todo a su nombre. Mañana tengo un juicio por evasión de impuestos que si se produjera, lo tendría perdido. Iría a la cárcel seguro…

           Otro vagabundo estaba llegando a donde nos encontrábamos. Uno de verdad, quiero decir. Me hizo un gesto pidiéndome permiso para coger la ropa que había en el suelo.

           ―Perdón ―interrumpí a Jerónimo. Y seguí, dirigiendome al mendigo―. No jodas hombre, que aún estoy intentando convencerlo. Si te llevas la ropa, no va a querer salvarse, porque tendría que volver a casa en bolas. Además si se tira, la ropa será para mí, que para eso me lo he currado. ―El vagabundo se disculpó y siguió camino. Luego seguí con Jerónimo―: Perdona, ¿eh? Sigue, sigue…

           ―Y encima hijos, no tengo, porque mi mujer no quiere, así que no perjudico a nadie.

           ―Y tu mujer, ¿qué? Pobrecilla, se va a quedar sola en el mundo.

           ―Sí, sí. Sola. Mi mujer me pone los cuernos…

           «¡Joder! Y la otra decía que no lo sabía. Vaya marrón, ahora. Espero que sea verdad que no me conoce. Igual con esta barba y estas gafas, aunque me conozca…», pensé yo. Y él continuó:

           ―… los lunes con mi hermano, los martes con mi ex-socio, que encima fue el que me convenció de que lo pusiera todo a nombre de ella…

           «¡Joder, joder! Menuda una con la que me he juntado», volví a pensar. Y siguió:

           ―…los miércoles con una amiga suya, que enchufé yo mismo de portera en nuestro bloque, cuando no sabía nada de todo esto; para que no tenga que desplazarse mucho mientras yo voy a trabajar. Los jueves con uno que no conozco…

           «Ese soy yo», pensé justo antes de interrumpirle:

           ―Perdona. ―Y seguí, ahora gritando al vagabundo, que ya se perdía de vista―: ¡Oye! Vuelve, anda. Y llévate la ropa esta... ―Y luego terminé ya en voz mucho más baja― …que a este no hay quien lo salve.

           ―¿Qué?

           ―Nada, nada… Sigue, sigue, ibas por el viernes

           ―El viernes desaparece hasta el lunes con sus amigas, ch cada fin de semana a un sitio diferente, a gastarse el dinero que yo gano. ¿Cómo lo ves?

           ―Pues nada, tío. Que tú ganas. ―Y le hice un gesto con la mano, indicándole que podía saltar.

           ―Lo que me sabe mal es irme al otro barrio sin saber si el del jueves era algún conocido mío o no.

           Pensé en darle una alegría confesándome, pero bastante desgracia tenía ya el hombre. Finalmente, saltó. Me pingué a la baranda para ver como caía. Era lo menos que podía hacer. Cuando le faltaban quince metros para chocar con el agua, apareció por debajo del puente una balsa con tres individuos, tres sillas y un cofre. Eran tres náufragos que llevaban quince días sin probar bocado. El impacto con la balsa, la hizo tambalearse. No se mató. Vi cómo se movía, pero estaba bastante maltrecho. No creo que hubiera sobrevivido, ni aunque los tres individuos no se lo hubieran comido. Está claro que la desgracia se ceba con algunos.

           De vuelta a casa, pensé que le diría a Natalia que se viniera a vivir a casa, pero tenía que dejar a todos los… y no gastar tanto, aunque el dinero era suyo, así que lo del dinero…no sé. Luego pensé que mejor no, que no la iba a poder controlar. Aunque, bueno… me lo paso tan bien con ella que… Las dudas se disiparon cuando llegué a casa y me encontré una nota en la que decía que se iba a vivir con el ex-socio de su marido; que no la buscara. Que ya me buscaría ella si llegaba el momento. La llave del piso que le había dado estaba sobre la mesa. La nota la encontré pegada en el vidrio de una ventana desde la que se veía el mar. Doblé con cuidado la nota mientras mi mirada quedó perdida varios minutos en el horizonte.


Ejercicio del tema "Suicidio" para el taller de escritura "EL VICI SOLITARI"

miércoles, 5 de agosto de 2020

EL PRINCIPE PLOP


Siguiendo la convocatoria de Dorotea para los relatos jueveros

esta es mi propuesta:


Bella paseaba presurosa por el bosque, de vuelta a casa. Estaba empezando a llover, de ahí el apremio. Al pasar junto a un charco parcialmente cubierto de musgo escucho:

  

―¡Hola, bella! --Bella era una chica de quince años cuyo nombre era intercambiable con su calificativo.


―¿Hola? Hoola... ¿Quién hay? ―preguntó mirando a ambos lados del camino, sin localizar a nadie capaz de hablar.

 

―¡Hola! Aquí en el charco. ¡Hola! ―Justo entonces empezó a llover―. Plop. Hola. Plop. Hola. Plop. Hola. ―En este momento fue cuando Bella localizó el origen de tanto saludo--. Plop. Hola. Plop. Hola.

 

―¡Por el amor de Dios! ―exclamó Bella al comprobar que eran las burbujas que creaban en el charco, las gotas de lluvia que empezaban a caer.

 

―¿Qué es "por"? --Y luego el plop hizo "plop", y murió. La leyenda no aclara quien bautizó a los plops con ese nombre. Tenían una vida capicúa, porque decían lo mismo al nacer que al morir. Entre ambos sonidos podían hablar un poco.

 

―¿Qué es "el"? --Y luego plop.

 

―¿Qué es "amor"?

 

―¿Qué es "de"? --Y luego plop.

 

―¿Qué es "Dios"? Por favor, por favor... ¿Qué es "Dios"? ―insistió presuroso, percibiendo que su vida se acababa. Justo cuando Bella iba a contestarle, aunque no sabía la respuesta, hizo plop.

 

―¿Qué es amor? Por favor, quiero saber que es amor. ―Bella se apresuró a contestar, no fuera a pasarle como con Dios. Realmente esta respuesta tampoco la sabía demasiado bien, aunque tenía cierta intuición.

 

―Amor es cuando...

 

―¿Cuándo? ¿El amor es un momento en el tiempo? No puede ser. Yo no tengo tiempo. Por favor, por favor… ¿Hay alguien más por ahí que lo sepa? ―insistió viendo que su vida se terminaba.

 

―¿Cómo que alguien más? ¿No te valgo yo o qué? ―Luego intentó contestar dándose cuenta de que el ataque de celos no venía a cuento en aquel momento―. No es cuando; es lo que sientes cuando...

―¿Otra vez cuando...? Por el amor de Dios! Sé decirlo, pero no sé qué es ―interrumpió de nuevo el plop―. Me estoy muriendo, y nadie puede decírmelo. Por favor... ―Y aquí, gritó­ desesperado―: No quiero morir sin conocer el amor.

 

―Es lo que sientes por alguien en el que estás pensando todos los segundos de tu vida.

 

―Y si solo me queda un segundo de vida, y tú eres la única persona del mundo que conozco, ¿habremos estado enamorados?

 

―Bueno, en realidad un segundo es muy poco tiempo.


―¡Ooh…! ¡Qué complicado es todo!  Yo no tengo más tiempo. Primero tiempo y luego amor. ¿El tiempo vale más que el amor? ―Y volvió a gritar―: Necesito más tiempo. ¿Puede alguien salvarme la vida?

 

Reny no veía nada. Nadaba buscando un poco de luz para fijarse en como nadaban  sus hermanos mayores, pero no encontraba el mas mínimo rayo de luz que atravesara le espesura de la superficie pantanosa. De repente vio un poco de claridad y se dirigió allí. Cuando pensó que rompería la superficie y saldría al exterior se llevó un chasco. Estaba dentro de una burbuja gritona. Se metió en ella, y la ocupó entera, ya que solo tenía cabeza y cola.

 

Reny se acoplo perfectamente con su casco acuoso y se simbiotizó con él. Aunque el nadador era casi un día más viejo que el plop, era genéticamente idiota, así que, con buen tino, la naturaleza dotó al engendro con la curiosa mente del plop y el resbaladizo cuerpo de Reny.

 

Bella no percibió la metamorfosis, pero ciertamente se extrañó de que aquella burbuja durase tanto. Cuando se le acabaron los argumentos definitorios del amor ―que no vamos a repetir aquí ahora porque todos los conocemos sobradamente―  Bella se despidió, prometiendo que volvería al día siguiente.  Antes de darse la vuelta para volver a casa, lanzó con la mano y un suave soplido, un beso a  Renyplop.

 

Entonces la burbuja reventó porque no podía contener al niño que empezó a crecer dentro. El beso de Bella deshizo el embrujo. La chica llegó un par de años antes de tiempo. De este modo habría telebesado a Sapi en vez de a Reny. Y habría despertado al Príncipe Azul casadero, en vez de a un niño de diez años, que no llegaba más que a Infante Azul.

 

Bella entró en el charco y besó apasionadamente al Infante Azul. No pudo,  ni quiso, resistir la fuerza del embrujo que le impulsó a ello. No iba a dejar escapar  su  miniPríncipe Azul...

 

―Ahora, ¿somos novios? ―preguntó el Infante Azul.

 

―Claro. ―Y se quedó pensativa.


―Ahora, ¿tengo que estar pensando en ti todos los segundos de mi vida?

 

―No todos, pero... ―se despistó mientras argumentaba, no tan lucidamente como antes; parecía como preocupada por algo.

 

―Pero... ¿qué? ¿Te pasa algo? ¿Ya no quieres ser mi novia?

 

―Que sííí. Solo que ahora le tengo que explicar a mis padres que me he enrollado a un niño de diez años.

 

―Pues no digas nada.

 

―No, que mi amiga Alís dice que hay que explicarlo todo, aunque las relaciones sean problemáticas. Quizás esta no entraría en su...

 

―Y, ¿quién es Alís?

 

―Una bloguera.

 

―Y ¿qué es una bloguera?

 

―Eso es muy difícil de expl… ―Y explotó―: ¡Jo! ¡Que niño más preguntón! Prefería al plop.

 

 

FIN

domingo, 2 de agosto de 2020

PATRULLANDO LA PISCINA


Imagen de EL BIC NARANJA


El calor era agobiante. Eran las cuatro de la tarde, la peor hora del día. Ray estaba en bañador mirando por la ventana del semidesierto hotel, hacia la piscina. La vestimenta era indicativa de que subconscientemente estaba predispuesto a delinquir. “Prohibido bañarse”. El hotel, y la comunidad autónoma que lo circundaba, habían caído a “Fase Cero”. Hacía ya cuatro años del primer confinamiento. “Fase Cero” era como… no sé si se acordaran; con esto de los nuevos síntomas, seguramente habrá muchos que no se acuerden. Para que me entiendan, el gobierno va a sacar a votación un proyecto de ley, para que los que tengan penas de cárcel de menos de cinco años, las cumplan en un hotel en “Fase Cero”. Pero este no era el caso. A Ray la fase cero le había pillado allí.

Había contado nueve personas en el hotel, aunque hace tres días había contado trece, y lo cierto es que no sabía cómo habían podido escaparse. Porque se habían escapado. Aquí no hay excusa de supermercado, te lo traen todo a la habitación. Pero le daba igual. Se iba a bañar. Estaba harto de ver películas. Además, solo daban películas de policías; querían meter el miedo subliminal en el cuerpo. El otro ya estaba. Robocop, Robocop II, Cop land, Cop car, Robocop la nueva. Estaba hasta los mismísimos de “cop”. Pensó en ir a ayudar a su hijo a pintar ACABs, y demás mierda antimaderos, cuando saliera de allí. Desde las nueve de la mañana comiendo patatas fritas y viendo pelis de “cops”. Ya no aguantaba más. A esta hora, todos los que no estaban en brazos de Hades, estaban en brazos de Morfeo. Nadie le iba a ver. Bajó y  se aproximó a la orilla de la piscina pero antes de meterse se le ocurrió que el agua podía estar próxima al punto de ebullición. Metió el dedo gordo del pie  en el agua, aguantando el equilibrio. Estaba caliente pero no ardiendo. Se sentó al borde, para no hacer ruido al lanzarse y entonces se oyó:

―O sea, que a bañarse, ¿eh?

―¡Su puta madre! ―murmuró para sí mismo mientras sacudía la cabeza de un lado a otro buscando a su interlocutor. No vio a nadie. Se deslizó disimuladamente hacia una de las hamacas y se tumbó en ella. Aquello sí que estaba en su punto de ebullición, pero aguantó como un jabato. Le invadió la empatía, cuando pensó en el entrecot que se comió el mes pasado en el asado que organizo su amigo “Che-viste”. Siguió buscando, pero solo vio fuera de lugar, cuatro mascarillas al borde de la piscina, y un flotador-unicornio gigante que circulaba por al agua a pesar de no soplar ni una brizna de aire. Se levantó porque no podía aguantar más, y dio una vuelta a la piscina. «Carajo, aquí no hay nadie», pensó. Dio la espalda a la piscina y oyó claramente a escasos centímetros de su cogote.

―Y encima sin mascarilla…

―¡Su puta mad… ―Y se interrumpió mientras se giraba bruscamente, y se encaraba con el flotador-unicornio. «Joder. ¿Me está hablando el puto flotador?», pensó. Luego volvió a asegurarse de que no había nadie que le pudiera ver, y se lanzó―: Tú tampoco llevas.

―Yo no respiro, ni tengo virus.

―¡Nos ha jodío! Ni tampoco hablas, y yo estoy aquí… ―volvió a mirar para todos lados― …hablando con un puto globo ―terminó bajando la voz como si el flotador no le oyera―.

―Además, es usted un maleducado y un mal hablado. No crea que voy a olvidar que antes le ha faltado dos veces a mi madre. O sea que aparte de denunciarle por bañarse, y por no llevar mascarilla, le voy a denunciar también por blasfemar.

―¡Nos ha jodío el puto globo! ―A estas alturas ya estaba que se subía por las paredes―. ¡El puto globo me va a… ¡Joder! Pero, ¿qué coño hago hablando con un flotador? Estoy fatal. Me tengo que despejar. Me doy una zambullida aunque me oigan… ―Y saltó.

En aquel mismo instante eyectó el cuello del flotador-unicornio-gigante, transformándose en algo parecido al “Tiburón” de Spielberg, pero asumiendo la actitud que se muestra en esos videos de susto que mandan por wasap. La acción de engullir a Ray en el aire, y volver a convertirse en un apacible e inofensivo flotador, no duro más allá de un segundo.

Esta vez nadie escupió una indigesta mascarilla al borde de la piscina, y nadie multó al flotador por guarro. Cuando se dio la vuelta para seguir dando vueltas a la piscina, se pudo leer en una chapa pegada al hipotético culo: UNICORN-COP.



Relato ideado en base al dibujo mas arriba expuesto para

EL BIC NARANJA: Viernes creativos: Verano 2020

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