―Cariñooo... ―dijo ella
caramelizando la última sílaba con gusto a fruta de la pasión. Estaba claro que
iba a pedirme algo. Hice un repaso rápido a cosas que tenía pendientes, pero no
se me ocurrió ninguna. Entonces ella apoyó la mano en mi muslo y empezó a
deslizarla hacia el interior. Ahora también estaba claro que era algo
importante para ella. Pero lo que más claro estaba, era que como no le frenara la mano, iba a ser difícil negárselo.
―¿Qué quieres? Cariñooo ―contesté
imitando torpemente el tono de ella.
―Es que es un poco delicado ―susurró Natalia mientras la mano seguía su camino.
―Razón de más para no hacer
trampas con la manita. Eso es jugar con ventaja ―repliqué.
Ella se recolocó en el sofá y cogió
con ambas manos las mías.
―Si, por ejemplo, me
divorciara de mi marido, ¿podría venirme a vivir aquí contigo?
Tolón, Tolón, Tolón... Se dispararon
todas las alarmas dentro de mi cabeza, e
hice lo que pude por disimular el impacto. Fue algo similar a ocho patadas en el escroto, o
sea que tuvo mérito el disimulo. Aunque yo no emití ningún sonido, el impacto
emocional en toda la finca fue tal, que bajó la vecina de arriba, para ver si
sucedía algo. Hasta los de Securitas Direct llamaron para preguntar qué era lo
que pasaba.
―Por supuesto ―mentí, simulando
que me agradaba la pregunta―. Ya era hora de que te decidieras. Y si no es
mucho preguntar, ¿a qué se debe ese cambio?
―Jerónimo está muy triste y
distante. Creo que se quiere suicidar.
―No jodas ―se me escapó, esta
vez sin disimulo alguno, incluso podría confesar que ciertamente sorprendido—.
¿Y por qué crees eso?
―Porque el otro día me
preguntó que yo qué haría si él se suicidara.
―Pero ¿cómo que se va a
suicidar? Y ¿encima te lo dice? Eso es
que te quiere dar pena. No le hagas caso. Aunque... ―seguí, dándome cuenta de
que estaba tirando piedras en mi propio tejado― ...cuando uno está muy
decidido, no le importa confesarlo. ―Entonces me quede pensativo―. ¿Y por qué
quiere suicidarse?
―No lo sé. No le pregunté.
«Joder… Menuda una con la que
me he juntado», pensé.
―Pues pregúntale. No está bien
que sabiendo que se va a suicidar, no hagamos nada. No hagas nada tú, quiero
decir.
―Tampoco está bien que le
pongamos los cuernos. Que yo le ponga los cuernos, quiero decir.
―Ahí le has dao. —Hubo un
silencio— ¿No será que sospecha de lo nuestro?
—Que va. Si ni siquiera te
conoce.
—Y si le preguntas cuándo y
dónde piensa hacerlo. —Ella hizo una mueca, así como diciendo: "Tú, ¿estas
tonto o qué?“—. Ah, claro. Se iba a pensar que teníamos, o sea, que tenías prisa
por heredar.
—Que va. Si está arruinado.
Tiene que cerrar la empresa.
—¡¡No jodas!! —Se acababa de esfumar la única parte positiva del futuro acontecimiento. Y continué—: Hay que hacer algo para impedírselo...
—¿Por qué?
—Como que ¿por qué? —Ella se
encogió de hombros y no dijo nada—. Pues porque tenemos que ser buenas
personas.
—Ah... —contestó ella como si
el día que explicaron eso en clase, hubiera hecho campana.
«Joder, joder... Menuda una,
con la que me he juntado», volví a pensar. Después de un segundo de silencio
seguí:
—Bueno, ¿qué? ¿Vas a intentar
averiguar algo, o no? No hace falta que se lo preguntes directamente. Intenta
sonsacarle... así, con la manita...
—Bueno, vale... —refunfuñó ella
al tiempo que hacía ademán de levantarse del sofá. Entonces le cogí la mano y
volví a ponerla sobre mi muslo. Pero ella dijo—: Ahora ya no me apetece. —Y se
soltó de un tirón.
Una semana después quedamos
para comer en el mismo restaurante que comíamos todos los jueves. Nada más sentarse
a la mesa, ella me comunicó que ya le había preguntado a su marido:
—¡No jodas! Y ¿te lo ha dicho?
¿Dónde y cuándo?
—Pues sí.
—Y, ¿cómo?
—De "cómo" no me
dijiste nada —contestó disparada ante tanto interés por su marido— No se lo he
preguntado. ¿Quieres que se lo pregunte por wasap? De todas maneras, el
"dónde" es un puente. No creo que se vaya a tomar un bote de
barbitúricos.
—No. Te preguntaba que cómo lo
averiguaste.
—Eso ya te lo contaré luego, y
según cómo te portes esta noche —contestó cambiando de golpe a una actitud mucho
más zalamera. La botella de vino que nos habíamos bebido entre los dos,
empezaba a hacer efecto—. Me gusta mucho este sitio. ¿Cómo es que no me habías
traído antes? Los camareros son guapísimos. Mira aquel. ¿Tú crees que se
molestaría si le pellizco el culo cuando pase?
Era de ese tipo de mujeres a las que gusta dejar en evidencia a su acompañante, y como en este caso a mí me iban este tipo de juegos, la relación funcionaba a las mil maravillas. La reunión acabo en mi casa, como cada jueves; en esta ocasión con un final más feliz que la semana anterior.
Ese fue el último día
que la vi. Debí portarme bien porque conseguí que me dijera el día y hora del
proyecto de suicidio de su marido. El día en cuestión fui a una tienda de
disfraces y alquilé uno de mendigo. Mientras me dirigía a la insospechada cita,
pensé en lo bien que me lo pasaba con Natalia. Estuve a punto de darme la
vuelta, dejar que su marido se suicidara y decirle que se viniera a vivir
conmigo; pero solo fue un segundo. No iba a vender mi libertad a ningún precio.
Cuando llegué al puente no tardé mucho en localizar al marido de Natalia.
Estaba quitándose la americana, pero aún no se había encaramado a la baranda. Él
no me vio venir porque yo me acerqué expresamente por la otra acera. Cuando
estaba a su altura crucé.
―Un mal día, ¿eh? ―le dije cuando ya empezaba a escalar la baranda.
―Una mala vida, diría yo ―contestó mientras seguía a lo suyo.
―Pues imagínese la mía. ¿Se va a tirar vestido? ―Entonces se detuvo― Lo digo porque si no se mata al chocar con el agua, en bolas, morirá de frio antes que si va vestido. No vaya a creer que lo digo porque me vendría muy bien el traje, que además parece de mi misma talla. ―Se detuvo en lo alto de la baranda―. ¿Se lo ha dicho a su mujer? ―Se bajó, se quedó en calzoncillos y volvió a subirse―. ¿Ha hecho testamento? ¿Se lo ha dejado todo a ella?
―Sí que se lo he dicho. No le he dejado nada porque ya es todo suyo. Yo estoy arruinado. Lo tuve que poner todo a su nombre. Mañana tengo un juicio por evasión de impuestos que si se produjera, lo tendría perdido. Iría a la cárcel seguro…
Otro vagabundo estaba llegando a donde nos encontrábamos. Uno de verdad, quiero decir. Me hizo un gesto pidiéndome permiso para coger la ropa que había en el suelo.
―Perdón ―interrumpí a Jerónimo. Y seguí, dirigiendome al mendigo―. No jodas hombre, que aún estoy intentando convencerlo. Si te llevas la ropa, no va a querer salvarse, porque tendría que volver a casa en bolas. Además si se tira, la ropa será para mí, que para eso me lo he currado. ―El vagabundo se disculpó y siguió camino. Luego seguí con Jerónimo―: Perdona, ¿eh? Sigue, sigue…
―Y encima hijos, no tengo, porque mi mujer no quiere, así que no perjudico a nadie.
―Y tu mujer, ¿qué? Pobrecilla, se va a quedar sola en el mundo.
―Sí, sí. Sola. Mi mujer me pone los cuernos…
«¡Joder! Y la otra decía que no lo sabía. Vaya marrón, ahora. Espero que sea verdad que no me conoce. Igual con esta barba y estas gafas, aunque me conozca…», pensé yo. Y él continuó:
―… los lunes con mi hermano, los martes con mi ex-socio, que encima fue el que me convenció de que lo pusiera todo a nombre de ella…
«¡Joder, joder! Menuda una con la que me he juntado», volví a pensar. Y siguió:
―…los miércoles con una amiga suya, que enchufé yo mismo de portera en nuestro bloque, cuando no sabía nada de todo esto; para que no tenga que desplazarse mucho mientras yo voy a trabajar. Los jueves con uno que no conozco…
«Ese soy yo», pensé justo antes de interrumpirle:
―Perdona. ―Y seguí, ahora gritando al vagabundo, que ya se perdía de vista―: ¡Oye! Vuelve, anda. Y llévate la ropa esta... ―Y luego terminé ya en voz mucho más baja― …que a este no hay quien lo salve.
―¿Qué?
―Nada, nada… Sigue, sigue, ibas por el viernes
―El viernes desaparece hasta el lunes con sus amigas, ch cada fin de semana a un sitio diferente, a gastarse el dinero que yo gano. ¿Cómo lo ves?
―Pues nada, tío. Que tú ganas. ―Y le hice un gesto con la mano, indicándole que podía saltar.
―Lo que me sabe mal es irme al otro barrio sin saber si el del jueves era algún conocido mío o no.
Pensé en darle una alegría confesándome, pero bastante desgracia tenía ya el hombre. Finalmente, saltó. Me pingué a la baranda para ver como caía. Era lo menos que podía hacer. Cuando le faltaban quince metros para chocar con el agua, apareció por debajo del puente una balsa con tres individuos, tres sillas y un cofre. Eran tres náufragos que llevaban quince días sin probar bocado. El impacto con la balsa, la hizo tambalearse. No se mató. Vi cómo se movía, pero estaba bastante maltrecho. No creo que hubiera sobrevivido, ni aunque los tres individuos no se lo hubieran comido. Está claro que la desgracia se ceba con algunos.
De vuelta a casa, pensé que le diría a Natalia que se viniera a vivir a casa, pero tenía que dejar a todos los… y no gastar tanto, aunque el dinero era suyo, así que lo del dinero…no sé. Luego pensé que mejor no, que no la iba a poder controlar. Aunque, bueno… me lo paso tan bien con ella que… Las dudas se disiparon cuando llegué a casa y me encontré una nota en la que decía que se iba a vivir con el ex-socio de su marido; que no la buscara. Que ya me buscaría ella si llegaba el momento. La llave del piso que le había dado estaba sobre la mesa. La nota la encontré pegada en el vidrio de una ventana desde la que se veía el mar. Doblé con cuidado la nota mientras mi mirada quedó perdida varios minutos en el horizonte.
Ejercicio del tema "Suicidio" para el taller de escritura "EL VICI SOLITARI"